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Cultura

Sobre niños matones y caballeros que desfacen entuertos

Ya preferimos que sean otros los que desfagan entuertos. Sustituimos el honor y la gloria por una noche completa de sueño plácido y una cerveza fresquita

Ha ocurrido millones de veces, pero el hombre sigue sorprendiéndose cuando contempla un gesto de maldad. Mientras esto siga ocurriendo, quizá nos hallemos ante la última señal de esperanza de nuestro tiempo. El último asesinato, secuestro o violación nos sigue provocando un rictus de rechazo, de incredulidad y lamento. Porque el mal no marcha, sigue ahí por los siglos de los siglos, y seguimos sin estar dispuestos a aceptarlo.

Es la eterna lucha entre lo que es y lo que debería ser. En el fondo, todos peleamos con nuestros mejores guantes para alcanzar un día aquello que Tomás Moro llamó Utopía. Pero el mal existe y nos pone zancadillas a cada paso. Incluso en la más tierna infancia somos testigos de actos impuros, de engaños y maltratos por parte de niños con cara de ángel. “La cara es el espejo del alma”. Nunca un dicho me pareció tan equivocado.

Perdonar, seguir adelante y desfacer entuertos

En el colegio había un matón llamado Daniel que robaba bocadillos y pisoteaba cabezas aprovechando su envergadura. Muy pocos se atrevían a hacerle frente. Una vez, yo iba a ser víctima de su ira y decidí esconderme en el patio, que entonces era inmenso como una gran nación. Uno de sus esbirros se acercó y me propuso esconderme en el baño de mayores. “Allí no te encontrará”.

Maquiavelos y rasputines han existido siempre, consejeros de lengua sibilina que envenenan y engañan para mantener su estatus de poder. Aquel niño me condujo al cuarto de baño, y allí estaba Daniel esperándome para darme una buena paliza. Era muy pequeño, 4 o 5 años. Aquello me sirvió para saber desde muy joven que el mal existe. Desde entonces quise armarme caballero andante y desfacer entuertos.

¿Acaso no hay más noble destino que fenecer bajo el hierro de la espada en defensa de los débiles? Cuando paseo por la Puerta del Sol, no puedo evitar sentir un calor profundo en el pecho cuando paso por lo que es hoy la tienda de Apple y veo esa placa del Ayuntamiento que reza: “Aquí perdió un brazo Ramón María del Valle-Inclán tras batirse en duelo por el honor de una dama”.

Los referentes infantiles suelen ser hombres de acción, guerreros que matan dragones, orcos y cualquier ser maligno que se ponga por delante. Las historias de Harry Potter, el Señor de los Anillos y Star Wars, donde la lucha del bien contra el mal funciona como eje, son (o eran) las favoritas de los pequeños.

A medida que pasa el tiempo, el ser humano evoluciona y pasa de 'hombre de acción' a 'hombre cojín'. Ya preferimos que sean otros los que desfagan entuertos. Sustituimos el honor y la gloria por una noche completa de sueño plácido y una cerveza fresquita. No lo critico, hay que saber evolucionar en la vida.

Cuando uno crece se da cuenta de que el mal es más relativo de lo que parece en las series de dibujos animados. Un día, en mi Palencia natal, pedí un kebab a domicilio. Llamaron al timbre y en la puerta me encontré a Daniel, que trabajaba como repartidor. Nos miramos sin ira. Tampoco nos saludamos. Fue un encuentro casi teatral. Los dos sabíamos quién era el otro, pero hacíamos una performance que nos diese la mayor comodidad posible. No sentí rencor. Me dio la impresión de que aquel hombre era muy distinto del niño que conocí hace décadas.

Una de las mejores series de la historia, The Virtues, ahonda en la esquiva definición del 'mal'. El protagonista vive atormentado por los abusos sexuales que recibió en el centro de menores donde pasó su infancia, abusos perpetrados por otros niños. Desciende a los infiernos del alcoholismo y la desesperación hasta que decide embarcarse a Irlanda y encontrar al niño que le martirizó para siempre.

Joseph, interpretado por un excelso Stephen Graham, encuentra a su archienemigo en un estado lamentable. Postrado en una cama, con dificultad para respirar y apenas un hilo de vida. Joseph le pregunta que por qué le hizo tanto daño, por qué le arruinó la vida. “¿Por qué tú no? ¿Qué te hace especial? ¿Mejor que los demás? ¿Mejor que todos los que fuimos abusados?”.

Joseph hace lo más difícil, perdonar. Perdonar no limpiará las calles de gente mala, como ansiaba el protagonista de Taxi driver, pero sí llevará paz a los corazones de la gente. Perdonar, seguir adelante y desfacer entuertos. Nadie dijo que ser un caballero andante fuera sencillo.   

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