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Cultura

Entrevista

Pedro Herrero (Extremo centro): "Es mejor no divorciarse"

Entrevista sobre el ensayo 'Extremo centro', escrito por Pedro Herrero

El ensayo Extremo centro (Deusto, 2021) es una de las novedades más exitosas dentro del panorama de la ‘no izquierda’, término acuñado por sus dos autores: Jorge San Miguel y Pedro Herrero. El libro es fruto del podcast homónimo que nace en 2018 como consecuencia de la decepción que la nueva política produjo en sus creadores. Por los micrófonos de Extremo centro han pasado más de cien personas, personajes y personalidades, entre los que destacan Gregorio Luri, Ana Iris Simón, Jorge Bustos, Miguel Ángel Quintana Paz, Elizabeth Duval, Iván Espinosa de los Monteros, Toni Cantó, Chapu Apaolaza y Borja Sémper.

Vozpopuli ha tenido la oportunidad de entrevistar a Pedro Herrero (Gijón, 1980) quien, además de señalar el progresivo acorralamiento de la izquierda woke a todo aquel que no se alinee con todos y cada uno de sus mantras, es el creador del término ‘faminazi’. Para Herrero, ‘faminazi’ es todo aquel que considera que cuidar hijos es un bien social, y que propone que la comunidad moral se ordene a favor de ese principio. En un momento en que la institución matrimonial agoniza he querido profundizar con él sobre este tema, entre otros. Es más que probable que Herrero les guste o, por el contrario, les produzca gran rechazo. Lo que sé con seguridad es que no les dejará indiferentes.

Pregunta: Una de las cosas que más criticas a nuestra generación es el olvido, cuando no desprecio, de la importancia de la familia. Existe una dificultad que suele pasar desapercibida: la que tienen los solteros para encontrar alguien que también busque formar una familia.

Respuesta: Hay un concepto clave que hay que poner en circulación: la mayor parte de lo que vemos expresado en el espacio público como antagonismo hacia la familia es, en realidad, el anhelo de haber tenido una familia mejor. Estoy seguro de que incluso sus detractores tienen este deseo. Cuando uno vive la experiencia fundante del amor familiar, es imposible no entender la voluntad de crear una familia propia.

Gran parte de sus detractores lo son por no poder formar una. Ante esto, primero racionalizan, y afirman que la familia no es necesaria para la vida. Más tarde la tachan de indeseable, señalando sus imperfecciones. De la propia negación de su deseo nacen la mayoría de las narraciones negativas que en el espacio público ocupan el ancho de banda sobre la familia, definiéndola como espacio de opresión y dominación.

Quien hace una crítica a lo familiar numerosas veces lo hace encaramado a su propia experiencia vital, detallando -más que un problema generalizado- sus dramas y problemas personales. Sin embargo, lo que sí es un problema medible son las dificultades de todos los que hoy en día sueñan con formar un hogar sentimental estable.

Debemos evitar la trampa, tan contemporánea como perversa, de posponer 'la vida' hasta que llegue el momento oportuno

Es llamativo el silencio en torno a esta situación, la de un tercer grupo que no son ni los solteros ni los casados, el grupo compuesto por aquellas personas que aspiran a tener una relación estable. En pocas ocasiones se transmiten sus narraciones. Aquellos a quienes su experiencia les dice que quieren ser para otros lo que sus padres y madres fueron para ellos como hijos y, sin embargo, a quienes hoy el mundo se lo pone cada vez más difícil, incluso haciéndoles sentir vergüenza y culpabilidad de su propia situación.

Hemos convertido la sociedad en un eterno partido de solteros contra casados. Porque parece que todos tenemos que exhibir de manera muy florida la virtud y los méritos de nuestras propias vidas, a veces desoyendo a quienes desean formar una familia pero tienen muy difícil acceso.

P: ¿Qué consejos darías a quienes se encuentran ante estas perplejidades?

R: Lo único que puedo hacer, desde la experiencia personal de quien se ha equivocado infinidad de veces, es recomendar ser sincero con uno mismo y con la persona que te acompaña. Intentar no autoengañarse demasiado, decirse a uno mismo la verdad, no escindirse en diferentes personajes. Reconocer las imperfecciones propias ante la persona que se ha comprometido contigo, en lugar de tratar de ocultarlas y que luego estallen todas una tras otra en una sucesión de fuegos artificiales traumáticos.

Normalmente, la persona que te quiere te conoce bastante mejor de lo que te conoces tú mismo, porque te observa desde fuera. Es un espectador privilegiado de tus numerosas mierdas. El consejo -si es que se puede llamar consejo a algo que nace de la experiencia vital- es que le des la oportunidad a la persona que te quiere a que diga “sí” a tu yo más íntimo y jodido.

