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¿Dónde metemos a tanta gente? Santiago recibe cada año una avalancha de peregrinos equivalente a cinco veces su población

La ciudad registró en 2023 la llegada de casi 500.000 caminantes, para satisfacción del sector hostelero y el hartazgo creciente de muchos vecinos

¿Dónde metemos a tanta gente? Santiago recibe cada año una avalancha de peregrinos equivalente a cinco veces su población
Peregrinos

Con el verano a la vuelta de la esquina y recién terminada una Semana Santa en la que, pese a la incesante lluvia, casi 15.000 peregrinos desembarcaron con sus mochilas en Santiago de Compostela, ha vuelto a ganar intensidad el debate sobre la necesidad de poner en marcha medidas tendentes a ordenar la llegada de grupos muy numerosos durante julio y agosto, en los que la ciudad recibe verdaderas avalanchas de visitantes procedentes de los cinco continentes.

Al igual que ocurre en otros destinos muy turísticos, Santiago de Compostela se convierte durante la temporada alta, que se extiende ya desde abril a octubre debido al tirón de la Ruta Jacobea, en una ciudad a veces incómoda para vivir, trabajar y disfrutar con tranquilidad de los espacios públicos debido a la saturación de visitantes. Como muestra, valga este botón: durante el pasado año, la capital gallega recibió a casi 500.000 peregrinos, cifra que supone multiplicar por cinco su población total, que no alcanza los 100.000 habitantes. Si a eso le sumamos los muchos miles de viajeros que llegan a bordo de sus vehículos, en autobús, en tren o en avión, resulta fácil imaginar lo difícil que es meter a tanta gente en un espacio tan reducido.

Hasta hace pocos años, las quejas vecinales se concentraban prácticamente en los residentes del casco histórico, zona que no para de perder población ‘fija’ a causa de la presión turística, pero la preocupación y el malestar se ha extendido últimamente a otros barrios a causa de múltiples factores bien conocidos y analizados a fondo en otras ciudades europeas cuyas economías dependen, en un altísimo porcentaje, del sector de la hostelería y del comercio.

¿Corre Santiago el riesgo de convertirse en una nueva Venecia, Dubrovnick o Brujas? ¿La preocupación vecinal tiene fundamentos sólidos o existe también un creciente síndrome relacionado con la denominada turismofobia? Opiniones hay para todos los gustos, pero lo cierto es que el debate lleva años encima de la mesa y que cada vez más vecinos exigen a las autoridades públicas poner en marcha medidas efectivas tendentes a evitar que Compostela se convierta, cada año un poco más, en una especie de parque temático con la Catedral, la plaza del Obradoiro y los restaurantes del Franco como principales protagonistas.

El principal problema es cómo equilibrar todos los intereses en juego con el fin de lograr un objetivo muy difícil o imposible de conseguir, no otro que mantener el tirón turístico de la ciudad, su principal fuente de ingresos, sin que ello origine demasiados conflictos entre una población cuyo malestar no para de incrementarse al comprobar que cada vez resulta más complicado y más caro alquilar una vivienda familiar por culpa de la brutal proliferación de pisos turísticos, que el servicio de recogida de basuras no da abasto para mantener las calles en un estado decoroso o que acciones tan comunes como coger un taxi pueden convertirse, con demasiada frecuencia, en una odisea.

Las protestas también se refieren a la pérdida de la ‘esencia ciudadana’ y de la ‘vida de barrio’ tanto en la zona monumental, donde apenas residen ya familias o estudiantes universitarios debido a los altos precios de la vivienda, a la escasez de servicios dirigidos a la ‘gente normal’ y a la saturación de excursionistas, como en otras áreas próximas a las que también se ha extendido la presión turística. En cuanto al ambiente universitario que siempre ha caracterizado a la capital gallega, donde cada año desembarcan en torno a 20.000 jóvenes que cursan estudios superiores, todo sigue más o menos igual, pero cada vez son más los que se ven obligados a buscar refugio en municipios limítrofes por los problemas ya apuntados, es decir, la grave escasez de viviendas dedicadas a alquileres de larga duración, el fuerte incremento de los precios y, con frecuencia, el mal estado de los pisos que se ofrecen al público estudiantil.

Restricciones a la proliferación de pisos vacacionales

Ante estos problemas, las últimas corporaciones municipales han puesto en marcha diversas medidas para intentar paliarlos, con resultados de momento poco apreciables. Entre ellas figuran las restricciones impuestas a la creación de nuevas viviendas vacacionales y la elaboración de proyectos que tienen por objetivo sacar al mercado parte de los cinco mil inmuebles que, según cálculos del Ayuntamiento, permanecen vacíos, pero el plan estrella del nuevo gobierno local, dirigido por las fuerzas de izquierda BNG y Compostela Aberta, es implementar cuanto antes una tasa turística a pagar por quienes pernocten en Compostela. Los defensores de esta medida, que de aprobarse por la Xunta convertirá a Santiago en la primera ciudad gallega en cobrar a los visitantes, afirman que el objetivo no es frenar la afluencia turística, sino implicar a los forasteros, por supuesto a golpe de billetera, en la conservación del patrimonio de la zona monumental, la necesaria ampliación del servicio de recogida de basuras y, entre otras cuestiones, la puesta en marcha de actividades culturales y de ocio que permitan desestacionalizar el turismo, de forma que no todo venga de golpe en los meses de buen tiempo.

