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Bienestar

Por qué el estrés favorece la aparición de acné (y qué hacer con esos granos)

No te extrañes si cuando en los momentos de más estrés tu piel parece tener vida propia y recordarte a tu adolescencia, salpicando el rostro de espinillas y granos

Miles de adolescentes aterrorizados por granos, espinillas y acné frente al espejo no podían estar equivocados. La pubescencia, florida a través de estas pequeñas acumulaciones sebáceas, martiriza así a generaciones desde hace siglos. Ya en la madurez, cuando parecen simples recuerdos del pasado, es posible que el estrés venga a recordarte que los granos no se quedan en la barrera de la minoría de edad.

Se produce así un subidón hormonal, principalmente adrenalina y cortisol, que elevan la presión sanguínea y nos ponen en alerta de forma temporal. Este proceso, necesario en caso de riesgo, con la evolución ha acabado cronificándose en muchas personas, viviendo en un estado de estrés permanente que afecta a todo nuestro cuerpo, incluyendo a nuestro órgano más grande: la piel.

Las causas del estrés pueden ser muchas, y las formas en las que se manifiesta también son diversas y de mayor o menor intensidad. Es cierto que en pequeñas dosis es un estimulante, pero de forma incontrolada y reiterada hablamos de un problema que puede llegar a bloquear y atormentar a que lo sufre, del mismo modo que no todos lo sufrimos por igual.

Puede alterar al metabolismo, cambiar nuestro estado de ánimo (es habitual sentirse deprimido, irritable o tener cambios de humor repentinos), complicar nuestro sueño nocturno e incluso puede trasladarse, como hoy venimos a explicar, en nuestra piel, pudiendo salir eczemas, enrojecimiento y también repuntar en otras imperfecciones.

Topamos así con una patología imprevista a partir de la madurez, la cual además puede complicarnos más la situación de estrés puesto que la presencia de estos antiestéticos granitos no está bien tolerada más allá de la pubescencia.

¿Qué relación tienen el acné y el estrés?

Como en casi todo lo que tenga que ver con la salud dérmica los comedones (ya sean espinillas o puntos negros) y, en definitiva, el acné, acabará remitiéndonos de manera necesaria al mundo de las hormonas.

Por este motivo, aunque no hablemos de una enfermedad severa, sí se debe catalogar como una enfermedad hormonal, que se produce durante la adolescencia, período en que se desarrollan nuestras glándulas sebáceas. Al generarse un exceso de hormonas masculinas (los andrógenos), estimulantes naturales de la producción de sebo, nuestro organismo acaba delatándonos con la famosa seborrea.

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El exceso de grasa propio de la adolescencia se corrige a medida que crecemos. ©Gtres.

Sin embargo, en nuestra madurez el acné adulto y el que se produce por estrés, no son los andrógenos disparados los únicos que tienen la culpa de que las espinillas florezcan como si aún estuviéramos en el instituto. Ahora los enemigos tienen otro nombre como cortisol, neuropéptidos, adrenalina o citocinas se convierten en los sospechosos habituales por los que nuestra piel adulta pide un tiempo muerto.

Se produce así una tormenta perfecta que se apodera de nuestra cara, especialmente de la bautizada como zona T (la que forman la nariz y las cejas), que es la zona más grasa, aunque la frente y la barbilla también son zonas especialmente sensibles.

Por un lado, nuestra piel tiende a ser más seca y fina con el tiempo, ya que la producción hormonal se rebaja y las glándulas sebáceas no son tan generosas en ese sebo. Al suceder esto podríamos pensar que no tiene sentido que aparezcan granos o espinillas por estrés, sino todo lo contrario. Por esta razón, hay que meter en la ecuación al cortisol.

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El cortisol que se libera en situaciones de estrés aumenta la producción sebácea.  ©Unsplash.

Durante los episodios de estrés, nuestro cerebro genera más cortisol que, entre otras cosas, también aumenta la secreción de sebo a través de estas glándulas. A ello se suma que las células de nuestra piel, a medida que envejecemos, se regeneran más despacio (por eso también tenemos una piel más seca, tirante y menos brillante) y por tanto acumulamos más células muertas, ya que su recambio no llega a tiempo.

Por así decirlo, se genera una especie de 'cementerio celular' al que se suma la inflamación de los tejidos propia de los momentos de estrés, que se añade a un exceso de producción de sebo que nuestro cuerpo no puede asimilar, formándose así estos temidos comedones, llamados abiertos o blancos en el caso de espinillas, o si hablamos de los puntos negros (que se llaman comedones cerrados, y que no son otra cosa que células cutáneas muertas, sebo y bacterias quedan atrapados dentro de un poro).

De esta forma, nuestra cara (y a veces nuestro cuerpo) se puede llenar a deshora de todo tipo de imperfecciones, las cuales no deben tocarse porque arriesgamos a la proliferación bacteriana y a aumentar la inflamación, multiplicando los síntomas del acné leve (llamado también comedogénico), generando así acné excoriado, que se produce al rascarlas o manipularlas, generalmente de la cara y que se agrava en episodios de estrés.

Este problema añadido agrava la sintomatología habitual y promueve ese aumento bacteriano, pudiendo desembocar en infecciones y, en menor medida, acabar generando cicatrices, razón por la que deberíamos dejarles quietos y, en todo caso, recurrir a pomadas o preparados a base de ácido salícilico, que se ha demostrado efectivo para limitar la aparición de estas molestas señales.

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