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Bienestar

Parador de Plasencia: para el descanso del cuerpo y el alma

Parador de Plasencia

Dicen que Plasencia significa “grata a Dios y a los hombres” y lo cierto es que resulta muy grata a aquellos que la visitan. Esta localidad del norte de Cáceres, a las puertas del valle del Jerte, es un remanso de paz a pocas horas de Madrid. De ritmo pausado, sin prisas, en Plasencia uno puede disfrutar de la arquitectura (su centro es una maravilla, con numerosos palacios y dos catedrales, una nueva, del siglo XV y la vieja, del XIII); de la gastronomía (con platos típicos de la región) y de la naturaleza. No en vano, el valle del Jerte está cerca pero además la ciudad cuenta con un pulmón verde, la isla, con varias rutas a lo largo del río que harán las delicias de los amantes de la bici, de la carrera o, simplemente, del paseo.

Pero además, Plasencia cuenta con uno de los paradores más bonitos de la red: enclavado en el casco histórico, el establecimiento ocupa lo que fue el antiguo convento de San Vicente Ferrer, también conocido como convento de Santo Domingo. El establecimiento es una joya arquitectónica que fue construido por los duques de Plasencia a finales del siglo XV y cuenta con varias curiosidades. Fue sede, por ejemplo, de la primera escuela universitaria de la ciudad y además exhibe restos de una antigua sinagoga donde se encontró el puntero con el que el rabino leía la Torá.

Escalera volada

Aparte de su bonito claustro, destaca la escalera volada, del siglo XVI, que da paso a las habitaciones de una de las alas y una pequeña maravilla que actualmente está cerrada por la covid-19, un bar de noche situado en lo que fueran las bodegas de los monjes. Allí, en un entorno de lo más particular, se podía disfrutar hasta hace poco de una copa a la vez que se escuchaba música jazz, algo que esperamos vuelva a realizarse en cuanto la pandemia lo permita.

Otro elemento que llama la atención del parador es la sala capitular, convertida en comedor: el techo es de vigas de madera, hay un asiento corrido de granito y las paredes cuentan con un zócalo de azulejos policromados de Talavera del siglo XVI. Pero no solo hay espacio allí para la belleza en los muros, también en los platos, un claro homenaje a la gastronomía extremeña: pimientos, tomates, cardillos, criadillas, productos de cerdo ibérico (cómo no), carne de caza, migas… Y un consejo: no se vaya sin pedir un café ya que el restaurante ofrece uno de los mejores cafés que pueden tomarse en España, damos fe.

Piscina

En las habitaciones podrá a dormir a pierna suelta porque la ubicación del parador y sus gruesos muros de piedra hacen que no se oiga absolutamente ningún ruido, salvo el castañeteo del pico de las vecinas cigüeñas (como curiosidad, se denomina crotoreo), que tienen nidos en los aledaños del hotel.

Bar de noche

Desde allí, amén de disfrutar de Plasencia y de sus mágicos rincones, podrá realizar excursiones a los alrededores: al magnífico parque de Monfragüe, situado a un tiro de piedra en coche; a las hermosas y poco explotadas Hurdes, la comarca de la Vera, el Jerte, etc.

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