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Bienestar

Kinesiofobia: cuando el miedo al movimiento nos paraliza

La inactividad física y el sedentarismo –que afectan al 36,8 % de la población en los países desarrollados– constituyen importantes factores de riesgo de muchas enfermedades

Kinesiofobia: cuando el miedo al movimiento nos paraliza
Kinesiofobia: cuando el miedo al movimiento nos paraliza

Está demostrado que una buena comunicación entre el profesional sanitario y el paciente resulta fundamental para el proceso de recuperación. Desde el punto de vista de la fisioterapia, este es un factor particularmente decisivo cuando entra en escena la kinesiofobia o fobia al movimiento.

Las falsas creencias, en el origen del problema

El individuo aquejado de kinesiofobia manifiesta miedo a que determinados movimientos afecten negativamente a su salud o le produzcan una lesión, lo que le lleva a evitarlos. Además, esta situación hace que experimente más dolor y esté más alerta sobre su estado. Puede llegar a afectar hasta al 72 % de los pacientes con dolor crónico.

A diferencia de otras fobias, en las que los afectados generalmente suelen ser conscientes de la irracionalidad de sus temores, las personas con kinesiofobia creen que evitar el movimiento es una respuesta apropiada. En consecuencia, llevan a cabo conductas nocivas y experimentan una disminución de su capacidad funcional general.

Las investigaciones sobre este trastorno han crecido exponencialmente en los últimos años. Nos enfrentamos a un concepto complejo, pues abarca factores no sólo relacionados con la conducta del individuo hacia el movimiento, sino con las creencias que tiene sobre el mismo, verdadero origen del problema.

El panorama se complica aún más si tenemos en cuenta que el afectado no es consciente de esas falsas ideas y no puede manejarlas voluntariamente. Veamos cómo se llega a esta situación.

Buena comunicación contra la kinesiofobia

En un artículo publicado en la revista Rehabilitación, analizamos un total de trece trabajos que abordaban cómo afecta la comunicación con el paciente sobre la kinesiofobia. Y de acuerdo a nuestro análisis, la evidencia científica demuestra que, efectivamente, el impacto es importante.

En los estudios examinados, cuando a los sujetos se les proporciona una expectativa positiva o se les imparte educación sobre su condición, disminuye el miedo al movimiento. En cambio, si los pacientes reciben mensajes con connotaciones negativas, discapacitantes o sobreprotectoras, aumenta la kinesiofobia. Por desgracia, el efecto de los mensajes negativos posiblemente es más duradero que el de los positivos.

Abocados al sedentarismo

La inactividad física y el sedentarismo –que afectan al 36,8 % de la población en los países desarrollados– constituyen importantes factores de riesgo de muchas enfermedades. Son dolencias que se verían favorecidas por el ejercicio, cuyos beneficios para la salud han sido ampliamente demostrados en múltiples estudios. Un individuo con kinesiofobia va a ser posiblemente sedentario.

Pero lo más grave son las informaciones u opiniones científicamente infundadas –seguro que muchas les suenan– que fomentan ese miedo al movimiento: “no cojas peso”, “cuidado con la postura"… Además, tiende a patologizarse la normalidad: "tienes una pierna más larga que otra, y por eso te duele”, “sufres mucho desgaste en la columna”, etcétera. A veces, incluso los consejos positivos son limitantes: “para el dolor de espalda, lo mejor es la natación”.

Estos mensajes siguen actuando como dogmas dentro de la sociedad actual. Se han interiorizado sin nuestro “permiso” y forman parte de nuestra cultura. Y, sin embargo, son rotundamente falsos.

¿Qué hago si tengo kinesiofobia?

La kinesiofobia no es algo que algunos tenemos y otros no, pues el miedo es una emoción ligada al comportamiento humano. Debemos juzgarla como un espectro, y valorar qué grado de kinesiofobia presenta el paciente. La consideraremos relevante cuando lo aboque a conductas disfuncionales.

La experiencia clínica y la formación del fisioterapeuta serán determinantes para detectarla en el relato del paciente y, sobre todo, para reconducirla.

El primer paso es “reparar”, a través de la educación, la brecha entre el conocimiento científico y las ideas que el individuo ha recibido. Esto es fundamental: no habrá cambio en la conducta si no hay un cambio en la creencia. El segundo paso será, igual que ante cualquier fobia, exponerse gradualmente a ella.

En definitiva, la kinesiofobia está detrás de muchas secuelas y disfunciones de movimiento. La ciencia es contundente en este tema: los profesionales sanitarios deben poseer las habilidades comunicativas adecuadas para guiar al paciente durante su proceso, a fin de evitar reforzar ideas erróneas y potencialmente incapacitantes.

Lorenzo Antonio Justo Cousiño, Profesor de la Facultad de Fisioterapia. Fisioterapeuta, Doctor en Neurociencia, Universidade de Vigo y Carlos Pita Martínez, Fisioterapia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation
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