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Cultura

50 años de ‘Tubular Bells’, una "enciclopedia de la musicalidad"

Un muy joven Mike Oldfield sublimó sus problemas existenciales en un disco de cautivadora belleza

Mike Oldfield
El músico Mike Oldfield.

Cuando compuso Tubular Bells, Mike Oldfield tenía 19 años y llevaba una vida atormentada, en parte consecuencia de los trastornos mentales de su madre y el sufrimiento que padeció. “Ser una persona le resultaba nauseabundo y no podía soportar la idea de estar hecho de carne y hueso”, recuerda Tom Newman, el productor de aquel disco mágico. Pero Virgin le ofreció la posibilidad de grabar sus sorprendentes melodías y la música obró el milagro. “Era la primera vez que me sentía normal y vagamente feliz”, recordaría después. Y se nota en el disco, que, pese a tener una faceta muy introspectiva, rezuma vitalidad, optimismo y energía por los cuatro costados.

A finales de mayo se cumplieron 50 años del lanzamiento de aquel vinilo hipnótico, uno de los que contribuyeron a cambiar la historia de la música. En este caso, por su decidida apuesta por la música instrumental sin letras, por la existencia de una rotunda visión conceptual del álbum, que puede escucharse literalmente como una sinfonía rock uniforme, y por su renuncia al concepto de canción, que era el que imperaba en la música del momento, aunque la llegada del rock progresivo y sinfónico habían empezado a cambiar eso.  

Es también un disco que introduce elementos minimalistas y repetitivos sin dejar de perder conexión con lo melódico, y sin renunciar al ritmo, que se hace presente de múltiples formas. Y puede verse como un disco experimental en muchos sentidos que, sin embargo, resultaba accesible y agradable de escuchar a un gran número de personas. Aunque esto último no era algo evidente de ver por entonces, como acreditó el rechazo masivo de las compañías discográficas, que se negaban a editarlo. Virgin fue la excepción, y de ese gesto valiente y visionario vivió durante mucho tiempo la empresa de Richard Branson. Tan importante fue que el empresario, metido ahora en proyectos espaciales, llama Tubular Bells I a su nave.

Con motivo del aniversario se ha puesto en marcha la fábrica de la nostalgia para reactivar el interés de los adeptos e intentar captar nuevos posibles oyentes. Estos días se comercializa una versión ‘50 aniversario’ del disco, con una demo desconocida de 8 minutos "4 intro", que iba a ser la base para una nueva reencarnación de Tubular Bells, que finalmente no vio la luz, y que aparece como la principal novedad. Es, de hecho, la composición más reciente de Mike Oldfield hasta la fecha. Pero también se ha estrenado en cines un documental de Matt Hargreaves que está concebido como artefacto promocional de la versión aniversario en vivo y con números de acrobacia circense de Tubular Bells, que se estrenó en Londres en 2021 y que también está disponible ya en video doméstico. Hay que aclarar que, aunque Oldfield sí se ha implicado en el disco aniversario, no ha participado en nada relativo el espectáculo, aunque concedió su aprobación. 

Un espectáculo, todo sea dicho, que evidencia la sideral distancia que media entre el poderío de la cultura y la música anglosajona de los 60, 70 y 80 y la de la actualidad. La versión ‘cinemática’ de Tubular Bells que ha ideado Robin Smith parece tener plomo en las alas y sólo vuela como debe cuando es estrictamente fiel al original. Para colmo de males inicia el espectáculo con un tema propio que, más allá de sus mayores o menores virtudes, desentona como pórtico para Tubular Bells. "The Gem" se titula y a ratos parece más un Pink Floyd pos Roger Waters que algo que conecte con Oldfield. Añadamos que tampoco el acompañamiento de la compañía de circo ‘Circa’ deslumbra. No hay aquí nada de la fastuosa e imaginativa brillantez del ‘Circo del sol’, pero tampoco reconocemos la elegante perfección del Circo Chino. Sólo la nostalgia sostiene un espectáculo que no es capaz de sacar el provecho debido a una obra tan emblemática. 

