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Cultura

Ramón Barea: "En las fiestas soy el primero que desaparece"

El veterano actor recibe su primera nominación a los premios Goya por su papel en 'Cinco lobitos'

Ramón Barea en 'Cinco lobitos'
Escena de 'Cinco lobitos'. BTeam Pictures

A sus 73 años, Ramón Barea, actor y director de cine y de teatro, ha recibido su primera nominación a los premios Goya por su papel en la película Cinco lobitos, el debut en el largometraje de Alauda Ruiz de Azúa y una de las películas más destacadas en la sobresaliente cosecha de cine español de 2022. Por primera vez, el actor también acudirá a la ceremonia más importante de la cinematografía nacional, a pesar de ser académico y de haber trabajado con nombres imprescindibles como Álex De la Iglesia, Enrique Urbuzo, David Trueba, Imanol Uribe, Gracia Querejeta, Chus Gutiérrez, Montxo Armendáriz, Icíar Bollaín o Daniell Calparsoro.

El actor compite con actores como Luis Zahera (As bestas) por el premio al mejor actor de reparto en los Goya, que se entregarán el 11 de febrero en Sevilla, así como en esa misma categoría en los premios Feroz, que entrega la prensa especializada el próximo 28 de enero. Estas dos nominaciones le mantienen "ilusionado" aunque con la "distancia" que le aporta el tiempo y una trayectoria dilatada en la que ha aprendido que "tanto los triunfos como los fracasos son relativos y pasajeros", tal y como ha señalado en una entrevista a Vozpópuli.

En esta ocasión, el único papel que tendrá que representar es el de Ramón Barea y, según ha confesado, "para un gran tímido, no tener guion es terrible". "En algunos casos los actores más torpes somos los más curtidos, porque nos planteamos más problemas, dificultades, queremos tener más información", apunta Barea, que esconde tras una aparente discreción una "enorme timidez", así como algunos "ramalazos de fobia social".

"Soy un señor de Bilbao que no bebe, que no ha bebido nunca, que lo único que ha hecho es fumar muchísimo, que hasta hace seis años solo tenía ese vicio confesable. En las fiestas soy el primero que se va, que desaparece, porque no bebo y cuando me tomo un zumo de piña, el segundo me resulta empalagoso y ya hay un ruido alrededor enorme", reconoce.

Toda actividad artística lo que hacer es canalizar una cierta patología. Desarrollar ciertas habilidades creo que nos salva de otras cosas"Afirma el actor

Siempre ha visto "de lejos" el lado de brillo y espectáculo que tiene la profesión, algo que con los años se ha dado cuenta de que se debía al hecho de "llegar del mundo del teatro independiente, de cargar y descargar la furgoneta, de un universo donde no había un circuito de teatros municipales". "Convives con el día a día, te llevas disgustos porque el sitio o las condiciones no eran las adecuadas, y eso me ha dado una especie de callo para no creerme del todo los grandes eventos. Cuando me pongo la pajarita y la chaqueta voy disfrazado de algo que no soy", afirma.

Ramón Barea (Bilbao, 1949) siempre fue un "espectador compulsivo de teatro", que con 16 o 17 años se pagaba la entrada y viajaba a Madrid para asistir a obras, algo que con el tiempo se ha dado cuenta de que se trataba de una "rareza". El actor empezó a trabajar de adolescente en el juzgado de Bilbao gracias a su habilidad para mecanografiar muy rápido y por su apariencia de "chico responsable", y nunca tuvo antecedentes artísticos.

"En Bilbao no había escuelas de teatro, era una pulsión extraña que creo que tenía que ver con mi timidez. En el fondo, toda actividad artística lo que hacer es canalizar una cierta patología. Desarrollar ciertas habilidades creo que nos salva de otras cosas", ha señalado este actor de teatro, cine y televisión.

Más que haber triunfado en algún medio, lo que le satisface es haberse "mantenido en todos" y, en definitiva, que no le rechazaran en ninguna parte. La vida de triunfador es horrorosa, es un desgaste y una tensión. Yo no he tenido representante en toda mi carrera, algo de lo que me alegro, y me he permitido hacer un protagonista en una y en otra dos sesiones. No he tenido la pulsión del ganador", cuenta el actor.

Alauda no me enseñó secuencias ni me habló del personaje, sino que hablamos de la vida, de su hijo, de mis nietos o del primer llanto de mi hija. Fue un encuentro con la vida, el cine vino luego"Ha revelado Barea

Es impensable que a alguien con una trayectoria y una experiencia tan vasta como la de Ramón Barea le sorprenda el éxito de Cinco lobitos, una película que ha crecido con el paso de los meses y en muchos casos gracias al boca a boca. "Me pareció un guion brillante, porque tiene una historia muy normal. Fue un flechazo conocer a la directora. Me llamaron para hacer el personaje y en el encuentro con Alauda no me enseñó secuencias ni me habló del personaje, sino que hablamos de la vida, de su hijo, de mis nietos o del primer llanto de mi hija. Fue un encuentro con la vida, el cine vino luego", ha revelado.

Además, según cuenta, Laia Costa, la protagonista del filme, era "madre reciente", y en el camerino ella daba el pecho a su hija real durante los descansos del rodaje de Cinco lobitos. "Había mucha vida y mucha verdad en lo que se hacía y en cómo se hacía", ha resaltado sobre una de las películas más tiernas y fascinantes del año.

Ramón Barea y el descubrimiento de Pío Baroja

Ramón Barea bromea con cierto encasillamiento en la actualidad por el que solo le dan papeles de "anciano", pero asegura que en ningún caso está pensando en la jubilación. Lo cierto es que da vértigo mirar su ritmo de trabajo, ya que al tiempo que busca traje para los premios Goya, prepara un montaje sobre la trilogía La lucha por la vida, de Pío Baroja, para el Teatro Arriaga de Bilbao, que dirige y en la que actúa, y que tiene previsto su estreno para el 17 de febrero, apenas unos días después de la gran gala del cine español.

La libertad de opinión y la valía de Pío Baroja en lo que escribió no se llegó a apreciar porque se le juzgó desde posiciones muy radicales"Señala el actor y director

En este sentido, y preguntado acerca de cierta ausencia de homenajes a Pío Baroja en el 150º aniversario de su nacimiento, Ramón Barea compara su figura a la de Chaves Nogales que, "siendo distintos", tenían en común, a su juicio, una difícil clasificación.

"A Pío Baroja desde la derecha se le veía de una manera y desde la izquierda de otra. No hizo una declaración de principios que lo identificara con una filiación. De pronto los requetés lo querían fusilar pensando que era un rojo, y los rojos pensaban que se había mostrado a favor de la dictadura y del golpe militar. Su libertad de opinión y la valía en lo que escribió no se llegó a apreciar porque se le juzgó desde posiciones muy radicales", comenta.

"Tengo la sensación de que nadie se había acordado o se había esmerado demasiado en la celebración de Baroja. De hecho, ha aparecido el boom, el que todos hablaban ahora, a finales de año, cerca de su fecha de nacimiento, porque había un despiste generalizado. La gracia de él es que es un cronista magnífico de la época en la que vivió. No hace buenos y malos, sus personajes albergan el bien y el mal y la lucha por la vida no tiene un final feliz ni un desarrollo políticamente correcto", reivindica sobre el escritor de la generación del 98 al que ahora rinde homenaje desde las tablas.

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