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Personajes

Axel Vervoordt, el gentleman de las artes

Lleva desde los 13 años recorriendo el mundo en busca de “objetos hermosos” y antigüedades. Ahora, el diseñador belga atesora una importante colección de arte y ejerce como interiorista de renombre mundial.

Alex Vervoordt, en una de las estancias del castillo en el que vive, en las afueras de Amberes.

Maestro entre maestros, Axel Vervoordt (Amberes, Bélgica, 1947) principió como marchand d’antiquités profesional con apenas 21 años. Galerista de prestigio, con sedes en Amberes y Hong Kong, es quizás también uno de los diseñadores de interiores más influyentes del mundo. Su prolija relación de clientes célebres e ilustres −desde reyes a magnates de la tecnología, modistos, artistas o estrellas de rock− da fe de su savoir faire.

Afable y risueño, Vervoordt es, además de un esteta, un metafísico. Sus espacios, tan poéticos como fascinantes, reflejan sus reflexiones sobre el ser, el espacio o el tiempo. En ellos se aprecia más si cabe lo que no está…, conforme a la tradicional noción japonesa del ma: “Intervalo, o espacio intermedio, que genera la tensión dinámica necesaria para apreciar una composición. Si el silencio entre notas es fundamental en música, la brevedad y el espacio vacío son igual de importantes en arte: magnifican su intensidad expresiva”. Así lo afirma en su libro Wabi Inspirations (2010), escrito junto al arquitecto Tatsuro Miki, su estrecho colaborador.

“Me atrae esa idea ligada a los términos mu y ku, alusivos a la nada o el vacío: principio capital en el budismo”, describe. También conocida como sunyata, “esta filosofía del desapego conduce a la iluminación. Además, conecta tanto con la ‘teoría del vacío’, del Movimiento ZERO, como con el concetto spaziale de Lucio Fontana y que tanto me influyó en mis primeros años. Artistas que hoy admiro, son genuinos ‘maestros del universo’ que emplean el espacio vacío o el infinito como medio para acentuar la belleza innata de las cosas que existen”.

Estancias así, “restauran, infunden energía, hacen feliz… Crear un hogar es buscar tales emociones en cada decisión. Me gusta la proporción e intento armonizar arquitectura, arte, mobiliario o antigüedades de diferentes épocas y geografías”. En su filosofía, sofisticada y sencilla a la vez, apela a wabi-sabi, término que resume la visión de que lo bello está ligado a lo imperfecto. O a la noción de engawa –espacio semicubierto de una vivienda tradicional japonesa, definido por sendos planos de madera horizontales−, para “exponer la idea de abertura, física y espiritual, y mostrar así la relación ambigua y reversible entre interior y exterior, entre vivienda y paisaje”. Vervoordt empleó ya el concepto en su pabellón wabi-sabi de la exposición In-finitum (2009), en el Palazzo Fortuny de Venecia.

Y así, sus proyectos destilan respeto por la naturaleza, la belleza de lo humilde, la simplicidad, la armonía o el poder del silencio. “Me inspiro en todos los géneros artísticos, no me importa su origen o periodo. Me gusta lo honesto, lo real”. Su personal alquimia incluye paredes de yeso desgastadas, pinturas desconchadas o maderas desnudas, como en el ático del actor Robert De Niro en Manhattan. “Quizá algo así se perciba incluso mísero, pero es muy, muy caro”. Es el contrapunto al deseo de la mayoría: que parezca caro, pero que sea barato…

Un estilo de vida a imitar

Vervoordt encarna además a un diligente guardián de edificios antiguos: “Respeto su arquitectura y, sobre todo, el paso del tiempo, su pátina; y les doy una nueva vida”. Ya en 1969, aconsejado por su madre, se adentró por un callejón medieval, el Vlaeykensgang, en el centro de Amberes flanqueado por vetustos edificios barrocos de los siglos XV y XVI que demandaban casi a gritos una intervención urgente. “Fue amor a primera vista solo pisar su empedrado. Allí nacieron Anthony Van Dyck o Jacob Jordaens”.

Y, sin más, adquirió sus primeras 11 casas. Su plan era restaurarlas, una a una, y arraigar allí su negocio de arte y antigüedades; y, sin duda, una morada afín. El gusto de su esposa May por los colores, texturas o adornos florales sería la guinda: “Un hogar debe ser la expresión del alma, de cómo se quiere vivir”. Seducidos por el estilo de vida y la hospitalidad de la anfitriona, sus clientes pronto demandaron sus servicios como interiorista. Acuerdos de confidencialidad aparte, fiel a su proverbial discreción, Vervoordt jamás revelaría su identidad; aun así, “algunos como Calvin Klein, Sting o el propio De Niro han estado muy abiertos con la prensa sobre nuestra colaboración”.

