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Cultura

Ricardo Calleja: "La modernidad tiene algo de idea adolescente de la libertad"

El poeta, ensayista y profesor publica 'Istmos', una colección de aforismos

Dicen a medias Pablo Velasco y Carlos Marín-Blázquez que el aforismo es un género para padres de familia que no tienen tiempo de leer (o de escribir) nada largo. Aunque Ricardo Calleja ―profesor universitario, poeta, ensayista― no forma parte de esta subespecie ―la de los padres de familia―, ha decidido, 'Deo gratias', leer y escribir estas peculiares sentencias. Él mismo se explica: "Es necesario escribir lo necesario", sin añadidos. Tomando esta frase, y sospecho que exagerando una miaja, alguien podría decir que el aforismo es lo que queda cuando despojas al ensayo de cuanto tiene de accesorio eso que queda cuando eliminas del poema, lo que no es exactamente memorable.

Vozpópuli conversa con Calleja sobre este género literario ―tan antiguo como Heráclito― en general y sobre Istmos (More, 2023), su último libro, en particular.

Pregunta. ¿Un buen tuitero es necesariamente un buen aforista?

Respuesta. No, pero es comprensible la confusión. De hecho, como subtítulo de este libro barajé este: "Los tuits que nunca posteé", como diría Elon Musk. Hablando en serio, es verdad que el tuit tiene el componente de la brevedad, de la contundencia, de la ocurrencia, incluso del humor, pero hay algo muy sofístico en él. Twitter, como afirmo en el libro, es una erramienta: un instrumento que, por su propia lógica, lo inclina a uno a errar.

P. ¿Con el libro no ocurre eso?

R. Diría que no. Istmos es, en mi caso, el resultado de un ejercicio personal: en vez de escribir una ocurrencia en Twitter para provocar la respuesta inmediata de algunas personas y conseguir algo de dopamina antes de acostarme, madurar la ocurrencia hasta convertirla en idea digna de ser publicada. En alguno de los aforismos se insinúa una cosa que me decía a menudo mi tío: "Ten cuidado con la brillantez del retórico".

P. Volvemos a la sofística.

R. Exacto. En Twitter da muchos réditos el zasca o la media verdad. También es un riesgo del aforismo. Dejarse llevar por alguna idea muy ocurrente, muy ingeniosa, pero que es también falsa.

P. ¿Por qué, después de haber publicado ensayo y poesía, se animó a escribir aforismos?

R. Cuando publiqué mi poemario, dije que lo había escrito por envidia o por mímesis: veía a amigos escribir poemas y yo también quería. En este caso me ocurrió lo mismo. Leyendo El vaso medio lleno, de Enrique García-Máiquez, también publicado en More, me animé a almacenar mis propios aforismos.

P. ¿Este es el origen?

R. En realidad, la causa es anterior. Por un lado, yo he leído a muchos autores que, sin escribir aforismos, son muy aforísticos: Carl Schmitt, Junger, Álvaro d´Ors… También san Josemaría. Por otro, mi modo de leer y recordar los libros es también aforístico. Es un género que me resultaba cercano, uno que concordaba con mi modo de pensar y de leer.

P. También menciona en el prólogo la falta de tiempo.

R. Pablo Velasco y Carlos Marín-Blázquez dicen a medias que el aforismo es el género del padre de familia. Aforismos son los textos que puede leer un padre de familia antes de acostarse y también todo lo que puede aspirar a escribir. Istmos es, en buena medida, un libro escrito en el móvil. ¡Ya siento desromantizar la escritura.

P. Istmos reúne dos virtudes aparentemente incompatibles: profundidad y ligereza.

R. Intento pensar en serio, claro, pero al modo chestertoniano, que es pensar lo serio en broma. No es serio, creo, tomarse la vida demasiado en serio.

P. En el aforismo, como en la poesía, la frontera entre la genialidad y la perogrullada, entre la brillantez y el ridículo, es delgadísima. ¿Cómo se aseguró de no caer en lo segundo?

R. Mi modo de conjurar ese riesgo fue enviarles el original del libro a unos pocos amigos. Tan sólo les preguntaba: "¿Estoy haciendo el ridículo?". Todos me respondieron que no, aunque me sugirieron desprenderme de alguno de los aforismos, cosa que, obediente, hice.

P. Estructura el libro en cuatro partes llamadas "casa", "escuela", "plaza" y "templo". ¿A qué responde esta división?

R. El libro crece por acumulación. Lo estructuré a posteriori, en cuanto tuve ya unos cuantos aforismos y me di cuenta de que había algunos temas centrales. Fue entonces cuando empecé a organizarlos en varios capítulos; capítulos que no coincidiesen tanto con un tema como con un espacio común. La idea del istmo como un espacio hecho de palabras que une y al tiempo delimita y distingue.

P. ¿Por qué esos lugares en concreto?

R. La casa, como el lugar al que se vuelve; la escuela ―la academia―, donde yo trabajo y donde todo el mundo se ha formado; la plaza, donde la política acontece; y el templo, que está en el centro.

