Quantcast

España

FLORA Y FAUNA

Jordi Évole y la estrategia del lirón careto

Jordi Évole Requena nació en Cornellá de Llobrega el 21 de julio de 1974. Fue el menor de los dos hijos que tuvieron Gonzalo Évole Hurtado y su esposa la granadina Antonia Requena Hidalgo

Jordi Évole y la estrategia del lirón careto

Jordi (o Jorge) Évole Requena nació en Cornellá de Llobregat, provincia de Barcelona, el 21 de julio de 1974. Fue el menor de los dos hijos que tuvieron Gonzalo Évole Hurtado, originario de un pueblo de la Extremadura profunda, Garrovillas de Alconétar (aunque casi toda su vida la vivió en Alforja, Tarragona), y su esposa, la granadina Antonia Requena Hidalgo. El padre se dedicaba a vender muebles. Era una familia de clase media-media, trabajadora y corriente. La única “excentricidad” familiar, si es que puede llamarse así, es que Jordi es primo en tercer grado de otro Jordi famoso: Hurtado, histórico conductor del programa Saber y ganar desde las postrimerías del Imperio Carolingio.

El pequeño Jordi era un niño como tantos. Tenía una linda cara de ratoncito y de pequeño quería ser médico, como muchos niños más, aunque aquello se le pasó pronto. También estudió música y también se le pasó. No era especialmente gracioso ni dicharachero ni ocurrente, todo eso llegó después. Empezó en la guardería de las monjas de Betania, en Cornellá; luego en el cercano colegio Gaudí; hizo el BUP y el COU en el instituto Tecla Sala, de Hospitalet, y luego tuvo la ocurrencia de estudiar Comunicación Audiovisual en la Autónoma de Barcelona. Le gustaba mucho el fútbol y es barcelonista convicto y confeso: una de las pocas depresiones de su vida sobrevino cuando Leo Messi dejó el Barça. De pequeño era muy aplicado, muy buen estudiante, muy cariñoso y muy serio; pero claro, qué va a decir su madre.

Lo que sí decía su madre hace dos años es que, un día cualquiera, una vecina la paró por la calle: “He visto en la tele a un tipo que es idéntico a tu hijo. Le estaba diciendo a Andreu Buenafuente de todo menos bonito”. Había nacido El Follonero.

Todo esto tiene que ser, por fuerza, efecto de las malas compañías. Aquel niño seriecito y formal descubrió que tenía gracia y sobre todo mucha cara dura, algo que suele aprenderse en la cafetería de la Facultad. Como comunicador audiovisual, que era lo que había estudiado, hizo cosas muy raras y diversas: locutor de partidos de fútbol, reportero en la radio, cosas así. Su cara se vio por primera vez en la pequeña pantalla en la televisión local de Viladecans. 

En algún momento hubo de producirse el fatal choque de trenes con Andreu Buenafuente y su corte de los milagros, la productora El Terrat. Évole fue fichado como guionista de un programa de humor de TV3 que se llamaba La cosa nostra, felicísimo título que significa cosas completamente distintas si se dice en catalán o en italiano. Tuvo éxito: era listo y tenía gracia. Más tarde fue el “alma” del show Buenafuente, en La Sexta, siempre a la sombra de su protector. Y ahí fue donde nació el personaje (porque al principio era nada más que un personaje) de El Follonero.

Este era un golfo, un fingido espontáneo, un tuitero en carne mortal que, agazapado entre el público, interrumpía el programa para decir barbaridades, por lo general contra el presentador (el propio Buenafuente). La idea, además de novedosa, era estupenda, y tuvo un éxito inmediato. Évole aprendió allí algo que no ha olvidado nunca: el programa eres tú. El éxito eres tú. La estrella eres tú, que nadie te haga sombra. El Follonero no duró demasiado tiempo, pero no murió nunca: algo (bastante) de él queda en el Jordi Évole de hoy, más maduro y aparentemente más serio. 

En 2015, Évole ya había creado su propia productora (Producciones del Barrio) y obtuvo, por primera vez, su propio programa: Salvados, evidente burla hacia el patético Sálvame de Telecinco. Lo emitió La Sexta. Pero no era un talk show ni un late show como los que hace siempre su protector, sino un programa de entrevistas. ¿Su peculiaridad? La calidad, o el interés, o la oportunidad de los personajes a los que entrevistaba. Pero también que muchas veces no quedaba claro quién era el protagonista del asunto, si el entrevistado o el entrevistador. El caso es que el éxito fue inmenso.

