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Personajes

Entrevista

Pablo d’Ors, el camino interior

El escritor y sacerdote se ha convertido en un apóstol de todo lo que implica la meditación. Su obra ha despertado la oposición de una parte importante de la jerarquía. Aunque también el apoyo del Papa Francisco.

Pablo d’Ors aboga por una literatura de la luz, que pueda nutrir la necesidad emocional y la inquietud cultural del lector.

Los Contemplativos (Galaxia Gutenberg) es probablemente el último libro que publique Pablo d’Ors. Nacido en Madrid en 1963, nieto del ensayista Eugenio d’Ors, sacerdote y escritor, su octava obra de ficción es una secuencia de siete relatos, cada uno de los cuales guarda una clave del proceso meditativo. Una práctica que le lleva ahora más que nunca al silencio, a la quietud, a la contemplación absoluta. A la renuncia de su vocación literaria, incluso.

La curiosidad heterodoxa de d’Ors le impulsó a bucear en las raíces del budismo y el taoísmo, e incluso ha practicado la meditación zen durante siete años, lo que se refleja en los diversos libros de filosofía oriental que ocupan las estanterías de su luminosa casa de un barrio popular de Madrid. Pero sobre todo, ha rescatado de la tradición cristiana una forma de auto conocimiento y crecimiento espiritual que, por razones diversas, se había asociado únicamente a otras místicas. El éxito del librito Biografía del silencio (2012), del que se vendieron 300.00 ejemplares, dedicado a ahondar en los beneficios espirituales de la meditación, le llevó a crear un movimiento “de quietud”, dice, llamado Amigos del Desierto. “Meditar es una forma de resistencia, un ejercicio contracultural. Quedarnos sentados y quietos es mucho más transformador para la sociedad”.

¿Qué fue primero, la literatura o el sacerdocio?

Yo quise ser escritor con 14, 15 años, y sacerdote solamente a los 19. O sea, que primero surgió la vocación literaria y luego la vocación sacerdotal. Yo los pongo siempre en paralelo, porque realmente han sido dos vocaciones a las que yo les he dedicado toda la energía que he sido capaz. Hasta que llegó el momento, hace no tanto tiempo, cuando comprendí existencialmente que no eran dos vocaciones, sino una sola, y que realmente no era lo sustancial. Que lo sustancial no es ser escritor, ni tampoco ser sacerdote, aunque yo lo haya vivido así durante décadas. Sino que lo sustancial es ser una persona lo más luminosa posible.

¿Qué ha conocido de usted mismo meditando?

Pues he conocido todo lo que yo no soy. Por descarte, lo que queda es lo que quizá podría ser. En primer lugar, no soy mis pensamientos ni mis sentimientos. En segundo lugar, no soy mis creencias ni mis identidades, por ejemplo, la identidad de sacerdote. Ejerzo de sacerdote y es una cosa muy hermosa y muy vocacional, pero no es mi identidad más profunda. La identificación más radical es la del cuerpo y de la mente, por eso nos cuesta soltar y morir, ¿no? porque no queremos desidentificarnos de esto. Lo que me ha hecho descubrir la meditación, poco a poco, lo que me está haciendo descubrir, porque no es que ya esté la cosa terminada, es que todo eso no es mi identidad más profunda. Para decirlo en lenguaje cristiano, yo soy el alma.

¿Cuál es la principal enfermedad espiritual de la sociedad contemporánea?

Pues quizás el narcisismo. Siempre que veo a alguien haciéndose una foto a sí mismo por la calle, me quedo muy impresionado. Porque, claro, esto era algo que no se veía hace unos años. Y habla de esa necesidad de mostrarse, y de mostrarse feliz ante los demás. Y de que necesitamos existir para los demás, y eso se presenta en los selfies en la medida en que no existimos para nosotros mismos. Por tanto, estamos buscando siempre ese reconocimiento ajeno. Quizás esa sea la enfermedad principal, que se basa en esta hiperconectividad, esto que simboliza el teléfono móvil.

Que habla precisamente de la soledad del hombre contemporáneo, ¿no?

A mayor conectividad con el exterior, pues menor con el interior y, por tanto, más sensación de aislamiento. Claro, ese narcisismo es un síntoma de un dolor más profundo.

¿Cuál es ese dolor?

Yo suelo decir que no hay una crisis espiritual, que no hay una crisis del espíritu: hay una crisis del padre y del hijo, pero no del espíritu. Es decir, que yo creo que hoy seguimos anhelando espíritu, energía, fuerza, pero hemos perdido al padre. Desde Freud en adelante, somos huérfanos.

¿Padre en qué sentido?

En el sentido de una referencia.

¿Un modelo?

De una generación, de una tradición, de un pasado, o sea, que nosotros, por ejemplo, espiritualmente hemos roto, en España y en Occidente en general, con nuestro pasado espiritual, con la Iglesia. Cada vez la gente se siente menos identificada y hay una deserción masiva; esa pérdida tienen cosas buenas, pero también contrapartidas muy muy fuertes como es este sentimiento de orfandad.