P. Habrá quien diga que estos cuatro espacios tienen en común que viven una decadencia.

R. Y yo coincido con él. En uno de los aforismos digo que es curioso que el cristianismo, que vino a liberar al hombre del yugo de sus comunidades políticas, se haya convertido hoy en el principal defensor de la vida comunitaria. Una de mis grandes inquietudes tiene que ver con el modo de reconstruir o fortalecer esos espacios ante la capacidad destructiva de la modernidad. Huelga decir que no afirmo esto desde una perspectiva contrarrevolucionaria o carca.

"Aunque se escribieran hace siglos, los evangelios y la filosofía clásica siguen siendo actuales", nos recuerda Calleja

P. ¿Desde qué perspectiva, entonces?

R.Yo soy moderno, como todos los que vivimos esta época. Pero mi condición no me impide distinguir en las ideas modernas el origen de los problemas comunitarios que padecemos hoy. En este sentido, la modernidad no es sólo contraria ciertas instituciones del orden tradicional de la sociedad, sino también a la persona humana en sí.

P. Uno de los ejes del libro es la crítica a la modernidad.

R. Sí. Diría que es una de mis grandes inquietudes desde el punto de vista teórico, cierto, pero también desde el práctico. Las inquietudes de una persona que quiere vivir a la luz de una religión y de una filosofía que, aun siendo premodernas en términos estrictamente cronológicos, tienen una pretensión de verdad y de contemporaneidad. Por mucho que su origen se remonte siglos atrás, ni la filosofía aristotélica ni el Evangelio dejan de ser actuales.

P. También es verdad que hay nuevos problemas.

R. Eso sin duda. No quiero que se me malinterprete. Como me tomo en serio la contemporaneidad, la actualidad, del Evangelio y de la filosofía clásica, para mí es inasumible la pretensión moderna de haber creado un nuevo comienzo. Pero hay más.

P. Adelante.

R. Un cristiano puede entender bien la modernidad porque el ideal moderno de emancipación del individuo es una idea cristiana que se ha vuelto loca. Veo en la modernidad algo experiencia adolescente de la libertad. Es inevitable que un adolescente emplee mal su libertad. Nuestra tarea es, supongo, reconducir eso hacia una libertad más fecunda.

P. "La libertad no te da alas, sino raíces", reza uno de sus aforismos.

R. Creo que este es el remedio a esa hipertrofia moderna de la libertad que concluye en la sumisión de los débiles a los fuertes. La fuerza de la idea de la libertad ordenada ―a la verdad, a la belleza, al bien común― radica más en la práctica que en la teoría, más en la vida que en la abstracción. Si queremos reconstruir los muros porosos de la casa, de la escuela, de la plaza y del templo, habremos de dar testimonio vital, habremos de cohonestar, en nuestra propia existencia, la libertad y el orden.

P. A mi juicio, hay dos aforismos que contienen el espíritu del libro. El primero dice que casi todo el mundo, en casi todos los momentos de su vida, se comporta como un aristotélico.

R. Hace un par de años, asistí a un congreso celebrado en la Universidad de Notre Dame en honor al filósofo Alasdair Macintyre. Uno de los ponentes era un filósofo que ―para horror de Macintyre, quien, sin embargo, es muy amigo suyo― se hizo psicoterapeuta. Explicó que, cuando él sienta a sus pacientes en el diván y les hace hablar desde el subconsciente, les preocupan cosas esencialmente aristotélicas y no tanto modernas o posmodernas: ser buen hijo, buen padre, buen marido, buen amigo, amar y ser amado. La filosofía de Aristóteles es una reserva de sentido común y de verdades para todas las épocas.

P. El segundo aforismo dice así: "Teología de la historia. Lo peor está por venir. Lo mejor está por volver". Por mucho que nos detengamos en críticas y en lamentos, no conviene perder la perspectiva.

R. Ambos están muy bien elegidos, porque remiten a mis dos referencias fundamentales: la esperanza cristiana y el pensamiento clásico. Que lo peor está por venir nos obliga a renunciar a la idea moderna del progreso y a aceptar la posibilidad del final catastrófico de las cosas humanas. Ignoramos cuándo ocurrirá, pero un observador atento distinguirá señales inequívocas de que vamos hacia eso. Acaso ―por la misericordia de Dios y por la sensatez y valentía de algunas personas― la sangre no llega al río, pero la dinámica existe y no es pertinente obviarla.

P. Aun así, no cabe desesperar.

R. Claro, porque la razón de nuestra esperanza no radica en que tal o cual proyecto ilustrado prospere o en que algún genio edifique la ciudad ideal. No. Radica en que Jesucristo es el Señor de la Historia, en que al final de los tiempos descenderá la Jerusalén celestial. Esto es motivo de esperanza y también, supongo, de un razonable optimismo.

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