Una lista escalofriante de entrevistados

Cuatro años después, en 2019, Évole decidió cambiar el nombre (y muy poco más) a su programa y llamarlo Lo de Évole: ya tenía un programa con su propio nombre, algo que han logrado Johnny Carson, Benny Hill, Tracey Ullman, Seth Meyers, Bill Maher, Ana Rosa Quintana y muy pocos más. Eso es loa gloria y lo demás son tonterías.

La lista de entrevistados de Évole es escalofriante. Y el resultado de sus entrevistas también, porque las veía todo el mundo y solían tener efectos secundarios de larga duración… o de gran intensidad. Macarena Olona (una señora que había que daba muchos gritos y se disfrazaba de flamenca) cometió pecado de suicidio político en la entrevista que le hizo Évole: no sobrevivió a aquel ridículo que hizo ella sola y se la llevó la corriente. 

Entrevistó a Nicolás Maduro, el dictador de Venezuela, algo muy difícil de conseguir. Entrevistó al tenebroso excomisario Villarejo, con quien no hablaba nadie. Su entrevista a Miguel Bosé fue escalofriante: Évole se empeñaba en hablar al cantante como si este fuese una persona normal, aunque sabía que la cabeza de aquel hombre estaba muy averiada. Y delante de las cámaras, Bosé se declaró negacionista de la pandemia de la covid-19, denostó a gritos contra las vacunas y se rio ferozmente de los dos millones de muertos que el virus se había llevado hasta entonces, haciendo gestos burlescos y arguyendo que en el mundo había más de 7.000 millones de habitantes, y que dos millones menos ni se notaban. Bosé se hundió como una piedra… hasta hoy. Évole entrevistó a Pedro Sánchez, a José María Aznar y a muchísima gente más. Llegó un momento en que eran los “famosos”, incluidos los políticos, quienes hacían lo posible y lo imposible para ser entrevistados por Évole, cuando lo normal es justo lo contrario. La única excepción de renombre fue Núñez Feijóo, que decidió no correr el riesgo.

Y entrevistó al Papa, que seguramente es la entrevista más difícil que existe hoy en el mundo junto con la de Abraham Lincoln y Marco Aurelio. Francisco no solo se dejó entrevistar por Évole (2019) sino que, cuatro años después, hizo de protagonista en un programa dirigido por el cómico y periodista, en el que el Pontífice se encontraba con jóvenes conflictivos por muchos motivos. La popularidad del Papa ni creció ni menguó con aquello. Pero la de Jordi Évole tocó el cielo, y nunca mejor dicho.

Dos anécdotas. Jordi Évole padece cataplexia, rara enfermedad que hace que, cuando el enfermo está sometido a una emoción intensa (puede ser una risa muy nerviosa o prolongada, por ejemplo), súbitamente se desmadeja, se le escapa el control sobre sus movimientos y puede llegar a perder el conocimiento, que es lo que les pasa a los narcolépticos. Esto le ha ocurrido varias veces, una de ellas en el programa El Intermedio de El Gran Wyoming.

Otra anécdota: a nadie más que a Évole se le podía ocurrir rodar un falso documental sobre el 23-F en el que los auténticos protagonistas dicen, muy serios, que todo fue un montaje para la tele. Esto se había hecho ya en EE UU: es difícil olvidar a Henry Kissinger aguantándose la risa para decir, delante de las cámaras, que la llegada del hombre a la luna fue rodada en un plató. Eso fue lo que consiguió Évole con aquella broma, Operación Palace… que mucha gente creyó que era verdad.

Decidido siempre a mantener su protagonismo (enfermedad grave de los periodistas), “la última de Évole” ha consistido en la grabación de una película documental, No me llames Ternera, que se estrena en estos días en el Festival de Cine de San Sebastián. Los protagonistas del filme son dos: José Antonio Urrutikoetxea, antiguo jefe de ETA conocido como “Josu Ternera” en el entorno de la mafia vasca, y naturalmente Jordi Évole. Antes de que nadie la haya visto, el solo anuncio de la proyección de la película ha levantado una tormenta de protestas y un manifiesto airado que firma medio millar de personas. Évole, de nuevo en la cresta de la ola, insiste en que su trabajo no “blanquea” a ETA y que sería mejor verlo antes de ponerse a gritar. 

