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Cultura

La tercera vía ecológica de Fabrice Hadjadj

En su reciente ensayo '¿Qué es la naturaleza?' (Rialp, 2023), los filósofos Fabrice Hadjadj y François-Xavier Putallaz nos presentan el enfrentamiento entre antropocentrismo y biocentrismo

Imagen de archivo de una protesta de Greenpeace.

Hay quien ha caracterizado la modernidad como la pugna de varias parejas de opuestos: racionalismo y emotivismo, liberalismo y comunismo, relativismo y moralismo… Es una buena caracterización, cierto, pero no puedo eludir la tentación de la postilla. Se trata, en verdad, de una pugna tan sólo aparente. Los opuestos se necesitan, se retroalimentan; en el bien del uno radica el bien del otro: el racionalismo sólo prospera a condición de que el emotivismo prospere con él; no hay nada más benéfico para el comunismo que el triunfo del capitalismo; únicamente en un mundo relativista, un mundo en el que los cimientos de la moral se hayan tambaleado y caído, puede el moralismo emerger como una alternativa deseable. Más que una pugna, hay una dependencia; más que conflicto, hay pantomima. 

En su reciente ensayo ¿Qué es la naturaleza? (Rialp, 2023), los filósofos Fabrice Hadjadj y François-Xavier Putallaz nos presentan otra pareja de opuestos, ésta referida a la relación entre el hombre y el resto de las especies. Se enfrentan, prosperan paralelamente, dos visiones al respecto: la antropocéntrica, según la cual el hombre puede disponer soberanamente del planeta, sin más restricciones que las que él tenga a bien imponerse; y la biocéntrica, según la cual el ser humano ha degenerado en amenaza para el mundo natural y, por tanto, sería oportuna incluso su desaparición («¿Quieres luchar contra el cambio climático? No tengas hijos»).

La lógica es la misma que en los otros casos. Yerra quien piense que el hipotético triunfo de una de las concepciones implicará la derrota de la otra. A más biocentrismo, más antropocentrismo; a más antropocentrismo, más biocentrismo. A la depredación de los antropocentristas, los biocentristas responden afirmando la divinidad del planeta; al panteísmo de los biocentristas, los antropocentristas replican afirmando la soberanía del hombre. 

El error del biocentrismo

Hadjadj y Putallaz se proponen superar la dicotomía, pensar según una lógica diferente a la del antropocentrismo y a la del biocentrismo, no oponer a cada error su contrario sino su distinto. Reconocer la verdad que hay en ambos, faltaría más, pero afrontando la obligación de enunciar también su falsedad, qué menos. El error del biocentrismo está claro: presentar la relación entre el hombre y la naturaleza como necesariamente conflictiva. Parece haber, a juicio del biocentrista, una fuerza irresistible que empuja al ser humano a arrasar ecosistemas, depredar bosques, extinguir especies. Civilización y naturaleza se excluirían; la existencia de una significaría, forzosamente, la inexistencia de la otra. 

Tras el biocentrismo, lo habrá intuido el lector, subyace una idea optimista de la naturaleza ―cuyo estado perfecto es el virginal, el originario, el de antes del hombre― y una idea muy pesimista del ser humano, que parece abocado a la depredación y al expolio. Vemos, sin embargo, el error desde muy lejos, pavoneándose, exhibiéndose impúdicamente. ¿Acaso no puede el hombre embellecer la naturaleza con su acción? ¿Acaso no ha habido ocasiones en las que el hombre no sólo no ha depredado la naturaleza, sino que, además, ha sacado lo mejor de ella? Hadjadj cita un fragmento de Serotonina, la novela de Houellebecq: 

"Este bosque estaba mal cuidado ―la densidad de lianas y plantas parásitas era demasiado fuerte, el crecimiento de los árboles debía encontrar dificultades―; es falso imaginarse que la naturaleza dejada a su aire produce troncos espléndidos en árboles fuertes, esos troncos que se han podido comparar con catedrales, que han podido provocar también emociones religiosas de tipo panteísta; la naturaleza dejada a ella misma no produce en general más que una informe y caótica maraña, compuesta de plantas variadas y en conjunto bastante feas". 

La acción humana ya no sería una amenaza para el mundo natural, qué va, sino la condición de su esplendor. Allá donde hoy vemos conflicto, hemos de ver, en cambio, complementariedad y dependencia: la naturaleza se realiza cuando la trabaja el hombre y el hombre se realiza trabajando la naturaleza. 

¡Cuántas veces llamamos antropocentrismo a lo que no es sino una forma de adanismo!

El error del antropocentrismo

Más difícil nos resulta, claro, refutar el error antropocéntrico. ¿Acaso no tiene derecho el hombre, la más excelsa de las criaturas, la más desarrollada de las especies, a disponer libremente del mundo natural? ¿Acaso no está éste a su servicio y no al revés? Sí, pero no. El hombre tiene derecho a disponer del mundo natural a condición de que reconozca su obligación de hacerlo responsablemente. Es verdad, cómo negarlo, que el resto de la creación está a su servicio, pero también lo es, aunque parezca mentira, que él está al servicio de ella. No basta con afirmar nuestro derecho a disponer del planeta; también hemos de afirmar nuestro deber de cuidarlo y embellecerlo. 

"Lejos de ser el dueño y poseedor de la naturaleza, el hombre es el intendente y el gestor. Conviene ―dice Putallaz― que deje de considerarse como un puro sujeto que impondría su mano sobre una naturaleza insignificante. Que tienda más bien la mano a la naturaleza para cumplir su propio destino, como un usufructuario responsable de hacer fructificar el mundo y de transmitirlo a las generaciones futuras en un estado mejor y más realizado". 

¡Qué importante es esto último! ¡Cuántas veces llamamos antropocentrismo a lo que no es sino una forma de adanismo! Depredamos el mundo natural como si fuésemos la primera generación que lo habita y la última que lo habitará, como si no hubiésemos recibido el planeta de otros, nuestros antepasados, y como si otros, nuestros descendientes, no hubiesen de recibirlo a su vez de nosotros. El antropocentrismo, en verdad, sólo pone en el centro a la generación presente, a la generación que hoy, por casualidad, pisa la tierra. ¿Acaso no son humanos nuestros ancestros? ¿Acaso no lo son nuestros descendientes, que ahora no existen, pero mañana sí lo harán? Por paradójico que parezca, el único modo de velar por éstos, el único modo de legarles un planeta mejor que el que nos legaron a nosotros, es aceptar que la naturaleza no está tanto al servicio del hombre como el hombre al servicio de ella.

Una propuesta alternativa

Frente a los reduccionismos biocéntrico y antropocéntrico, frente a la idea de que hombre y naturaleza rivalizan, Hadjadj propone una ecología integral: "A esta ecosistematización selectiva, a esta creencia de que la naturaleza está allí donde el hombre está ausente, se puede con justa razón preferir una ecología integral en la que los humanos y los no humanos se perfeccionen juntos, y donde cultura y justicia son lo más natural que hay. Por lo demás, ¿cómo una ecología digna de este nombre podría ser contraria al oikos y al logos que la constituyen, es decir, a la habitación y al pensamiento humanos?".

Decía Chesterton, siempre tan certero, que el catolicismo se erige siempre en el justo de medio de dos extremos: de pelagianismo y luteranismo, de materialismo y espiritualismo, de panteísmo y ateísmo. Hadjadj y Putallaz, ambos católicos, nos demuestran que el maestro no se equivocaba. 

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