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Los verdaderos macarras detrás de 'West Side story'

La película que acaba de recrear Spielberg tuvo una cruda inspiración real

Recientemente se ha estrenado el remake de West Side story a manos del director estrella Steven Spielberg. La versión de 1961 fue un musical que adaptaba Romeo y Julieta (1597) al Nueva York de la época contemporánea. La gran diferencia entre la película y el clásico del teatro es que la acción es transportada a los años cincuenta del siglo pasado en el Upper West Side, un área de la Gran Manzana que por aquellos años era un barrio multiétnico de clase obrera.

Lo cierto es que los creadores originales del musical de Broadway tomaron nota de un artículo de periódico de 1955 para completar la obra, que habían iniciado seis años atrás. La noticia en cuestión comentaba que dos pandillas habían iniciado una pelea en San Bernardino, California. A la puerta de un baile dos jóvenes se enzarzaron en una disputa que acabó con la muerte de uno de ellos, Robert C. García. Por lo visto, Robert, hispano de veinte años, era líder de los Junior Raiders, pandilla de la zona. Este tipo de bandas callejeras, compuestas de minorías, eran, en parte, el producto de la no intervención del estado a la hora de resolver crímenes en los guetos y de la falta de colaboración de los propios vecinos que desconfiaban de una policía que les trataba injustamente.

Como dijo en su momento Leonard Bernstein, uno de los creadores del musical, “si no hubiesen visto ese artículo en el periódico no estoy seguro de que el musical hubiera sido terminado. Fue más que un punto de inflexión”. Originalmente, la obra se centraba en el conflicto entre una familia irlandesa católica y otra judía que convivían en el Lower East Side de Manhattan. De hecho, inicialmente el título de la obra era East Side story. Los Montesco y los Capuleto son aquí sustituidos por dos pandillas callejeras: los Jets (caucásicos) y los Sharks (portorriqueños).

La obra se sustenta en un clima de tensión racial junto con el surgimiento de numerosas pandillas en las calles de Estados Unidos durante los años cuarenta y cincuenta. Las pandillas de esos años se dedicaban exclusivamente a pelear: lo hacían entre sí y contra oros grupos étnicos en las inmediaciones de sus barrios. Pero, por lo general, no empleaban armas de fuego. Cada barrio contaba con representantes que dirimían disputas con bandas rivales a base de puñetazos. Como mucho alguien podía usar una cadena, una barra de hierro o pistolas de fabricación casera llamadas zip guns. En el caso de West Side story ocurre que Tony, ex miembro de los Jets, se enamora de María, hermana del líder de los Sharks. Como acontece con Romeo y Julieta, el suyo es un amor imposible, dadas las respectivas afiliaciones de los protagonistas. El trágico desenlace en este caso, sin embargo, es diferente.

La reglas tras la violencia de West Side Story

Los Jets y los Sharks —al igual que Montescos y Capuletos— son presa de una violencia mimética —aquella de la que habla el filósofo René Girard en sus obras. Representan dos grupos enfrentados que ejercen la violencia el uno contra el otro. Ninguno de ambos grupos recurre a la policía puesto que en Estados Unidos las vendettas personales representan un rasgo cultural de gran calado. Esto se debe a que la intervención del Estado está mal vista, un rasgo que es intensificado en el caso de pandillas callejeras, especialmente cuando estas están compuestas por minorías, como es el caso de los Sharks.

En múltiples culturas se ha recurrido a animales, a delincuentes, a parias o a extranjeros para aplacar la ola de ira mimética ejerciendo la violencia sobre un individuo neutro

Las minorías en dicho país se han sentido discriminadas particularmente por la policía y, a causa de ello, desconfían de ella. Cuando han sido víctimas de un delito violento tradicionalmente no han recurrido a dichas autoridades, hacia las que son hostiles, sino que se han tomado la venganza por su mano. Por otro lado, en el mundo de la delincuencia los chivatos son muy mal vistos, por lo que cada cual habrá de recurrir solo a sus amigos para resolver problemas o reparar daños. Esta estructura cultural, en el caso americano exacerbada por la variedad étnica de la población, fomenta una eterna vendetta o violencia mimética sin fin. Es decir, que cuando alguien de mi grupo es agredido por otro grupo, mi pandilla habrá de imitar la violencia padecida a modo de respuesta. Y es esta una mímesis que, dadas las circunstancias antes mentadas, puede resultar interminable.

¿Con qué herramienta cuentan estas comunidades marginadas por el Estado para neutralizar dicha mímesis agresora interminable? René Girad ofrece una respuesta: el chivo expiatorio o la víctima sacrificial. De este modo, ha de haber una víctima no perteneciente al grupo, es decir, un tercero que sirva de sacrificio compensatorio y alternativo frente un miembro de la comunidad enemiga; puesto que matar a alguien del colectivo hostil solo servirá para mantener viva la disputa mimética. En múltiples culturas se ha recurrido a animales, a delincuentes, a parias o a extranjeros para aplacar la ola de ira mimética ejerciendo la violencia sobre un individuo neutro, que nada tenga que ver con la disputa en curso. Así pues, en el caso de West side story esa tercera persona o chivo expiatorio es Tony, asesinado al final de la película.

Tony, enamorado de María, es una figura muy cercana a los Jets, pero que ya no pertenece al grupo (lo mismo ocurre también en el caso de ella, que no es pandillera). Como dice María tras la muerte de Tony, al que ama, no solo los Sharks son culpables de la muerte de Tony, sino que “todos ellos mataron” a Tony, por el odio del que son partícipes; un odio que sirve de base a una violencia sin fin que solo puede ser neutralizada con el sacrificio expiatorio de Tony.

En palabras de la crítica de teatro Misha Berson relativas al clásico musical: los encuentros violentos entre pandillas desencadenan “un trágico final al que subyace una moraleja: la violencia engendra violencia, así que haced las paces y compartid el territorio”. Tal imperativo es, sin embargo, extremadamente ingenuo puesto que la violencia mimética no habrá de ser exterminada por mera voluntad, sino siempre por intermediación de una víctima sacrificial que canalice la ira de todos los involucrados en la inacabable violencia mimética. También Romeo y Julieta son víctimas sacrificiales que, con su muerte, expían y purifican a sus respectivas familias de toda violencia futura. Como dice el propio Shakespeare en su obra: de la “entraña fatal” de Montescos y Capuletos “cobraron vida bajo contraria estrella dos amantes, cuya desventura y lastimoso término entierra con su muerte la lucha de sus progenitores”.

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