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España

La realidad de La Palmilla, el barrio mediático por la serie 'Malaka'

Salvador Reina, en una imagen de la serie.

La nueva serie de Televisión Española estrenada este pasado lunes, Malaka, reproduce una realidad muy concreta de un barrio de Málaga: la Palma-Palmilla. La trama, basada en la desaparición de una joven y en la que se cruzan varias historias, muestra cómo se gestionan las organizaciones criminales entre las calles de esta zona malagueña.

Entre unas drogas y otras, se muestra cómo personas de distinta procedencia se han juntado para mover las sustancias estupefacientes: gitanos y nigerianos se reparten la mayoría del pastel. La cinta, de la que van dos capítulos hasta ahora, es un thriller policíaco y por tanto no se aleja en ningún momento de la estampa delincuencial.

La Palmilla, como se la conoce popularmente a pesar de que existen dos zonas diferenciadas, se sitúa al norte del estadio de fútbol de la ciudad, al lado oeste del río Guadalmedina. Los barrios a ese lado de la corriente fluvial (escasa en Málaga la mayoría del año) son más pobres que sus vecinos del este. Pero esta zona en concreto es conocida por sus altos índices de criminalidad.

Criminalidad

Fuentes policiales confirman a Vozpópuli que en los últimos años se ha incrementado la agresividad por parte de las mafias que allí operan, que el negocio ha pasado del hachís a la cocaína, que cada vez se incautan más armas de fuego y que en la actualidad se contabilizan hasta 15 clanes distintos entre sus calles. Todo esto lo muestra Malaka a la perfección.

La pobreza también es una constante en la Palmilla. Los datos publicados por el INE entre los que se podía bucear buscando el nivel de renta por calle muestra cómo algunas personas sólo declaran ingresos por apenas 4.000 euros al año, y núcleos familiares que rebasan por poco los 13.000.

Fuentes policiales confirman a Vozpópuli que en los últimos años se ha incrementado la agresividad por parte de las mafias que allí operan, que el negocio ha pasado del hachís a la cocaína

Pero hay otra cara que no se refleja en la pequeña pantalla, al menos por ahora. Aquella que versa sobre la cooperación, la actuación del buen vecino y las ganas de salir adelante en una zona francamente difícil. Desde hace años, en la Palmilla existen dos proyectos autogestionados destinados a ayudar a los más necesitados y aquellos que por circunstancias de la vida han terminado en el peor de sus infiernos. 

El banco güeno

Uno de ellos es de esos proyectos que proveen de ese sustento indispensable como es la comida a los más necesitados. El Banco Güeno se constituía en 2012 tras la ocupación de una vieja sucursal del banco Unicaja. Desde entonces, y con la ayuda de los vecinos, ha repartido toneladas de alimento de primera necesidad.

Por sus paredes pasan casi 200 bocas que no tienen otro tipo de ayuda que la que allí les brindan, aunque detrás de cada una de ellas suele haber familias enteras. 

El otro proyecto se inició unos años antes, en 2009, pero primero merece la pena parar en la correa de transmisión entre ambos. Jesús Rodríguez, conocido en el barrio como El Chule, es el artífice de ambos “No vamos a quedarnos de brazos cruzados viendo cómo la gente se queda sin casa y los niños no tienen qué desayunar antes de ir al colegio”, dijo al abrir el centro de alimentos. Ahora se ha convertido en un personaje más de la serie haciendo de malo. Pero Rodríguez nunca fue de los buenos. En la década de los 90 ingresó en la cárcel, pero a su salida decidió que tenía que darle a la sociedad lo que le había quitado. Es ahí cuando nace la Casa de la buena vida.

La casa de la buena vida

Situada a las espaldas de La Palmilla, se trata de una antigua vivienda, con cuatro hectáreas de terreno, donde Chule y algunos voluntarios más hospedan a drogadictos con el firme propósito de rehabilitarlos. Allí duermen unas sesenta personas diariamente. Por las mañanas, tras tomar un desayuno de media hora, cada uno de los internos se dedica a distintas tareas. Desde cuidar de los animales de la finca has arreglar el suelo o las escaleras de la casa. El alimento lo consiguen ellos mismos de las verduras y fruta que da el terreno, aunque muchas veces también recurren al Banco Güeno. 

Chule y el resto se preocupan de que nadie baje al barrio solo ante la posibilidad de que puedan introducir droga en la vivienda. Si llega a ocurrir, se les expulsa durante un tiempo prudencial. Si van al médico, al hospital a por metadona o a algún tema judicial, siempre van acompañados. 

Lo primero que hicieron fue pintar la fachada y arreglar el interior. Fuera se pueden leer los nombres de los evangelistas, y en el interior frases religiosas que invitan a la oración cristiana. Es la otra cara de un barrio en el que muchas veces se hace difícil sobrevivir.

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