La corporación precedente, presidida por el socialista Xosé Sánchez Bugallo, ya defendió con vehemencia este proyecto pese a su rechazo anterior, pero la demora en presentar un plan concreto y los recelos de la Xunta a implantar dicho modelo en Galicia frenaron su puesta en marcha. Ahora, todo indica que no habrá vuelta atrás. Es decir, que Santiago se unirá más pronto que tarde al reducido grupo de urbes españolas, siete, que cobran a los visitantes por pernoctar en ellas. Se trata de Barcelona, Gerona, Tarragona, Lleida, Ibiza, Menorca y Palma de Mallorca, aunque varias ciudades andaluzas, especialmente Granada, quieren sumarse también al carro cuanto antes.

Venecia cobrará 5 euros/día a los excursionistas que no pernocten en la ciudad

A nivel europeo, el número crece hasta casi 140. Entre ellas destaca Venecia, que lleva ya varios años cobrando una tasa turística a los visitantes que pernoctan en la ciudad y que ahora se ha sacado de la manga un nuevo impuesto centrado en los excursionistas de un solo día. Así, a finales de este mes está previsto que quienes entren en la ciudad de los canales sin tener reserva de hotel tendrán que desembolsar cinco euros, por lo que se convertirá en la primera urbe mundial que cobrará por el mero hecho de cruzar la ‘frontera’.

En Galicia, el presidente de la Xunta está a la espera de que el Ayuntamiento de Santiago, con la nacionalista Goretti Sanmartín al frente, le remita el informe que le pidió para poder analizar a fondo la propuesta. Alfonso Rueda nunca fue partidario de imponer tasas a los forasteros, pero el pasado año mostró su disponibilidad a estudiar con detenimiento su implantación siempre y cuando se llegue a un consenso muy firme con el sector turístico, que el Ayuntamiento se encargue de recaudarla y que todos los fondos obtenidos, salvo los de gestión, se reinviertan en medidas relacionadas con la sostenibilidad turística. La propuesta de Sanmartín consiste en cobrar entre 0,5 y 2,5 euros por visitante y noche, según la categoría del establecimiento donde se hospede. El máximo a cobrar será el equivalente a seis días, los menores de edad quedarán exentos y tampoco tendrán que hacer desembolso alguno quienes se desplacen a la ciudad por asuntos ajenos al ocio. Con estas cifras, y teniendo en cuenta que Santiago registra una media de 1,5 millones de pernoctaciones anuales, el Consistorio pretende recaudar unos 2,5 millones de euros al año.

Durante el pasado verano, la llegada de constantes riadas de peregrinos volvió a encender los ánimos de numerosos residentes que, lejos de disfrutar del peculiar y animado ambiente que generan este tipo de visitantes, confiesan ya sin reserva alguna el hartazgo que sienten al ver invadidos sus barrios por miles de excursionistas que a veces, aunque son minoría, no se comportan de una forma civilizada, en referencia a los que transitan en bicicleta sin respetar las normas de circulación, preparan picnics improvisados donde mejor les parece (incluso sobre las históricas piedras del Obradoiro) y hasta duermen al raso si no encuentran techo bajo el que guarecerse.

Pero lo peor son, según afirman, los cánticos de todo tipo que entonan, a voz en grito y en gran variedad de idiomas, numerosos grupos cuando se van acercando al casco histórico. De tales ‘gorgoritos’ saben mucho los vecinos de San Lázaro, Concheiros, la rúa de San Pedro, Casas Reais y otras muchas calles que, por ser la puerta de entrada a la ciudad desde el Camino Francés, reciben cada día y a todas horas el desembarco de miles de transeúntes. Quienes peregrinan en solitario, en pareja o en pequeños grupos suelen caminar en silencio, pero el panorama cambia de una forma radical cuando se trata de excursiones organizadas por colegios, universidades o asociaciones juveniles de todo tipo. Entonces, decenas de voces al unísono empiezan a entonar canciones que llevan ensayadas mientras ondean al aire las banderas o emblemas que dan constancia de su procedencia, actitud que en absoluto perturbaría la paz ciudadana si no fuese porque la escena se repite cada pocos minutos en unas calles ya cansadas de soportar de forma permanente una especie de ‘Operación Triunfo’ en lenguas procedentes de múltiples países.

Por fortuna, el trap y el reguetón aún no forman parte de la inmensa mayoría de los repertorios que ‘desenfundan’ los peregrinos al llegar a su destino, pero en cualquier momento podría acaecer tal desastre. ¿Habrá que orar mucho al Apóstol para evitarlo? Cada cual que siga la estrategia que considere más adecuada.

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