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Rodrigo Cortés: "Incluso en las tinieblas más impenetrables, siempre hay una llamita temblorosa que brilla"

El director estrena El amor en su lugar, un homenaje al arte y al amor, inspirado en una historia real, que transcurre en el gueto judío de Varsovia.

Rodrigo Cortés, tras recoger uno de los premios GENTLEMAN, entregados el pasado 3 de noviembre. Foto: Jacobo Medrano.

En 1942, en plena ocupación nazi, en el gueto judío de Varsovia, un grupo de actores siguió representando en el teatro una comedia musicial, llevando algo de alegría y entretenimiento a una población sumida en el sufrimiento cotidiano. La historia, descubierta por el escritor alemán David Safier, se convirtió en un borrador de guión que Rodrigo Cortés reescribió e imaginó hasta convertirlo en El amor en su lugar, su nueva película, que se estrena este 3 de diciembre.

Rodrigo Cortés (gallego de nacimiento, 1973) da así vida a una historia que homenajea el arte como vehículo de alegría y sentimiento y el amor como motor de la existencia. El estreno se produce apenas unos meses después de la publicación de la novela, Los años extraordinarios, una coincidencia que ilustra la capacidad creativa de Cortés: director de cine, productor, escritor y comunicador, copartícipe también del exitoso podcast Aquí hay dragones. Que esta revista le entregar uno de los Premios Gentleman en la edición de este año es, en medio de semejante currículum, solo una anécdota.

Decir que en algún momento El amor en su lugar recuerda a Buried, ¿tiene su lógica?

Tiene su lógica, porque ambas películas son experiencias, experiencias cinematográficas y sensoriales. El amor en su lugar, además de suceder en un lugar restringido, respetando la unidad de tiempo y espacio, aunque evidentemente nada es tan restringido como una caja de madera, sucede en tiempo real, de manera que ambas películas están diseñadas para que te afecten físicamente y que no te resulten experiencias gratuitas, que al atravesarlas te sientas extenuado y emocionado.

¿Cómo llegó esta historia a sus manos y cómo fue el proceso hasta convertirla en película?

Llegó a través de los productores, de Adrián Guerra y Nuria Valls, que me pasaron un primer borrado de David Safier, el célebre autor alemana. Él, en la investigación de una de sus obras, había descubierto la existencia de esta obra de teatro, que tuvo un éxito inexplicable en el gueto de Varsovia, en mitad de la ocupación alemana, en 1942. Y se le ocurrió homenajear a aquel grupo de actores inventando el esqueleto de una historia. Cuando leí aquel borrador, me interesó mucho como desafío imposible, así que lo tomé y me encargué de las sucesivas escrituras. Así que ese es el origen, el descubrimiento de una obra que se llamaba, literalmente, traducción del polaco, El amor busca apartamento.

¿Esa es la misión del arte: llevar alegría y belleza a las personas, incluso en los momentos más difíciles?

Creo que sí. Y además de forma inevitable. Ni siquiera hay que llevarlo como bandera o considerarlo una misión sagrada. Es una cosa que simplemente sucede porque es el modo en el que el ser humano se expresa. En el gueto de Varsovia, los artistas simplemente trataban de seguir haciendo aquello que sabían hacer, que es exactamente lo mismo que hacían los torneros o los abogados, tratar de seguir la vida aún en las circunstancias más adversas. Por eso haba recitales de poesía, los músicos tocaban en los cafés, había bibliotecas clandestinas, había teatro… Y esa es la fuerza de una historia como esta: incluso en las tinieblas más impenetrables, siempre hay una llamita temblorosa, a veces a punto de apagarse, que brilla. La gente de teatro lo sabe muy bien: la función se hace, sean cuáles sean las circunstancias, y si se va la luz, se sacan velas, pero la función se hace.

¿Cómo llegó hasta la actriz Clara Rugaard para que protagonizara El amor en su lugar?