Con 13 años, ya coleccionaba “objetos hermosos y viajaba en solitario a Inglaterra tras conocimiento y tesoros”. Su carrera resultó meteórica: a los 26 adquirió su primer Lucio Fontana y, pocos años después, ya en los 80, se convirtió en un reputado innovador de tendencias. Una década más tarde, sus diseños de interiores en tonos tenues, sus superficies de piedra y suelos de madera rústica o sus amalgamas de arte contemporáneo, naturaleza y objetos raros ya influían en toda Europa y Estados Unidos.

Todo un guiño a la noción de 'engawa', la relación entre interior y exterior, entre vivienda y paisaje.

Vervoordt se estrenó como expositor en la Biennale des Antiquaires de París en 1982 con una selección de hallazgos insólitos de épocas y estilos dispares: una mesa gótica de roble, un biombo zen del siglo XVI, paredes de cordobán del XVII… Y para presentarlas: “Volviendo a lo esencial, retiré moqueta y techo y dejé la estructura del Grand Palais a la vista. Ignoraba el término, pero fue lo más parecido a un loft, a un espacio industrial”. Tal presentación, ecléctica e informal, fue reveladora para sus clientes y amigos: Valentino, los Rothschild, Nureyev o la pareja Yves Saint Laurent y Pierre Bergé.

En la siguiente edición, acudió con el grueso de la Colección Hatcher: porcelana Ming azul y blanca procedente de un naufragio fechado en 1600, rescatada por el capitán M. Hatcher en 1980, que había adquirido en una subasta de Christie’s en Amsterdam. “Cada pieza tenía un diseño único, semejante a una action painting, libre y moderna”. Ese año, Vervoordt adquirió el castillo ‘s-Gravenwezel, del siglo XII, “para vivir en un entorno natural y abordar además los desafíos logísticos de la empresa”. En 1986, familia y negocio se mudaron a sus edificios anexos.

La construcción de una ciudad

ero su gran proyecto quizá sea Kanaal, una antigua destilería de ginebra y malta de 1857 a orillas del canal fluvial Albert. En 2000 inició su paulatina transformación en una isla cultural y residencial. El resultado es “una ciudad en el campo” de casi 100 apartamentos privados, caminos serpenteantes y jardines, ampliado más tarde con un auditorio, oficinas, talleres, instalaciones y espacios temporales de la galería o el museo de la fundación del matrimonio. Un equipo multidisciplinar de cien profesionales registra, gestiona o restaura sus más de 14.000 obras.

La silueta del castillo ‘s-Gravenwezel, del siglo XII, propiedad de Vervoordt. Sus 50 estancias, cada una con su carácter y propósito, incluye objetos de períodos y estilos dispares, pero con un denominador común: su serenidad y sentido de la proporción.

“Tenemos dos departamentos: Arte y antigüedades, incluida la galería, e Interiores y diseño”. Ambos están inequívocamente unidos: “Nunca haría interiorismo sin arte o antigüedades. Siempre he tenido un profundo respeto por el artista que realiza la obra, por el proceso que ha seguido y por su significado e historia. No me interesa el aspecto decorativo de una obra de arte o un mueble”.

La exposición Artempo (2007) –producto de su fe en la inmanencia del espíritu de los viejos materiales− en el Palazzo Fortuny de Venecia, coincidiendo con la Bienal, fue su primer comisariado y el inicio de un vínculo que duró diez años. Sus seis exposiciones posteriores representaron años de estudio, investigación y jugosas revelaciones sobre el arte; cientos de obras de decenas de artistas y decenas de miles de visitantes… Tal esfuerzo cristalizó en 2008 en preservar los fondos de la Fundación Axel & May Vervoordt: más de 700 obras, desde arqueología a arte contemporáneo. “Cinco décadas de pesquisas tras lo universal en el arte, sobre sus cualidades transformadoras y su poder para cambiar vidas”. Antes, en 2002 había cofundado Inspiratum con el director de orquesta Koen Kessels: una iniciativa de mecenazgo que apoya a jóvenes talentos con becas, clases magistrales…

Boris, su hijo mayor, inauguró la galería Axel Vervoordt en 2011 en el centro histórico de Amberes, vinculándola así con el origen del emporio, el Vlaeykensgang, si bien se mudó a Kanaal seis años después. En 2014 estrenó el espacio de Hong Kong con un programa especializado en arte contemporáneo y de posguerra tanto europeo como japonés y coreano, en particular los movimientos ZERO, Gutai y Dansaekhwa.

Como profesional ya avezado y con presencia habitual en citas como la Feria de Arte de Bruselas (BRAFA), Boris percibe cambios desde la pandemia: “Hemos aprendido a comunicarnos por videoconferencia, a usar Teams o a ver obra en una Tablet o un iPad. Las galerías con programas que despierten interés y reciban ‘visitas’ regulares desde la comodidad del sillón de casa ocuparán un lugar central en el mercado del arte. Se podrá acudir a ellas puntualmente, porque conocerlas facilita su identificación, pero se convertirán en glocales; es decir, serán locales y globales a un tiempo”.

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