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Enrique Arnaldo y el proceder del págalo rabero

Pablo Casado prometió a Enrique Arnaldo que le llevaría hasta donde él quería llegar: el Tribunal Constitucional, a cuyo ámbito de conocimiento el jurista ha dedicado la mayor parte de su vida profesional. Lo cumplió

Enrique Arnaldo y el proceder del págalo rabero

Enrique Arnaldo Alcubilla nació en Madrid el 10 de agosto de 1957. Es el hijo mayor de Enrique Arnaldo y Arnaldo y de su esposa, María del Pilar Alcubilla Sanz. Es una familia de tradición jurídica. A nadie extrañó que el joven Enrique estudiase Derecho. Tomó la decisión “mediado el bachillerato”, como él mismo dice, y se licenció en la Universidad Complutense casi a finales de los años 80.

Arnaldo dijo alguna vez, en tono jocoso, que los juristas se veían casi obligados a hinchar su currículo para que la Administración les reconociese los quinquenios. A él no le hace falta. Su trayectoria como jurista casi da para un tomo del Espasa. A día de hoy podría decirse que parece haberla planeado, casi desde que era un muchacho, para llegar a donde acaba de llegar: el Tribunal Constitucional, aunque su llegada a la meta ha levantado una polvareda considerable.

Hombre trabajador y disciplinado, a los 26 años, después de la consabida mili y de una seria enfermedad que entonces (20 años tenía) le dejó con un 90% de discapacidad, ganó su primera oposición importante: la de Técnicos de la Administración Civil del Estado, como aparece en el BOE de 9 de enero de 1984. Su primer destino fue en Toledo, en la dirección provincial de Educación. Pero aquello era como el poyo sobre el que se pone en pie el nadador para tirarse al agua. Pidió pronto la excedencia y, en 1985 aprobó el último examen para ser letrado de las Cortes. Tomó posesión en 1986, año en que se casó con Isabel Benzo Sainz. En el Congreso de los Diputados ha participado, como letrado, en numerosas comisiones de todo género.

Enrique Arnaldo es un hombre profundamente católico y profundamente conservador. Ha presidido durante décadas (y preside hoy) la organización Castilla La Mancha Inclusiva, que integra a personas con discapacidad física y orgánica. Ahí fue, como dice él mismo, donde descubrió al Señor Jesús, como le llama. Desde 1996 a 2001 fue vocal del Consejo General del Poder Judicial, elegido a propuesta del PP. En 2002 fue nombrado profesor titular de Derecho Constitucional en la universidad pública Rey Juan Carlos, cuya sede central está en Móstoles (Madrid). Ganaría la cátedra en 2013. Pero su evidente proximidad ideológica (y también de amistades personales) al partido conservador no hizo que diese, como tantos, el peligroso salto a la política: nunca fue diputado ni director general ni ministro, aunque ofrecimientos no faltaron. Lo suyo era el Derecho.

El Derecho y la escritura. Hacia 2008 comenzó a escribir artículos de opinión en el diario ultraconservador El Imparcial. Ha publicado más de 300. Su buena sintaxis, algunas veces lacerada por el uso innecesario de gerundios (enfermedad profesional de los juristas), no logró que el profesor Arnaldo disimulase sus posiciones políticas, inequívocamente radicales. Se mostró frontalmente en contra de la interrupción voluntaria del embarazo, en todos los supuestos. Hizo lo mismo con la eutanasia. Y se opuso también con toda contundencia, al hablar de la Ley de Memoria Histórica, a que las familias de los asesinados durante la guerra civil buscasen los huesos de sus muertos en las fosas comunes. También arremetió contra el procès secesionista de Cataluña, comunidad de la que dijo que se había constituido en “zona exenta de la Constitución, al rebelarse contra la supremacía de esta y sustituirla por su voluntad desnuda”. Y lo que dijo del expresidente Zapatero entra ya en el terreno de la sátira o de la burla, pero en eso no fue el único ni muchísimo menos.

Desde 2003 es ponente, colaborador, asistente o como se quiera llamarlo de FAES, la fundación originalmente vinculada al PP y controlada por el expresidente José María Aznar. En 2001 abrió, junto con su gran amigo Ramón Entrena, el despacho de abogados Estudios Jurídicos y Procesales, en el que se ha mantenido al menos hasta 2017. También fue administrador único de otra sociedad, Centro de Estudios Sanpase 2009, ya extinguida. Fue presidente del Tribunal Administrativo del Deporte. También consejero del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, ya bajo la presidencia de Isabel Díaz Ayuso. Tan solo en los últimos tres años ha publicado ocho libros. Quiérese decir con todo esto que no para quieto un segundo; que siempre tuvo muy claro hacia dónde quería ir, aunque fuese con rodeos futbolístico-taurinos, y que no le han dolido prendas para hacerlo.