La mayor parte del reparto es muy poco conocido por varias razones. Una, es que es lo que le convenía a una historia como esta para dotar de mayor verosimilitud. Pero además fue un casting muy complicado, no solo porque la trama obliga a los actores a cambiar de registros interpretativos constantemente, sino también porque tienen que ser capaces de cantar y bailar. Y además, como los ángeles, porque en la película no hay playback, todas las voces es sonido registrado en directo. Así que abrimos el casting a toda Europa porque tenía que tener unas capacidades muy infrecuentes en un actor. A Clara la conocía de una película, I am mother, pero solo cuando la escuché cantar estuve seguro de que era nuestra Stefcia. Ella es danesa, otros son actores ingleses, irlandeses, el oficial alemán es sueco, Ada es italiana, hay actores españoles, como la pequeña Sara y los músicos… Es un casting muy abierto precisamente por su extrema dificultad.

Hablando de actores, en todas las reseñas sobre usted se menciona que ha dirigido a nombres como Ryan Reynolds, Robert de Niro, Sigourney Weaver o Uma Thurman. ¿Es especial? ¿Sentía usted que estaba ante un reto diferente?

No te lo puedes permitir, porque la posición del fan no es la que te conviene. El día que conoces a De Niro no es buena idea llevarle un DVD de Uno de los nuestros para que te lo firme. Y por otro lado, en el set hay tantas cosas que solucionar, que solo puedes concéntrate en solucionarlas. Además, trabajar con estos grandes actores es a veces muy sencillo, porque son tan buenos que todo funciona mejor.

Director, escritor, comunicador… ¿Con cuál de sus facetas se siente más identificado en estos momentos?

Con todas ellas, porque procuro no hacer público la enorme cantidad de cosas que algo mal. Pero sin ninguna duda soy escritor y soy cineasta; en mi caso no hay pluma sin cámara ni cámara sin pluma y forman parte de mi forma más íntima y natural de expresión.

Entre sus últimos estreno también figura una adaptación de La broma, una de las históricas Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador ¿Conoció usted esas historias en su momento? ¿Sabe de lo icónicas que fueron para varias generaciones?

De hecho, eso es lo que he sabido. El Chicho de mi infancia es el del Uno dos tres, pero esas historias tuvieron un lugar en mi hogar, como una especie de rincón privado del que hablaban los adultos. Recuerdo esos dos rombos prohibidos, que le daban un atractivo inevitable, y de forma furtiva me asomaba a la rendija de la puerta para tratar de robar imágenes fugaces y sonidos. Eso ha hecho que a lo largo de mi vida hayan sido tan importantes las cosas que he visto como las que no he visto pero me he imaginado. Del mismo modo que en los cines me paraba a ver las fotos e imaginaba esa película o cuando veía las carátulas en un videoclub.

Perdone el tono personal de la pregunta genérica: ¿cuál es su estado vital, con qué ánimo se enfrenta al mundo que nos rodea?

Con optimismo, un optimismo informado, no memo o ciego. Confío por algún motivo en la vida, y tengo la impresión de que cuando se riega algo con suficiente energía acaba por florecer de forma inevitable, no siempre cuando quieres y no siempre como quieres. Pero ese esfuerzo siento que no se desperdicia y que nunca es lo mismo hacer que no hacer. Teniendo bien claro que tu importancia en el mundo es minúscula, y que todo funcionaría exactamente igual si no estuvieras, así que te puedes quitar toda la presión de encima, partir del fracaso como línea de salida y, a partir de ahí, confiar en la fuerza del sentido de las cosas. Hay algo que de una forma emana de la novela, de Los años extraordinarios, de la visión que tiene Jaime Fanjul, que tiene que ver con que las cosas son, no son ni buenas ni malas, sino que simplemente son, en toda su implacabiliad. Y si decides no juzgar mucho, tu posición, por sacarte en cierta medida de la ecuación, tiene que ser inevitablemente optimista, aunque parezca paradójico.

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