Otro conocimiento que me ha dado la experiencia es que uno debe aceptar también las múltiples dimensiones del propósito vital. Evitar caer en la trampa, tan contemporánea como perversa, de posponer “la vida” hasta que llegue el momento oportuno, o pase un determinado suceso en el que hemos concentrado nuestra atención, ya sea alcanzar determinado cargo empresarial o político, aprobar una oposición, etcétera. Posponer el cuidar al otro, posponer el dedicar atención a los amigos o mostrar sensibilidad hacia quien te acompaña. Retrasar en el orden de prioridades precisamente a quienes tienes más cerca porque hay una dimensión de la vida -en muchos casos la corporativa, la empresarial, la productiva, las ambiciones- que nos parece la verdaderamente importante y la que nos va a dotar de sentido. Creer que la persona que te quiere tiene que entender una y otra vez que ha de situarse en un segundo plano porque tú has puesto la dimensión de tu ambición por encima de ella.

En consonancia con las dos anteriores -de nuevo algo que he aprendido de la experiencia propia-, es necesario entender que querer a alguien implica comprender sus defectos. No querer a pesar de sus imperfecciones o ignorándolas, sino abrazándolas. Esto es el rasgo distintivo de una relación basada en el amor. Precisamente, amas a tu pareja porque eres la persona que está dispuesta a celebrar en ella lo que otro no estaría dispuesto a tolerar.

Por último, aceptar el enorme valor -en forma de bagaje que nos lega la cultura, el conocimiento, la historia y la tradición- de aquellas instituciones sensatamente imperfectas, en la muy certera y alabada expresión de Gregorio Luri. Uno debe ser capaz de celebrar aquellas instituciones que, aun siendo imperfectas, son enormemente valiosas. El matrimonio es una de estas instituciones, y un matrimonio o un hogar que acepta, reconoce y se ríe de su propia imperfección se vuelve extraordinariamente más sano y agradable como sitio en el que descansar.

Uno de los elementos que a veces puede derribar en parte un matrimonio es la idea extraña de que casarse, decirle a alguien que quieres construir tu vida con él, no es una decisión solemne

P: ¿Cuáles dirías que son los cuatro jinetes del Apocalipsis que pueden acabar con un matrimonio?

R: Me da un poco de acojone responder a esto, sabiendo que lo puede leer alguien que trate de incorporarlo a su propia experiencia. Como si lo dijera alguien sensato y no un tuitero venido a más… Puedo contarte cuatro experiencias respecto del matrimonio, y el lector decidirá si son universalizables.

El primero es el escapismo, una conducta típica del mundo contemporáneo y de las redes sociales. Crear personajes, interpretar juegos de rol. Es un recurso bastante frecuente que acaba escindiendo a la persona y es una de las primeras conductas a evitar. Hay que buscar, en la medida de lo posible, la unidad. Por vergüenza que dé a veces.

Un segundo jinete es la no aceptación de la naturaleza de la pareja. La estructura tradicional del matrimonio tiene una herramienta estupenda: el perdón. Quienes intentan cambiar partes de sí, sus elementos menos presentables, aspectos de su “vida en b”, saben que su pareja tiene un privilegio y una condena al tener acceso a esta faceta íntima suya. Hay que tener presente que uno no escoge a sus padres, no escoge a sus hijos y, sin embargo, la persona que más profunda e íntimamente va a conocerte sí la elige uno. En cierto modo, esa persona es fruto de tu voluntad. Y de una voluntad mutua.

Eso me lleva al tercer paso. Si nos atenemos al rito que lo precede, el matrimonio es fruto de una afirmación solemne, una promesa juramentada ante ti mismo. Uno de los elementos que a veces puede derribar en parte un matrimonio es la idea extraña de que casarse, decirle a alguien que quieres construir tu vida con él, no es una decisión solemne. Esa decisión es una de las pocas que sabemos que son trascendentales para el ser humano. De las personas de tu órbita familiar más cercana, el único que está ahí por decisión propia es tu pareja.

Se suele entender que tomar esa decisión es algo que se puede posponer, o que ya saldrá de forma espontánea; que tiene que surgir en experiencias en torno al placer, como el irse de fiesta. Construir una vida en común supone estar de una manera constante y continúa superando dificultades juntos. La vida es mucho más parecida a subir el K2 que a estar permanentemente de fiesta. El mundo contemporáneo se guía por la chorrada de que la vida son experiencias y, por lo tanto, lo que necesitas a tu lado es una persona con la que irte al parque de atracciones. No, lo que necesitas es alguien con la suficiente fortaleza moral como para afrontar una subida al K2. Alguien dispuesto a afrontar con entereza los sufrimientos, la decepción, el fracaso la enfermedad o el miedo a la muerte.

