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España

García-Miranda, el militar español que sobrevivió al tren de la muerte nazi y a Dachau

Una investigación revela la historia inédita del teniente coronel, miembro de un grupo de ocho exiliados a Francia que se enfrentaron a las mayores calamidades tras su detención por la Gestapo

Carnet de la Resistencia francesa del teniente coronel José María García-Miranda, capturado por los nazis en Francia
Carnet de la Resistencia francesa del teniente coronel José María García-Miranda, capturado por los nazis en Francia

Una investigación revela la historia inédita del teniente coronel José María García-Miranda Esteban-Infantes, el único superviviente de un pequeño grupo de militares españoles republicanos que fueron detenidos por la Gestapo en la localidad francesa de Vernet y trasladados, a bordo del tren de la muerte nazi, hasta el campo de concentración de Dachau. Las cartas que envió a su familia y los documentos de sus compañeros revelan las calamidades a las que tuvieron que enfrentarse bajo el penoso yugo impuesto por la Alemania de Hitler. Al igual que en el descenso a los infiernos de la Divina Comedia, de Dante Alighieri, el transcurso de los acontecimientos detalla una realidad que se vuelve asfixiante, hasta que el propio García-Miranda no encontró palabras -o no quiso- para contar qué es lo que estaba viviendo.

La historia del teniente coronel se recoge en un libro titulado Los 8 de Vernet, finalista en los Premios Ejército 2021 y editada ahora por el Ministerio de Defensa. Los investigadores, los hermanos Rafael e Icíar Pañeda Reinlein, admiten que el acceso a los documentos inéditos hasta la fecha proceden del parentesco que mantienen con García-Miranda, "el hombre de los caramelos para sus sobrinos nietos a los que nunca contó historias tristes". Pero para llegar a ser ese "hombre de los caramelos", el militar español tuvo que sobrevivir a lo indecible, resistir mucho más allá de lo que alcanza a comprender la vileza humana.

El recorrido de "los 8 de Vernet" arranca como la de otros muchos militares del bando republicano que se exiliaron en Francia tras la derrota militar en la Guerra Civil y el comienzo del franquismo. Al teniente coronel García-Miranda (46 años) le acompañaban el general Mariano Gámir (66 años), coronel Jesús Velasco (65), coronel Carlos Redondo (64), coronel César Blasco (66), teniente coronel Fernando Salavera (60), comandante Joan Amer (46) y comandante Teodoro Marín (66); "todos hombres ya entrados en años [...] con una gran experiencia bélica y militar a sus espaldas, pues habían llegado a combatir en la guerra de Marruecos de los años 20, e incluso algunos de los más mayores en las anteriores de Cuba y Filipinas", relatan los investigadores.

Detenidos por la Gestapo

Todos ellos se encontraban en vísperas de la Navidad de 1943 en el hotel Villa Alexandra, de Vernet les Bains, cuando fueron detenidos por la Gestapo. Desde allí se les trasladó a la Ciudadela de Perpiñán, una fortaleza del siglo XVI, donde iban a parar los presos de la policía secreta nazi bajo gruesas penalidades. Dos meses después, acabaron en manos de la policía francesa, que decidió su traslado al campo de concentración de Vernet d'Ariege, cerca de Toulouse. Uno de los ocho se libró de su nuevo destino: era el general Gámir, a quien le sobrevino un desmayo como resultado de las dificultades recientes que habían sufrido. Un médico decidió su ingreso en un hospital.

Parte de detención de los ocho militares españoles

Así, los siete militares españoles restantes terminaron en el campo de concentración ubicado en la región sur de Francia. Cabe recordar que, en esas fechas, la Alemania de Hitler ya había depuesto militarmente a Francia y colocado al mariscal Philippe Pétain al frente de la administración; un títere de los intereses nazis. Pero la estancia de los españoles en Vernet d'Ariege -durante cinco meses- fue menos estoica de lo previsto: compartían espacio con otros españoles, italianos y polacos, entre otros. El jefe del campo, "un comandante francés educado y honorable", brindó a los siete militares "un trato muy correcto", enviando a todos ellos a la barraca 32, "con los viejos y achacosos, donde serían tratados con consideración y respeto".

En concreto, gozaban de camastros mullidos, un saco "muy limpio" y "cuatro buenas mantas". En lugar de despertarse a las ocho de la mañana, como en el resto del campo, a su pabellón se les permitía hacerlo a las nueve. Luego llegaba el café y un "aseo heroico" con agua helada en medio de aquel invierno francés. Comían un plato de legumbres y otro de carne. Como se les consideraba "subalimentados", también se les proporcionaba leche, plato o arroz. Por la tarde leían o estudiaban -llegaron a montar un grupo de estudios para que los más jóvenes aprendieran a leer, geografía o historia- y, a la noche, tomaban sopa y legumbres secas.

¿Qué sería de ellos? Las noticias hablaban del avance de las tropas aliadas sobre diferentes posiciones de Europa. ¿Serían liberados? ¿O por el contrario tomarían una decisión drástica acerca de su destino?

Si su estancia en la Ciudadela de Perpiñán fue casi como una muerte en vida, los meses que pasaron en el campo de concentración de Vernet d'Ariege es el equiparable a una suerte de purgatorio. Mantenían una buena situación física, pero la incertidumbre más absoluta sobre su futuro inmediato. ¿Qué sería de ellos? Las noticias hablaban del avance de las tropas aliadas sobre diferentes posiciones de Europa. ¿Serían liberados? ¿O por el contrario tomarían una decisión drástica acerca de su destino?

