España

La mascarilla nos deja sin inmunidad: la bronquiolitis y otros virus saturan los hospitales

La bronquiolitis ha puesto en alerta a distintos hospitales, que están viendo como los ingresos crecen día tras día. Los expertos señalan a las mascarillas como culpables: en su día nos protegieron, pero nos quitó inmunidad

Hospital Universitario La Paz, en Madrid. EUROPA PRESS

Los casos de bronquiolitis ya saturan algunos hospitales, que a su vez viven sus horas más bajas: la falta de personal habitual se suma a una huelga en algunas comunidades que impide luchar con eficacia contra el virus sincicial (VRS), que es el que provoca la enfermedad. Una afección que está golpeando especialmente a los niños, que en algunos casos requieren de hospitalización. Aunque los expertos señalan que no hay que alarmarse porque la mayoría de estos menores se curan en casa, sí hay un porcentaje que necesita tratamiento y oxígeno. Pese a ello, las labores de contingencia ya están activas en algunos hospitales como el de Getafe (Madrid), donde han ampliado el número de camas.

Expertos como Abel Pallarés, neumólogo del Hospital Universitario Álvaro Cunqueiro, señalan al uso de las mascarillas durante dos años como uno de los motivos de esta epidemia. "Convivimos con virus y bacterias, lo que nos permite generar inmunidad". Señala que "la distancia social y la mascarilla" han hecho que no enfermemos durante mucho tiempo, pero también que ahora, sin esa protección, estemos más expuestos.

Los niños son los grandes afectados por varios motivos. "Se encuentran en entornos donde están más pegados y tienen más problemas de secreciones que los adultos", señala Pallarés a Vozpópuli. Según el Sistema de Vigilancia de Infección Respiratoria Aguda del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), los ingresos se han cuadruplicado entre los menores de cero a cuatro años en el último mes. La tasa de hospitalización ha pasado de 19,5 a 79,4 casos por 100.000 habitantes. Esta misma fuente apunta que la incidencia se ha triplicado entre la población de 0 a 14 años: de 311,6 casos a 945,7 por cada 100.000 habitantes.

El problema es que los niños conviven con adultos, lo que les convierte en transmisores de enfermedades como la bronquiolitis. Aunque estos están más protegidos por tener un sistema inmunológico más desarrollado, tampoco están exentos de contagiarse. El motivo es que tras dos años desprotegidos, "la inmunidad se recupera poco a poco" y hasta entonces, el riesgo es más alto que en otras ocasiones.

Con el fin de las mascarillas, ¿a qué se enfrenta el ser humano? Según Abel Pallarés, principalmente a "enfermedades virales, a bacterianas no tanto". Pone como ejemplo la gripe o el catarro común, dos enfermedades por las que también "hay un aumento de la presión hospitalaria y de casos". En su hospital, concretamente, han duplicado el número de pacientes ingresados en tan solo una semana. Pallarés señala que este año está siendo anómalo en cuanto a las enfermedades víricas. "Vimos casos de gripe en julio y agosto, cuando lo normal es que estos empiecen a aparecer en noviembre".

De hecho, por la debilidad del sistema inmunológico, se está vacunando también a los niños contra la gripe, "algo que nunca antes se había hecho", según relata este doctor. Pese a ello, la solución no es volver a usar la mascarilla "de forma masiva", ya que para este doctor, sería "volver para atrás", aunque sí defiende que se mantenga en los centros médicos o transporte público para frenar los contagios.

La falta de médicos satura los hospitales

Los hospitales, que en algunas comunidades se encuentran bajo mínimos por las huelgas médicas, están repletos de enfermos de bronquiolitis y otras afecciones respiratorias. Según señalan los distintos sindicatos médicos de nuestro país, el problema es que un alto porcentaje de enfermos acaban derivados en el hospital. La falta de médicos en atención primaria y otros centros extrahospitalarios hacen que muchos pacientes traten de recibir atención médica a través de urgencias.

"Todo se acaba desplazando al hospital", señala, donde se produce un efecto embudo que termina saturando los centros. La única solución, según Abel Pallarés, es que haya más profesionales que permita desahogar a los hospitales, permitiendo que existan filtros médicos que permitan que a urgencias solo lleguen los casos particularmente graves y no aquellos derivados de atención primaria.