Cultura

‘Últimos días en Berlín’, agonía y resistencia en una ciudad que ya no existe

Vozpópuli recorre junto a la finalista del premio Planeta, Paloma Sánchez-Garnica, los rincones berlinenes en los que se desarrolla su novela ambientada en los años del nazismo

Portada de la novela 'Últimos días en Berlín'.

El terreno en el que se asentaba el búnker en el que Hitler se voló los sesos es ahora un jardín rodeado de edificios de los años setenta de la Alemania socialista. Anunciado con un discreto panel, en el espacio en el que su cadáver fue calcinado, se sitúa un parque con bancos en el que juegan niños alemanes de todas las “razas”. Cruzando una calle, la megalomanía arquitectónica del Tercer Reich levantó el edificio de la Nueva Cancillería, una imponente mole que sobrevivió a la guerra, pero no a los soviéticos. En su lugar ahora revolotean unos llamativos toldos rojos con caracteres chinos en amarillo del restaurante Ente Peking (Pato Pekín). Cerca de este cruce con la calle Wilhelmstrasse, la escritora Paloma Sánchez-Garnica situó el edificio en el que viven los protagonistas de su novela, Últimos días en Berlín, finalista del último premio Planeta. En ese bloque convivían nazis convencidos, alemanes con pasado judío, o un inmigrante ruso de orígenes españoles víctima de los bolcheviques a los que le tocó vivir el auge y destrucción del Tercer Reich.

La trama de esta novela se enmarca en dos de los acontecimientos que más marcaron el siglo XX, la Revolución rusa y la Segunda Guerra Mundial, a pesar de ello, la escritora insiste en que la suya no es una novela histórica. “A mí no me interesan los grandes acontecimientos, a mí me interesan cómo sus políticas condicionan la vida de la gente corriente”, señala la escritora mientras recorre junto a Vozpópuli los rincones berlineses en los que se desarrolla su novela.

Estos grandes hitos que marcaron el devenir del siglo pasado sitúan a sus personajes en dilemas morales muy fáciles de torear desde la barrera del presente. ¿Seguir comprando dulces en la pastelería de toda la vida cuando un SS te advierte en la puerta de que estás traicionando a Alemania favoreciendo a negocios judíos? ¿Defender a un joven comunista apaleado en mitad de la calle por unos camisas pardas? ¿Descubrir tu relación familiar con una acusada por el NKVD soviético? La escritora señala que la grandeza de la literatura “te enseña a no juzgar y tratar de comprender, sin llegar a justificar, pero sí para entender por qué una persona actúa perversamente”. “Sistemas como el estalinista o el nazi transforman a la gente en monstruos, esa es la perversidad de estas ideologías. En determinadas circunstancias no hay alternativa…”

La escritora Paloma Sánchez-Garnica posa con su libro en el monumento a los soldados soviéticos de Berlín. CARLOS RUIZ

La novela de Sánchez-Garnica esquiva la Segunda Guerra Mundial para centrarse en los años de auge del nazismo y el progresivo envilecimiento del sistema; y los días que siguieron al suicidio de Hitler con los soviéticos tomando Berlín como botín de guerra. La escritora considera un profundo error pensar que las sociedades actuales estamos “vacunados” ante los cantos de sirena de un nuevo líder mesiánico. “La prueba de que puede volver a ocurrir es, como dijo Primo Levi, que ya sucedió una vez. A lo mejor no con los mismos métodos, pero sí con los mismos resultados. Es un deber conocerlo porque no podemos olvidar que las conciencias pueden volver a ser seducidas. No podemos olvidar que a Hitler, cuando hablaba, se le aplaudía, se le creía, y se le adoraba como a un dios. Estamos en una sociedad acomodada, bien estructurada, sin guerras… y podemos llegar a pensar que no nos lo puede quitar nadie. Pero estamos equivocados, todo esto nos lo pueden volver a quitar, sobre todo, en una sociedad vulnerable”, apunta la escritora.

Millones de personas cayeron seducidos por el fascismo y el comunismo con una ceguera voluntaria que les hacía obviar la crueldad del nazismo y el estalinismo. La escritora presenta a personajes que guardan silencio o no preguntan por el mal olor que de vez en cuando el viento trae a sus cómodas casas con jardín, situadas a unos kilómetros de los campos gestionados por las SS. O que directamente niegan los 22.000 tiros en la nuca de las matanzas de Katyn, a pesar de que la sangre casi les salpica.

El dejar de pensar es el peligro de los totalitarismos

"El dejar de pensar es el peligro de los totalitarismos", dice Sánchez-Garnica mientras atraviesa el Tiergarten, el parque que conecta el Bundestag con el monumento en recuerdo a los soldados soviéticos. Los siempre complicados juegos de la memoria han vuelto emerger con la guerra de Ucrania, cuando una diputada del CDU exigió la retirada de los dos tanques rusos T-34 y los cañones que rodean el memorial. La controversia viene de lejos y, como en otros países europeos, el monumento ha sido vandalizado en múltiples ocasiones y ha sido denominado con sorna “tumba al violador desconocido”.

Violaciones en Berlín

Este oscuro episodio cierra las últimas páginas de la novela. “Quería reflejar las consecuencias de la guerra en estas mujeres que sufrieron a un ejército Rojo que venía embrutecido y deshumanizado y que convirtió a las mujeres de Berlín en un botín de guerra. Mujeres que fueron violadas, por muchos, muchas veces y durante muchos días, que tuvieron que aprender a normalizar, a buscar protección, muchas tuvieron que buscarse a un oficial para que no las violasen… Y luego tuvieron que guardar silencio porque tenían que recibir a sus hombres derrotados. Sobre todo, a mí me llamó la atención que los aliados banalizaron esta tragedia de las mujeres, no se les consideró víctimas porque eran alemanas, y el pueblo alemán era el culpable”, señala la novelista.  Es en este contexto en el que las mujeres de la novela, hasta las que eran rivales, tienen que ayudarse entre ellas “se crea una amistad en unas condiciones brutales, que nos da valor como seres humanos”.

Los últimos días en Berlín del verano de 1945 posiblemente fueron, el momento histórico en el que más violaciones se produjeron en un menor periodo de tiempo. Fueron también el final de una pesadilla totalitaria que según la propaganda nazi estaba destinada a durar 1.000 años y que hoy es una losa vergonzosa en el pasado alemán.

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