Del cuarto problema nos habla Erich Fromm, y consiste en considerar al otro un objeto. Pensar que el problema del amor es encontrar, cual fetichismo, el objeto de amor adecuado. Esta idea romántica de que cuando llegue la persona perfecta seré capaz de producir el amor perfecto, es equivalente a pensar que cuando llegue el lienzo perfecto sabré pintar el retrato perfecto. Fromm tiene una aproximación mucho más realista: el amor es una práctica, un oficio, una disciplina que se practica, que se adquiere como los hábitos. Como pintar, tocar el piano o hacer ebanistería. Este enfoque nos saca del error de depositar en el otro la responsabilidad de que se dé o produzca el amor, algo que siempre es cómodo, por otro lado.

P: ¿Nos regalas un extra? ¿Un quinto error garrafal que deberíamos esquivar?

R: El de llegar a pensar que cualquier institución -la matrimonial en este caso- que te induzca al autocontrol o al sometimiento voluntario es negativa. Necesitamos entender que el libre sometimiento -aunque pueda parecer una contradicción en términos- es algo bueno y virtuoso, aunque quizá uno tarda en caer en la cuenta de esto. Al final uno se descubre mejor cuando, de manera libre, acepta restricciones. Hay una velocidad razonable en la vida, y a los que tenemos tendencia a comernos la vida a bocaos llevar un cinturón de seguridad para enfrentar las diferentes pulsiones vitales nos viene bien.

Mi hija Carmen siempre clava una mirada reprobatoria en mí cuando digo un taco. Y hace bien, es un recordatorio de que hay más valor en una vida vivida a la luz de una autoimagen más exigente.

P: Me has hecho recordar esos versos de Luis Cernuda: “libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”. La libertad es, a mi entender, la gran incomprendida -cuando no deformada- del nuetsro tiempo. La libertad que se conquista forjando el carácter, algo que en la mayoría de ocasiones no resulta placentero, al menos de entrada.

Existe aquí un error de base, que consiste en caer en el fantasma de la hipernormatividad: pensar que la vida en común puede ser resuelta exclusivamente sobre las normas que fija el Estado a través del derecho positivo. Las normas para la vida en común no pueden quedar definidas simplemente con el límite de lo legal Es evidente que el Estado no puede obligarte a mantenerte unido a una persona de la que te quieres divorciar. Eso no implica que, como miembros de una comunidad, renunciemos a defender en el espacio público que es mejor no divorciarse, y que podamos cantar, celebrar y utilizar los instrumentos que como sociedad civil tenemos a nuestro alcance precisamente para acompañar, persuadir y animar a la gente a defender unos modelos de vida como preferibles a otros.

Es necesario que, a través de las diferentes herramientas, dispositivos culturales y capacidades que tenemos -la sociedad civil organizada, los miembros de las comunidades morales-, celebremos aquellas situaciones que podemos llamar modelos de vida buenos, que evidentemente van muchas veces asociados a ese “deber ser”, a la asunción de restricciones a mi voluntad en base a una autoimagen de lo que debo ser. El autosometimiento del que hablábamos es una forma más elevada, más elegante y más sofisticada de libertad y preconfigura de alguna manera el sitio donde se puede debatir el “deber ser” del ser humano.

P:¿Permitir el divorcio, pero defender que es preferible luchar por mantenerse unidos?

R: Este es un debate necesario, porque una parte del mundo conservador se ha quedado en los debates sobre lo legal durante muchos años. Podemos entender que se retiren obstáculos legales y que la gente tenga libertad para vivir como quiera y, al mismo tiempo, que se nos quede ronca la voz siendo capaces de dialogar sobre aquellos modelos de vida que producen más salud y más bienestar.

Quienes más imperfecciones tenemos somos los que más hablamos, y los que más nos subimos a la tarima somos los más incapacitados para juzgar a los demás

Una cosa que debilita la coalición en muchos de estos debates es el falso dilema que se plantea entre quienes defienden un modelo de vida bueno desde posturas espirituales y religiosas y entre aquellos que lo enfocamos desde posturas materialistas. Es como si algunas personas creyentes presupusieran a la gente incapaz de percibir las cosas positivas que implica mantener una familia unida si no la acompañan de la existencia de una perspectiva religiosa.

Desde mi punto de vista, existen argumentos materialistas perfectamente válidos a la hora de defender los modelos de vida buenos, aquellos que producen más salud mental, más ganas de vivir en la tercera edad, menos soledad, más cuidados, mejores relaciones etc. Sabiendo esto, ¿en base a qué hemos de renunciar a explicar estas cosas, si ayuda a que la gente pueda formarse el mejor criterio posible? ¿Por qué vamos a renunciar a señalar debates universales que forman parte de nuestra cultura e historia?