Algunas de esas prendas que no le han dolido a Enrique Arnaldo fueron claramente peligrosas. Entre 2010 y 2011, Arnaldo estuvo imputado por la Justicia en el caso de corrupción del PP balear conocido como “Palma Arena”, que acabó con el expresidente balear Jaume Matas en la cárcel. Pero a Arnaldo luego lo desimputaron y la cosa acabó, para él, en nada, aunque la flecha pasó cerca. Lo mismo que la del “caso Lezo”, en el que el protagonista es el expresidente de Madrid Ignacio González. La Guardia Civil tiene grabaciones de charlas “distendidas” entre González y Arnaldo en las que queda claro que este, antiguo vocal del Poder Judicial, estaba “moviéndose” para conseguir que se colocasen fiscales “afines” en algunas de las causas que se seguían contra Ignacio González, y que finalmente acabaron con su carrera política.

Que si enchufó a su hijo y a algunos amigos en un master de su universidad, la Rey Juan Carlos. Que si invitó a dar clases a otros amigos y compañeros del Colegio de Procuradores, de cuya junta directiva era abogado. Que si las incompatibilidades se rompieron o al menos se rozaron. Que si Arnaldo incumplió durante años la Ley Orgánica de Universidades. Que si…

Pablo Casado prometió a Enrique Arnaldo que le llevaría hasta donde él quería llegar: el Tribunal Constitucional, a cuyo ámbito de conocimiento el jurista ha dedicado la mayor parte de su vida profesional. Lo cumplió. Cuando el PP se decidió a desbloquear los nombramientos de algunas instituciones fundamentales del Estado (no de todas), Enrique Alarcón fue propuesto para formar parte del TC, junto con Concepción Espejel. En el PSOE se echaron las manos a la cabeza. Más a la izquierda del PSOE hubo casi aullidos de indignación. En el PP, sotto voce, no faltaron quienes consideraron esa propuesta como un “grave error”.

Se dio una circunstancia curiosísima. En el Congreso, los diputados que apoyan al Gobierno tenían que votar a favor de la candidatura de Arnaldo (a quien muchos no pueden ni ver) si querían que, efectivamente, se desbloquease el nombramiento de nuevos magistrados. Y así se hizo, aunque fuese, como dijo alguno, “con la nariz tapada”. Pero hubo once votos menos de los “previstos” en apoyo del constitucionalista conservador. También en el pleno del propio TC hubo un magistrado, no se sabe cuál, que votó en contra de Arnaldo. Pero también votó en contra de todos los demás, así que…

No faltaron las voces, dentro del mundo del Derecho, que pidieron directamente a Enrique Arnaldo que renunciase a su silla en el Constitucional. Más que nada por lo que él mismo había dicho: “Un candidato a formar parte del Tribunal Constitucional no solo debe tener una trayectoria intachable, sino que ha de parecer honesto e íntegro”. No lo hizo. En cuanto jure ante el Rey, Enrique Arnaldo habrá llegado a donde siempre quiso estar.

El págalo rabero

El págalo rabero (Stercorarius longicaudus) es un ave charadriiforme de la familia de los estercóridos. Está emparentado con las gaviotas y durante muchos años se creyó que formaba parte de su familia. Pero no, no: aunque se parecen muchísimo, una cosa son las gaviotas y otra los págalos.

Habita en las regiones árticas de América y Eurasia, pero son aves marinas migratorias y pueden verse págalos en zonas e instituciones muy alejadas de su hábitat natural, incluso en los mares del sur. El págalo rabero es un ave fuerte, decidida, disciplinada, que tiene mucho carácter y que no suele andarse con contemplaciones.

La verdad es que las gaviotas y los charranes temen a los págalos. Por su naturaleza, el págalo es un depredador. Lo normal es que se alimente de peces y de lemmings, que caza con mucha eficacia. Pero en muchas ocasiones, cuando sus presas naturales escasean, el págalo rabero ataca a otras aves, bien para robarles sus propias capturas o bien para comérselas, sin más historias. No es raro ver cómo los págalos, más grandes y no menos ágiles que las gaviotas, acosan a estas en pleno vuelo, hasta que consiguen que la gaviota vomite lo que ha pescado: ese es el alimento del págalo en esas ocasiones.

Anidan, como gaviotas y charranes árticos, en un hueco en el suelo, cerca de ellas, frente al mar. Eso a los grupos parlamentarios de las gaviotas y otras aves que andan por allí no termina de gustarles, más bien al contrario, porque conocen al págalo y saben que hay que tener cuidado con él. Es más: no faltan ocasiones en que el págalo desaloja a otras aves de sus nidos para ocuparlos él.

Pero todos saben que, aunque no les guste, lo importante en la pedregosa playa es la convivencia. Sin eso no hay nada que hacer. Así que, aunque sea con grandes aspavientos y graznidos, las aves de la costa acaban por aceptar la presencia del págalo. Las gaviotas, incluso, le sonríen con cierta complicidad, como si le dijesen: “Bueeeno, bueno; pues qué bien que esté usted por aquí, ¿eh? ¿Le apetece una sardinita, señoría?”.

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