El tren nazi del infierno

Llegó el infierno. El régimen nazi, asfixiado tras severas derrotas, redobló su presión sobre los presos en campos de concentración. Parecían volcar su frustración en ellos. Los siete militares españoles, junto a los otros 400 internos de Vernet d'Ariege, fueron a una cárcel de Toulouse el 30 de junio de 1944. Allí se encontraron con otros 300 prisioneros. Y a todos ellos, el 2 de julio, se les encajonó en un tren. La palabra 'encajar' puede quedarse corta ante aquella realidad. En cada vagón donde cabían 40 personas metieron al doble. Era el convoy de la muerte. 905 kilómetros hasta Dachau, uno de los campos de exterminio nazi.

¿Cuánto se tarda en recorrer 905 kilómetros en tren? En tiempos actuales, unas cuantas horas. En aquellas fechas, probablemente tres días. Ellos lo hicieron en dos meses. Las crónicas de los presentes revelan las largas semanas que pasaban a bordo sin apenas bajar más que algunos minutos y en momentos muy puntuales a tomar el aire libre. "Condiciones infrahumanas, un calor insoportable, apenas sin agua ni comida", detallan los investigadores. Toulouse, Burdeos, Angulema, vuelta a Toulouse, Nimes, Lyon, Dijon, Metz... son sólo algunas de las paradas que hicieron durante los dos meses que duró el viaje.

"El cansancio nos va agotando, somos tantos que tenemos que turnarnos para sentarnos y pasamos una gran parte del día y de la noche de pie", detallan las víctimas de aquellas calamidades. Todo ello con la incertidumbre de parar en mitad de la nada, sometidos a traslados en los momentos más intempestivos, o parados a bordo de un tren que no arrancaba durante horas. La desesperación los sometía. La muerte acechaba y se cobraba sus presas. Mero ganado cuyas vidas no valían las más mínimas atenciones.

Y llegaban las ametralladoras. En medio de aquel conflicto total, el tren también sufría las embestidas de la guerra. Les disparaban, explotaban las bombas. Morían o caían heridos. Y los que quedaban en un estado ya incompatible con la vida eran directamente liquidados por los guardias alemanes. Unos pocos conseguían escapar: "Algunos lo consiguen de forma alucinante; levantando el suelo de un vagón, descolgándose y dejando encogidos que el tren pasara sobre ellos [sic]", recogió García-Miranda en su diario. El convoy alcanzó su destino notablemente más ligero que en su partida, con unos 200 hombres menos.

Dachau

Llegaron a Dachau. "Parado el tren fuera del andén, fuimos obligados a golpe de culata a saltar de una altura de un buen metro cayendo unos encima de otros. Entonces nos lanzaron los perros adiestrados, que mordían a los que no podían ponerse a la defensiva. El coronel César Blasco, de edad avanzada, fue herido de gravedad en el brazo por una de esas fieras", resume el teniente coronel en sus anotaciones manuscritas.

Horno crematorio de Dachau

Eran siete los militares españoles, pero no todos llegaron a ver el horror de Dachau en su máximo esplendor. El coronel Velasco estaba ya muy enfermo, lo apartaron del grupo y sus compañeros nunca más volvieron a saber de él. Su destino fue otro campo de concentración, el de Bergen-Belsen, donde murió. Los seis restantes se enfrentaron a una lotería mortal; a los guardias les bastaba cualquier pretexto para arrebatarles la vida. Y si no eran ellos, eran las enfermedades, el hambre o la falta de ganas de vivir. Incluso se sometió a los internos a pruebas científicas: "El hundimiento moral total del ser humano. Al elegir salvarte... podías provocar la muerte de otros", resume el teniente coronel García-Miranda.

Entre ellos, el teniente coronel José María García-Miranda, que con dificultad arrastraba los 39 kilos que pesaba su cuerpo.

Cada segundo de aquella existencia era un infierno. Minutos, horas, días, semanas... meses. Las tropas de la 20ª División Blindada del 7º Ejército de Estados Unidos liberaron el campo de concentración de Dachau a finales de abril de 1945. Se encontraron con pilas de cadáveres y miles de muertos en vida; cerca de 32.000 prisioneros que aún podían contar lo que habían vivido. Entre ellos, el teniente coronel José María García-Miranda, que con dificultad arrastraba los 39 kilos que pesaba su cuerpo.

A duras penas escribió una carta a su mujer, Lucía: "Una triste noticia: todos los otros camaradas, Velasco, Blasco, Marín, Salavera, Redondo y Amer han muerto de tifus y de hambre". Alguno de ellos murió en sus brazos, abrazados en la noche, mientras le hablaba de sus hijos. Poco después mandó otra, en la que anunciaba que su evacuación no sería tan rápida como esperaban debido a su estado de "miseria fisiológica". Hostigados por el "hambre, los malos tratos y el refinamiento en atormentarnos", epidemias como el "tifus, diarrea y otras lacras" se cebaron con los supervivientes. Su testimonio habla de "palos", "cámara de los gases", "horno crematorio", "los piojos que nos comían vivos", "malos tratos", "vejámenes"...: "Los que quedamos vivimos de milagro, pues incluso en los últimos días los organismos criminales del nazismo habían decidido exterminarnos".

Figúrate las ganas que tengo de abrazarte y reponerme a tu lado disfrutando de un poco de tranquilidad!", imploraba el militar español a su mujer. Un deseo que llegó a ver cumplido, para regresar al cabo de los años con ella, su Lucía, a España. En nuestro país "se convirtió en el hombre de los caramelos para sus sobrinos nietos a los que nunca contó historias tristes". Los hermanos Rafael e Icíar Pañeda Reinlein han recompuesto su historia a partir de documentos, libros, contactos con asociaciones y testigos indirectos, con el objetivo de que el "sacrificio y calvario" de su tío abuelo y de todos los que pasaron por Dachau "no quede en el olvido".

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