En el documental de aniversario asistimos al estrés característico de la gestación del proyecto, con sucesos de última hora como una lluvia repentina que inundó el teatro e hizo pensar que habría que suspender el estreno. Pero también a la confrontación de egos entre los dos protagonistas: Robin Smith, encargado de la parte musical, y Yaron Lifschitz, responsable de las coreografías circenses. Se percibe una gran preocupación del primero porque el baile no tape a los músicos. Pero hay que decir que el verdadero problema del espectáculo es que ni uno ni otro estuvieron a la altura.

Lo mejor del documental de Hargreaves es su tramo inicial, el que analiza el impacto de una obra que ha superado ya los 20 millones de discos vendidos. Una obra emblemática no sólo para los oyentes, sino para el propio Oldfield, que ha vuelto a ella una y otra vez. En 1992 publicó Tubular Bells II y en 1998 una tercera versión de su disco icónico. En 2009 realizó una remasterización del original con retoques en el sonido y algunas correcciones, y en 2022 la obra fue recreada por la Royal Philarmonic Orchestra en un disco que también está disponible en estas fechas. Y no puede reprochársele incapacidad para crear material nuevo. Los discos que siguieron a Tubular Bells, Hergest Ridge y Ommadawn, están entre los más celebrados por los aficionados, y en los años 80 logró sus mayores éxitos comerciales con Five miles out y Crises, que incluyen temas tan populares como Moonlight shadow o Shadow on the wall, con los que demostró que también podía dominar el arte de la canción si se ponía a ello.

Como curiosidad, Oldfield, que vivió un tiempo en Ibiza, reconocía en una entrevista que había acudido a discotecas como Pachá para investigar el sonido de la música de club. Aquellas bases de bajo y batería le servirían luego para la tercera encarnación de su criatura, Tubular bells III. Hay que añadir que, al actuar así, quebrantó una de sus normas más estrictas, la de no escuchar música de otros, para preservar una cierta virginidad y evitar influencias. “La música está en mi cabeza”, reconocía. 

Pero las influencias, se quieran admitir o no, están ahí. El Tubular Bells mítico incluye un apunte de música de baile cortesano de época, así como sonidos folk, y se apoya para los coros en una voz de soprano de incuestionables sonoridades clásicas. Nadie crea en el vacío. Y no hay nada malo en ello. De hecho, Oldfield se había fogueado como músico de estudio, trabajo del que seguramente obtuvo muchos motivos de inspiración, amén de permitirle desarrollar una técnica con la guitarra de gran virtuosismo. 

De hecho, el productor Tom Newman no duda en describir el disco como “una enciclopedia de todos los aspectos de la musicalidad”. También una enciclopedia de instrumentos y sonidos -la inmensa mayoría de ellos tocados por el propio Oldfield- en una relación que incluye algunos tan poco habituales como el carrillón, el timbal, y, por supuesto, las campanas tubulares. Es curioso que el instrumento que se convertiría en emblema universal del disco no estuviera inicialmente previsto. En uno de esos azares con los que se teje la historia de la música (y la otra también), Oldfield lo encontró en el estudio porque había sido usado en una grabación previa y se lo quedó porque pensó que podría resultar interesante. Como así fue.

La portada, obra de Trevor Key, lleva años desinformando a los oyentes sobre el verdadero aspecto de las campanas tubulares, que no son retorcidas, sino rectas. Pero la imagen, acompañada de un bucólico fondo de playa en el que predomina un paisaje de nubes, se ha convertido no sólo en emblema del disco, sino de un determinado paisaje mental que puede asociarse con la música.

El documental Tubular Bells 50 aniversario tiene éxito al transmitir el clima de experimentación y tanteo que rodeó al proyecto. Un disco escrito por un joven músico y lanzado por una compañía primeriza que estaba empezando a andar. Y que no dudaba en hacer trampas para salir adelante. Tom Newman reconoce que Branson no dudó en engañar al fisco en los datos de venta de discos para poder mantener la empresa. Y recuerda que los funcionarios de Aduanas les espiaban desde un hospital próximo. “Aquello era como una película de espías”, bromea el productor. El resultado fue que Branson terminó en la cárcel. 