En eso que dice no le falta razón. Pero, sea como fuere, ya ha conseguido lo que quería: que todo el mundo vuelva a hablar de él.

*     *     *

El lirón careto (Eliomys quercinus) debe muy buena parte de su vieja y merecida fama a Félix Rodríguez de la Fuente, legendario naturalista que le dedicó, hace como medio siglo, algunos documentales maravillosos y pioneros en el género de los programas televisivos de animalitos. Entre la franja de veteranos de la sociedad, el delicioso lirón careto conserva su popularidad.

Es un roedor esciuromorfo de la familia de los glíridos, lo cual, la verdad, es algo que preocupa más bien poco al bueno del lirón. Parece un ratón pero no es un ratón sino un lirón, cosa bien diferente. Es pequeño (unos 15 centímetros), gris, con un antifaz negro muy bonito, enormemente inteligente y asombrosamente activo: no para quieto un segundo. Nocturno como es, y provisto de una larga y utilísima cola peluda, corre que se las pela lo mismo por la hierba que trepa a los árboles con total maestría. Esa es la base de su estrategia para sobrevivir y triunfar: la actividad incesante.

No es excesivamente territorial, lo cual quiere decir que, con su incesante actividad, no le cuesta ningún trabajo hacerse el amo de la fiesta en la noche del bosque. Donde hay un lirón buscando alimento (vegetales, pero no le hace ascos a nada), pareja, refugio o lo que sea, es inútil tratar de destacar porque el indesmayable bicho se lleva siempre la atención de todos.

Eso sí, le pasa una cosa muy curiosa: que se duerme. Hiberna mucho tiempo, desde el otoño hasta bien entrada la primavera; pero en su época de ebullición y no parar, de pronto, paf, en mitad de la noche y de su ajetreo, “desconecta” y se echa una siestecita que puede durar entre unos segundos y varios minutos. Lo hace para recuperar fuerzas, como es comprensible. Ese es el único momento en que tienen ventaja sus depredadores porque, cuando está en plena forma, el lirón careto es listo como el hambre y les da ciento y raya a todos.

Asombroso el lirón careto. Y eso que de pequeño parecía un poco tontín.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.

  • G
    Golfos

    Menudo jeta sinvergüenza y cerdo malnacido el catalino.

  • P
    PijoListo

    A este muchacho solo le falta entrevistar a un extraterrestre. Yo le recomiendo lo haga con PJ

  • J
    JARTOTONTUS

    Queda una vez más demostrando que los charnegos, acomplejados por sus humildísimos origenes, son los peores , para hacer méritos ante sus Amos. Me recuerdan a los fanáticos chivatos judíos conversos de la Edad Media, asustados con la Inquisición y teniendo q demostrar permanentemente su cristianismo.

  • M
    maullador

    El tal Evole se metió tanto en su personaje del follonero, que al final el personaje se lo ha comido a él, necesita tanto la fama que siempre anda buscándola para seguir siendo famosete

  • H
    hulk1965

    Alguien no se ha enterado de que José no es más que disidencia controlada...

    • H
      hulk1965

      Bosé. El corrector...

  • P
    Pelosi

    No confundamos a un buen profesional del periodismo con El Follonero: éste último es un encargado de intoxicar a la opinión pública en favor de un objetivo político que encabezan Sánchez y su Banda. Es un pequeño Goebbels que bebe en las fuentes de los manuales nazis y estalinistas de manipulación de masas y goza de un presupuesto pingüe, proveído por empresarios afines.
    En tiempos de Franco hubiera trabajado en El Alcazar y tenido una página a su disposición a diario. El ministro Solís Ruiz (“la Sonrisa del Régimen”) hubiera sido su valedor y hubiera entrevistado a Pinochet, Hailes Selassie o Somoza con guante de seda y a Willy Brandt, Bruno Kreisky u Olof Palme con intencionada maldad siempre protegida por un halo de objetividad que los medios del Régimen se hubieran encargado de propagar.
    En fin, que El Follonero es una muestra más de la escoria del periodismo vendida a la política; todo régimen autoritario tiene su comunicador y él es el del Nuevo Frente Popular.

  • A
    Arendt

    Noto un leve rastro de envidia. Intuyo que al columnista le hubiera gustado llegar a ser, aunque fuera solo un poquito, tan conocido como Èvole.