P: Estoy disfrutando mucho esta conversación, pero se me presentan dos problemas. El primero, el temor a que estos últimos temas resulten demasiado aburridos o pesados al lector (aunque mis experiencias previas al arriesgar con entrevistas de este tipo y longitud han sido muy buenas). El segundo: según los cánones periodísticos, esta entrevista ya resulta demasiado larga. Ambas cuestiones me remiten a la verdaderamente importante: ¿el periodismo actual infravalora al lector?

R: Disputo la mayor, pensar que el intelectual contemporáneo está habilitado para ejercer algo así como una crítica sobre el valor del lector me parece mucho suponer. Uno de los grandes problemas que arrastramos hoy es que tenemos el espacio público trufado de personas que desprecian con profundidad la vida de la gente y que creen que, como son capaces de leer textos largos y a veces intencionalmente confusos, eso les sitúa en una posición de superioridad de juicio respecto del resto.

Este problema se solucionaría por una vía bastante sencilla: antes de otorgarle a alguien en el espacio público el derecho a emitir juicios sobre las vidas ajenas deberíamos pasarle un examen sobre qué ha hecho esa persona con la suya. Hay gente en el espacio público juzgando y prescribiendo sobre las vidas de los demás, cuando ellos mismos exhiben una incapacidad manifiesta para sostener unos criterios mínimos y razonables sobre su propia vida.

Es un problema recurrente en nuestra sociedad el darle los espacios de prescripción a personas que saben de todo menos de vivir su propia vida: investigadores, académicos, periodistas, guionistas de televisión. ¿Qué más me da a mí su criterio sobre si soy un “señoro” o sobre cómo deben ser las parejas? No ha sido usted capaz de formar un hogar, mantener un trabajo, sostener una familia, criar a unos hijos, o de cuidar a sus padres. Tenemos un ejército de, como los llamó Machado, “pedantones al paño que creen que saben porque no beben el vino de las tabernas”.

Existen debates sobre la vida que por su dimensión de ejercicio de cortesanía se proyectan de manera alambicada, pedante, e inaccesible. Necesitamos conversaciones más normales, sobre las que la gente corriente pueda dialogar y dar su opinión.

Deberíamos dejar de emboscarnos en simulacros culturales con códigos y lenguajes impostados, construidos con la intención de ser inaccesibles para la masa. La cortesanía entiende que esa inaccesibilidad es en sí misma un criterio de validez de la idea, cuando hay que respetar más la conversación que permite que sea ejercida también por la gente corriente, que no tiene mucho tiempo para códigos cifrados, y que dedica sus esfuerzos a vivir una vida razonable y plena.

P: En el libro defiendes precisamente esta idea.

R: Exacto. Extremo Centro: El Manifiesto nace en torno a esa vocación. No de infravalorar al lector, sino precisamente lo contrario, de hacerle participar del debate. Tratamos de poner en valor el hecho de que los temas se pueden abordar en diversos niveles interpretativos y que toda conversación y todo diálogo que realiza una persona son válidos. Hemos visto cómo la codificación y las credenciales en la conversación pública se han usado para silenciar voces en nuestra sociedad y nosotros, evidentemente, no estamos ahí.

Yo tengo muy buena opinión de la gente, del ser humano. Tengo tan buena opinión de su criterio que veo conveniente que participe más gente de la conversación. Por el contrario, el proceso político se ha ido afianzando en pequeñas comunidades cada vez más densas, más concentradas en lo urbanístico y más aristocráticas en las formas y en los procesos de creación cultural. Y tenemos cada vez a más nuevos aristócratas culturales que prescriben a comunidades de personas a las que desprecian.

P: ¿Despotismo ilustrado, versión siglo XXI?

R: Sí. Y es peligroso.

En este tiempo nuevo no va a salir bien lo de mirar a la gente desde arriba. Yo quiero a la gente, pero no porque sea un ingenuo, sino porque las imperfecciones me reconcilian con el ser humano.

Hay que reconciliarse con la gente, hay que amarles con sus mierdas, sus manos sucias y su piel caliente. Quienes más imperfecciones tenemos somos los que más hablamos, y los que más nos subimos a la tarima somos los más incapacitados para juzgar a los demás. En una sociedad de seres imperfectos todos tenemos derecho a participar de la conversación.

Es en la noción de desperfecto donde se impide que la causa se ponga por encima de la dignidad del ser humano. Es en la imperfección que abrazas y que haces tuya donde se produce la verdadera amistad, el amor y muchas de las cuestiones por las cuales merece la pena vivir en comunidad y en sociedad.

¿Es larga la entrevista? Más larga debería ser. Que la lean, y al que haya llegado hasta aquí, ¡enhorabuena por la paciencia!

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