Pronto el multitudinario éxito de Tubular Bells lo cambiaría todo. Pero fue necesario un golpe genial de márquetin para que un disco que se vendía bien se convirtiera en un fenómeno masivo. Y ese golpe de efecto fue incluir una parte de su música en la banda sonora de El exorcista, la película de William Friedkin, que se estrenó tan sólo unos meses después y que arrasó en la taquilla. A partir de entonces, las ventas enloquecieron y Tubular Bells, sin pretenderlo, creó escuela en las bandas sonoras del cine de terror.

Paradójicamente, el éxito arrollador del disco convivió durante un tiempo con una situación en la que Oldfield se mantenía en la frontera de la pobreza, recurriendo incluso a vales de comida. Primero, porque los derechos por los royalties tardaban en llegar. Pero también, porque los impuestos británicos eran muy elevados por entonces, algo que también sufrieron los Beatles. El autor de Tubular Bells recuerda que, cuando recibió su primer millón de libras de derechos, descubrió con espanto que el fisco se quedaba nada menos que con 850.000. El dato ayuda a entender por qué George Harrison, en su única canción explícitamente política con los Beatles, "Taxman", arremetía contra el salvaje fisco británico.

El documental de Hargreaves ayuda a tomar conciencia del prodigio que supuso grabar el disco en las condiciones en las que hubo de hacerse, sin ordenadores, con un estudio de ocho pistas. “No se usaron loops, las repeticiones se realizaron de forma analógica”, explica Newman, lo que quizás explique esa dimensión orgánica de la obra. A la que contribuyen otros detalles, como que se oiga resoplar a Oldfield cuando toca la guitarra española.

Esta obra es tan potente porque transmite el deseo del ser humano de dotar de ritmo a su vida

Durante el proceso de grabación el disco se llamaba Opus One (Obra Uno), pero el título comercial inicial que propuso Branson era Desayuno en la cama, un título que con toda seguridad hubiera arruinado el aura mitológica de la obra. Por fortuna, el compositor se impuso y contraatacó la vulgaridad de aquella propuesta con un título de resonancias épicas y misteriosas.

“Branson estaba desconcertado. No entendía nada y no sabía qué hacer con aquella música”, recuerda el productor Tom Newman. Le ponía especialmente nervioso editar un disco sin voces y exigió que se incluyeran. Es bien sabido que este es el origen de la parte de Tubular Bells conocida como ‘El hombre de Piltdown’, en la que Oldfield realiza una interpretación vocal aparatosamente cavernosa, de evocaciones cavernícolas. Una idea que se le ocurrió “tras beber mucha Guinness” porque no sabía cómo satisfacer a Branson sin traicionar la filosofía de su disco.

“Nadie imaginaba que se convertiría en un fenómeno semejante”, admite Tom Newman, quien simplemente se había dejado cautivar por “la música más hermosa que había escuchado jamás”. Una música “con cualidades terrenales casi paganas”, según Yaron Lifschitz, director de ‘Circa’, la compañía de circo que aporta sus números a la versión en directo de Tubular Bells. Su opinión sobre la obra es rotunda: “Esta obra es tan potente porque transmite el deseo del ser humano de dotar de ritmo a su vida”. Quizás también porque hay algo en su misterio que no terminaremos de desentrañar nunca y que seguirá fascinándonos e intrigándonos.

Mike Oldfield presenta el concierto del 50 aniversario de 'Tubular Bells' el próximo 6 de julio en Sevilla (Cartuja Center)

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  • Lo cierto es que acabo de buscar este 50 aniversario en yo tuve, he ido picando un poco en el minutaje y ... cursi, ñoño con unas coreografías más vista que los semáforos. En fin, un truño. Inmediatamente he pinchado el disco (vinilo original del 74) y, jopelines, diantre, qué maravilla.