De vacío.

Todo el mundo quiere, digamos, por ejemplo, meditar, ¿no?, o aprender, pero nadie es capaz de ser discípulo, de ser hijo, de admitir a un padre, de reconocer una autoridad. O sea, tenemos alergia a las autoridades, a la jerarquía en definitiva. Allí hay una disfunción cultural importante.

Algo que han hecho muy bien las religiones orientales como el budismo o el zen, es seducir a Occidente con la meditación y otras diferentes técnicas de unión del cuerpo, la mente y el espíritu, algo en lo que quizás la religión católica falló.

Lo que intento es mostrar que en la tradición cristiana también existen los recursos suficientes para hacer la aventura interior, no porque los inventé yo, sino porque han existido, pero evidentemente no han tenido ese protagonismo que podían haber tenido, porque ha quedado como una corriente más bien subterránea o marginal. Y lo que yo propongo en Amigos del Desierto es la recuperación del llamado hesicasmo, que es la corriente espiritual meditativa dentro del cristianismo. Y bueno, pues llevar esto, traer esto al catolicismo y mostrar que no es necesario emigrar espiritualmente a estas tradiciones, porque en la nuestra, sin hacer este salto cultural, encontramos los recursos para ese viaje.

¿Por qué cree que el Papa Francisco le nombró asesor cultural de su mandato?

Es un gran misterio. En el sentido de que este nombramiento para mí ha sido muy providencial, porque al tener el aval papal, digamos que mi propuesta ha quedado bastante protegida frente a aquellos que a lo mejor la critican o piensan que no es oportuna. Entonces, claro, si tienes el aval de Papa, pues estás ya más protegido. Que me nombre, yo creo que ha hecho dos cosas: una primera, que él quería algún nombre en una línea diferente o incluso opuesta a la línea institucional que había en aquel momento en Madrid, cuando yo recibí el nombramiento, para mostrar que él empezaba algo diferente y nuevo a lo que estaba, a lo que había. Y luego también porque en el mundo de la cultura realmente no hay tantos cristianos, laicos o sacerdotes, significativos a nivel social y a nivel de fe. Y entonces, bueno, yo creo que no era tan difícil llegar a mi nombre dentro del mundo de la cultura.

En alguna ocasión ha comentado que la cultura puede ser algo que nos aleja de nosotros mismos.

Sí. Hay una hipnosis de la cultura. Es decir, que hoy la cultura cumple muchas veces la función que cumplía la religión hace algunos siglos. Y es que va a misa. Algo, por solamente ser cultural, ya tiene un prestigio que yo creo que habría que exigir una capacidad crítica mayor. En Los contemplativos, un personaje dice “¡he dejado de bañarme en la poza de la cultura y ahora me baño en el manantial de la sabiduría”. Quiero decir que la cultura contemporánea en general, la pintura, el teatro, la narrativa no te quiero ni contar, está enamorada de la sombra, está enamorada de lo oscuro. Y que realmente los así llamados productos culturales, teatrales, musicales, literarios, no nos construyen, no nos hacen mejores, sino que más bien nos ensombrecen. Y entonces, algo que te ensombrece y que no sirve para la construcción de la persona, no sé hasta qué punto realmente es un fruto del espíritu. Y por tanto, no sé hasta qué punto, más bien lo pongo en duda, tiene que entrar en la categoría de cultura. De hecho, en uno de los relatos de Los contemplativos, que es el de la Biografía de la sombra, uno de los temas es ese, desmitificar el culto al arte como una vía de realización, porque puede ser claramente una vía de perdición también.

¿No ha habido, en su caso, una prevención a la hora de incorporar de una forma tan evidente principios de otras religiones en su teoría, en sus tesis?

Por mi parte, ninguna. Ninguna. Porque siempre digo que la verdad no tiene copyright. Si realmente de verdad estás tocado por la pasión, por la verdad, pues la aceptas allá donde surge. Y vas descubriendo que la verdad se articula de distintas maneras, con distintas formulaciones, en distintos lenguajes. Nunca he creído que mi tradición era mejor que todas las demás. Ya desde muy joven, cuando tenía 20 años, cuando empezaba en el seminario, ya tenía esta pasión por conocer. Por conocer la verdad allí donde estuviera.

Pero levanta suspicacias –se le ha tratado incluso de hereje–.

El camino meditativo supone un desarticular las creencias, un resetearlas, un reconfigurarlas. Eso siempre es muy desafiante, pues te cuestiona tu nivel de adhesión o de pertenencia a una tradición. Pero yo lo tengo resuelto de manera muy sencilla. Y es que yo no estoy de acuerdo con muchísimas cosas de mi familia. O sea, de mis padres, mis hermanos y tal. Pero no por eso dejan de ser mi familia. Les quiero, aunque seamos diferentes, aunque no comulgamos en muchas cosas. Y con la familia espiritual cristiana, pues me pasa más o menos igual, ¿no? Aunque haya muchas divergencias, hay esencialmente comunión.

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