Eran otras épocas aquellas en las que Émile Zola se pronunciaba en favor del capitán Alfred Dreyfus, quien acusado de antisemitismo y espionaje, fue apartado del ejército y confinado a una cárcel en la isla del Diablo. Entonces Zola cargó tintas con su J’accuse, pronunciamiento prototípico del intelectual que asume un compromiso. Era, no nos engañemos, el siglo XIX. Sin embargo, a lo largo del XX la historia dio de sí jugosas discusiones: desde la polémica del Meridiano Intelectual del 27, en España, hasta, por ejemplo, la que se armó cuando la pensadora alemana de origen judío Hannah Arndt publicó en The New Yorker, en 1963, la crónica del juicio al coronel de las SS Adolf Eichmann, encargado del transporte a los campos de concentración y exterminio o también, porqué no, las diferencias que causaron entre muchos la Primavera de Praga o, en Iberoamérica, el Caso Padilla. Son y han sido muchas. Estrecharlas en un pobre abanico sería tan frívolo como absurdo. Sin embargo, a alguna parte conducen estas enumeraciones de intervenciones y polémicas alguna vez protagonizadas por periodistas, escritores y pensadores. Y de hecho, llevan a un punto sin retorno: la ausencia casi total de estos debates en la actualidad.
Hace unos meses ya, interrogado en una conferencia, el periodista y escritor Arcadi Espada, respondía, sobre la vigencia de los hombres de letras, que estos respondían a una imagen ahora relativamente superada, de alguien “generalmente afrancesado, que solía tener una opinión sobre todo, al más puro estilo Sartre, y que terminaba oponiéndose a sus propias lecturas y preferencias”. Espada, que no es alguien melancólico o de romántica ñoñez, remató: “Al hombre de letras lo hemos sustituido por el intelectual de Twitter, lo cual es bastante más preocupante”, dijo.
"Hace 20 años, te llamaban de los periódicos para preguntarte acerca de casi todo. La gente hoy sabe más cosas".
El mundo ha cambiado y la democratización de las opiniones de 140 caracteres ha conseguido derribar pedestales particulares. Ahora todos opinan de todo. ¿Quién necesita ya del escritor si existe el especialista, el tertuliano, el periodista de opinión y ahora el tuitero? En su más reciente libro, Autobiografía de papel, el escritor y pensador Félix de Azúa comenta sin sobresaltos ni aspavientos signos inequívocos de los tiempos que se suceden desde las últimas décadas: una sociedad donde el poeta ya no es la voz de tribu, en la que la novela y el ensayo se han convertido sólo en mercancías o en la que la abolición de los sombreros se ha llevado consigo la “vieja costumbre occidental de pensar”.
Hay algunos menos apocalípticos, como Álvaro Pombo: “La figura del escritor se ha desacralizado, desmitologizado. Eso es bueno para el escritor. Hace 20 años, en los años 90, te llamaban de los periódicos para preguntarte acerca de casi todo: el uso de la píldora, la homosexualidad, la guerra de palestinos e israelíes. Ninguno estábamos preparados para contestar a todo. La gente hoy sabe más cosas. No hace tanta falta una opinión autoral. Los medios, la red, las redes sociales, todo eso, ha quitado sustancia a los autores. El autor es uno más entre miles de opinantes. No es que no existan escritores de la talla de Octavio Paz, es que nadie ve la necesidad de que estén todo el tiempo en la palestra opinando sobre cosas…”.
Los últimos pronunciamientos de escritores, se dirimen en la arena de las tertulias espurias o del Time Line del Twitter.
Dicho esto, no se trata de meter en el mismo saco a unos ni otros, tampoco de llevarse las manos a la cabeza, darse golpes de pecho o acusar a nadie de nada. Cada escritor escribe lo que bien puede o quiere y participa en los debates que mejor le parezcan, si así lo desea. Lo que sí resulta, y en cierta medida justifica esta enumeración, es la estupefacción ante un hecho: los últimos pronunciamientos, desacuerdos o figuraciones públicas y mediáticas de escritores, en España, se dirimen en la arena de las tertulias espurias –donde igual se habla de política como de las peleas en un reality- o del Time Line del Tuiter. Dirá Mario Vargas Llosa –no sin rigurosidad, excesiva, de quien abjura del libro electrónico o no sabe lo que es The Wire- que nos hemos volcado en La civilización del espectáculo.
Para constatarlo, un repaso a los últimos tres años ha arrojado el saldo de pronunciamientos, polémicas e intervenciones de figuras públicas asociadas a las artes frente a determinados hechos. El orden es estrictamente cronológico y sus diferencias notables. En medio de un duro proceso de crisis económica, el foco se pierde y el debate se dispersa de lo político a lo mediático y a veces fútil entramado del espectáculo.
No se suscitó un debate cara a cara entre los opinantes acerca del 15M. Fueron, siempre opiniones aisladas.
Se hacían llamar indignados y sus reclamos se dirigían al sistema de partidos, la clase política, los bancos, la Unión Europea, el FMI… Su aparición conquistó a algunos, como el poeta Luis García Montero, quien dos años después escribió un poemario Una forma de resistencia (Alfaguara), con el que hizo guiños al colectivo. Hubo quienes como el desaparecido José Luis Sampedro, a su manera, apadrinaron el asunto, no en vano su prólogo al libro de Stépahene Hessel Indignaos, se convirtió en un texto de referencia entre los simpatizantes del 15M. Nunca se suscitó un debate cara a cara entre los opinantes, quienes hicieron saber su parecer, lo hacían, en la mayoría de las veces, sólo si eran consultados. Álvaro Pombo se refirió a ellos como algo “muy poca cosa”; Fernando Savater llegó a decir que el movimiento funcionó como un “tontómetro” y otros como Pérez Reverte pasaron de la curiosidad al ataque frontal.
Javier Marías, además de rechazar el Premio Nacional de Literatura, comparó al gobierno con el franquismo.
Ya propiamente sobre el IVA o los recortes, algunos escritores poco dados a intervenir públicamente como Javier Marías, quien además rechazó el Premio Nacional en 2012, dice él por motivos más personales que políticos, llegó a arremeter duramente contra el gobierno de Rajoy, comparándolo con el franquismo. Vale acotar que una buena parte se pronunció contra la polarización sobre el tema de una posible independencia de Cataluña. Muchos, desde AMrio Vargas Llosa, Féliz de Azúa. El ERE del diario El País también movilizó a algunas figuras relacionadas con el diario, quienes enviaron carta al comité de redacción para denunciar su malestar por los casos de censura motivados por la huelga de tres días con las que los periodistas protestaron contra el ERE que dirección de PRISA quería imponer a la plantilla del periódico.