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Amis, el terrible

El escritor británico, arquetipo de joven airado, fue pionero del actual giro neoconservador gracias a sus irónicas novelas, reseñas y crónicas, que jugaban con la polémica y definieron la modernidad de fin de siglo

El escritor Martin Amis. EP

Fue en 1973, en plena resaca de años de laborismo, cuando los británicos se enfrentaron a un particular P. G. Wodehouse malhablado, sicalíptico y que podía combinar lubricidad con el resabiado humor de clase de las islas. No, el Wodehouse original no podría haber escrito esto ni harto de sherry:

“Utilizando peine y dedos, ordené mis pelos púbicos. No era mala idea la de acicalarme pensando en Rachel, ya que la verdad es que nunca se sabe qué puede ocurrir”..

Es, claro, El Libro de Rachel (1973) de Martin Amis; obrita entre erotómana y clasista, alejada también de los trópicos calientes que tanto dinero hicieron para Anagrama, y que acababa con una mención maliciosa, tan corrosiva, a “granitos premenstruales”.  Se ha dicho mucho que los hijos son el espejo invertido de los padres y hay algo de Lucky Jim jipioso de Kingsley Amis en esta obra donde Amis Jr. obtuvo un público. Su enlace con la contracultura se confirmaría en la siguiente Niños muertos (1975), donde se permitía sustituir “diez negritos” por “diez hippies”. A falta de los particulares licores, los protagonistas de Martin Amis tenían un…

“…catador de drogas. Andy y Quentin iban a buscarle dos o tres veces a la semana con una pastilla, o un trocito de papel secante, o una bolsita de polvos, o una redoma con un fluido, o un saquito de cristales, o un terrón de azúcar húmedo, que le exigían tragar o lamer o esnifar o (algunas veces) inyectarse”.

Por sus jugueteos, por sus temas, estamos ante el arquetipo de novelista posmoderno, fuera de militancia política clara en su juventud, que retozará con el formato en Éxito (1978) e incluso será guionista del espantoso filme Saturno 3; uno de los peores subproductos derivados de La Guerra de las Galaxias y que casi sepultó la carrera del competente realizador Stanley Donen. Su celebrada novela pseudobiográfica de este mercenariado cinematográfico, Dinero (1984), acababa con un pobre diablo emocionado ante el encuentro de “diez peniques” en su gorra. ¿Final de la indolencia e inicio de un Amis más maduro y menos frívolo?

El novelista que odiaba todo “guardanita”.

La búsqueda de “Martin Amis + fascist” en la web de The Guardian, la hoja de ruta de todo periodista progresista que se precie, es un festival de polémicas donde el escritor gusta de zaherir a todos aquellos bien pensantes. Demasiado inteligente para emocionarse con la moralina allí, el festival de titulares que recoge dan para una ensalada de clickbait donde las estadísticas de Google se dispararían: “Si mi hermana se hubiera convertido al Islam estaría viva” o “No, no soy un racista” son algunos de los mejores. Muy crítico con el Islam, todo periodista bisoño inglés siempre sabía que podía dar un gran titular y no estaba lejos de la realidad el periodista Sam Leith al decir que “todos amaban odiarlo”.

Su colmillo afilado hincaba el diente a los consensos más ridículos y los tópicos del país

Estas polémicas olvidan el novelista tardío, aquel de la pseudofuturista Campos de Londres o La información donde trasuntos suyos en medio de una crisis de mediana edad hacían radiografías de la vulgaridad cultural del Reino Unido. Más cruel que Tom Wolfe, menos lúbrico que Houellebecq, su colmillo afilado hincaba el diente a los consensos más ridículos y los tópicos del país:

“Por supuesto, pensó Richard. Sí: desde luego. Gwyn era laborista. Evidentemente. Evidente no por las onduladas molduras que corrían a siete metros sobre sus cabezas, ni por las lámparas de bronce, ni por la corpulencia militar del escritorio con tablero forrado de cuero. Evidente porque Gwyn era lo que era, un escritor, en Inglaterra, a finales del siglo XX. Una persona así no podía ser otra cosa. Richard, de forma igualmente evidente, era laborista. A veces, al moverse en Por supuesto, pensó Richard. Sí: desde luego. Gwyn era laborista. Evidentemente. Evidente no por las onduladas molduras que corrían a siete metros sobre sus cabezas, ni por las lámparas de bronce, ni por la corpulencia militar del escritorio con tablero forrado de cuero. Evidente porque Gwyn era lo que era, un escritor, en Inglaterra, a finales del siglo XX. Una persona así no podía ser otra cosa. Richard, de forma igualmente evidente, era laborista”

El ensayista heterodoxo

Hubo quizá un Amis menos frívolo, tan inteligente o más que como novelista, y fue el ensayista de títulos iconoclastas y que tienen el encanto no solo de la novedad, sino de la vehemencia. Su libro sobre los videojuegos, año 1982, describía su propia adicción adelantándose casi dos décadas a cualquier estudio. Su primer contacto fue con la recreativa Defender de Atari (1981):

“Estaba sentado en un bar junto a la estación de Tolón. Tomaba café, escribía cartas y pensaba en mis asuntos. El bar tenía un flíper,1 un artilugio vetusto adornado con naipes. A esa hora sólo había algunos parroquianos. De repente se produjo una pequeña conmoción y el maître, una foca con delantal, salió a supervisar una entrega en la puerta. Varios forzudos peleaban entre gruñidos con algo que parecía un frigorífico ensabanado. Lo instalaron en un rincón, lo enchufaron y le arrancaron el velo. La invasión de los marcianitos había empezado”.

Amis contra el rojerío

Pero quizá el Amis más recordado es el del excelente Koba el temible; ensayo en carne viva sobre el blanqueamiento del comunismo de 2002 donde se incide con fiereza en los crímenes de la extrema izquierda. Pieza muy poco científica, de una crueldad inusitada y que no fue del gusto de todos, comienza el Amis más político: aquel de los titulares escandalosos en el púdico The Guardian y sus continuas blasfemias contra el laborismo cultural. Sus últimas obras, entre la sátira al Reino Unido (Lionel Asbo: el estado de Inglaterra) y la novela histórica negruzca (La zona de Interés), lo alejaban de los narradores en primera persona y le veían convertirse en un autor quizá más convencional.

Quizá por ello su última pieza publicada en vida, Desde dentro (2020), fue fuertemente autobiográfica al hacer ficción de su complicada relación con otras luminarias anglosajonas como Philip Larkin, Christopher Hitchens y Saul Bellow. Novela doméstica, que invitaba al lector a sentarse en un “sofá” cerca de la chimenea, su último párrafo evocaba un sueño lúcido a la muerte de un ser querido. ¿Un humano? No, una perrita: 

“Encontramos a Rosie, que, aunque no era del color esperado, ciertamente estaba muy afligida, y nos pusimos a consolarla. Y entonces me desperté. Ese mismo día, más tarde, caí en la cuenta de por qué Rosie, en la lógica de los sueños, estaba tan desconsolada. Estaba tan desconsolada porque su ama había muerto”.

Perfecto testamento para ese gran cínico que fue en vida Martin Amis, muerto con 73 años por cáncer de esófago en Florida (Estados Unidos).

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