Cultura

La Casa de Alba recibe en Liria

La Infanta Margarita, por Velázquez. Palacio de Liria, Fundación Casa de Alba

La Casa de Alba ha abierto la Casa de Alba. Desde el jueves, Carlos Fitz-James Stuart, XIX duque de Alba, permite entrar en el palacio de Liria a todo el que pague 14 euros. Era una medida inevitable, hace ya mucho que la más alta aristocracia británica abrió sus mansiones campestres a las visitas de pago, ¿cómo si no podrían mantenerse las Downton Abbeys que tanto adornan la campiña inglesa? Incluso la Reina admite visitas, a 12 libras, en su residencia de vacaciones, Balmoral.

Mantener esos patrimonios, residuo de una época feudal que terminó definitivamente en la Revolución Francesa, es muy difícil. En los 80 estuve en Blair Castle, el castillo de los duques de Atholl. El duque se había empeñado en mantener un privilegio único y oneroso, poseer el último ejército feudal de Europa, los Atholl Highlanders. Para sostener sus 45 soldados y dos cañones intentaba ahorrar por todas partes, incluida la ropa, y cuando se ponía al frente de sus tropas lucía un uniforme heredado. El duque medía dos metros –los íntimos le llamaban Wee, Pequeñín- y los puños de la casaquilla se le quedaban a media manga.

También visité Dunrobin, el castillo del duque de Sutherland, uno de los títulos más importantes de Escocia. Se recorrían algunas estancias habitadas por la familia, y en una, junto al sofá, había unas pantuflas. ¿Se las había dejado el duque? ¡Qué descuido! No, eran un objeto histórico en exposición porque habían pertenecido a Garibaldi, el padre de la unidad de Italia, que estuvo invitado en Dunrobin y se olvidó las zapatillas…

En casa de los Alba los visitantes van a ver algo más que pantuflas, pues albergan quizá la mejor colección privada del mundo. En pintura –Velázquez, el Greco, Rubens, Goya…- puede competir con la Frick Collection de Nueva York o la Jacquemart-André de París, pero aún más asombroso es su archivo, cuyo primer mapa de una tierra del Nuevo Mundo, dibujado por la mano de Colón, despierta la envidia de la Pierpont Morgan’s Library.

También es fastuoso el mobiliario, que durante la Guerra Civil fue dispersado. Se dice que en la posguerra el duque don Jacobo, en una visita a Franco, vio que tenía una mesa de despacho suya. Se la reclamó de inmediato y Franco, en plan gallego, le dijo “¿cómo sabe que es la suya?”. Don Jacobo manipuló entonces el mueble y abrió un cajón secreto, de donde sacó una carta. Franco le devolvió la mesa.

Cayetana e Isabel II eran íntimas porque fueron compañeras de juegos en la infancia, pero una reina es más que una duquesa, aquí y en la Luna

Esto es una leyenda, pero una estirpe que está presente en la Historia de España desde el siglo XII es forzosamente legendaria. También corría otra leyenda sobre la duquesa de Alba, decía que si Cayetana e Isabel II coincidían en una puerta, la reina de Inglaterra tenía que cederle el paso a la duquesa de Alba, por ser más noble que la soberana.

No es así, desde luego. Cayetana e Isabel II eran íntimas porque fueron compañeras de juegos en la infancia, pero una reina es más que una duquesa, aquí y en la Luna. Cuando solamente era Kronprinz (príncipe heredero) el futuro Káiser Guillermo II de Alemania se sintió muy ofendido porque en una cena de su abuela, la reina Victoria de Inglaterra, le habían dado precedencia en la mesa al rey de Tonga, una minúscula isla del Pacífico. El príncipe de Gales, futuro rey Eduardo VII, intentó consolarlo: Primo, míralo de esta manera, ése que han colocado al lado de la Reina o es un pobre negro, en cuyo caso no estaría aquí, o es un Rey, y entonces tiene precedencia sobre nosotros que sólo somos príncipes.

Desde 1125

Lo que sí se puede afirmar es que no hay familia más noble en el Gotha internacional, según una simple aritmética. Un linaje, el de los Álvarez de Toledo, documentado desde 1125, 19 generaciones de ducado de Alba de Tormes, un total de 63 títulos nobiliarios con 16 grandezas de España, que es la nobleza de la nobleza, y además sangre de la Casa Real de Castilla y de la de Estuardo…

Esa acumulación inaudita fue fruto de algo más que una política matrimonial acertada, se debe a la ductilidad de la nobleza española, libre del envaramiento de la aristocracia del norte de los Pirineos, pues a diferencia que en Francia aceptaba que una mujer heredase y transmitiese un título –ha habido tres duquesas de Alba titulares- y, cuando no había ni hijos ni hijas, que el título pasara un pariente más o menos cercano.

Así llegó el ducado de Alba, a la muerte de la primera Cayetana, la de Goya, a Carlos Miguel Fitz-James Stuart, duque de Berwick, cuyo apellido significaba “hijo de Jacobo Estuardo”, último rey de Inglaterra y Escocia de su dinastía. Además de aportar la realeza británica a la estirpe española, Carlos Miguel fue el primer gran mecenas de la Casa de Alba, el que inició sistemáticamente la gran colección que ahora podemos ver por 14 euros.