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Cultura

'Lost in Translation': la tensión sensual más icónica del cine

Se cumplen 20 años del estreno del mejor filme de Sofia Coppola, protagonizado por Scarlett Johansson y Bill Murray

Fotograma de 'Lost in Translation'

"¿Y el matrimonio? ¿Mejora?", pregunta Charlotte, una joven recién licenciada, a Bob, un actor que le dobla la edad. "Eso es complicado. Nosotros lo pasábamos en grande. Lydia venía conmigo a los rodajes, y nos reíamos mucho. Ahora no quiere despegarse de los críos y no me necesita. Todo se complica mucho cuando tienes hijos", afirma él.

El próximo mes de octubre se cumplen 20 años del estreno en Estados Unidos de Lost in Translation, una de las películas que más ha jugado con el deseo del espectador por ver un desenlace que nunca llega y que, a pesar del tiempo que ha transcurrido, mantiene su vigencia. 

Su directora, Sofia Coppola, hija del célebre Francis Ford Coppola, debutó en el largometraje en 1999 con Las vírgenes suicidas y Lost in Translation se convirtió en su segunda película y también en su mayor éxito, con el que ganó el Oscar a mejor guion original, así como dos nominaciones a mejor película y mejor dirección. A pesar de levantar sospechas de nepotismo desde que entró en la industria, pronto demostró un coraje y una voz propia que, con el tiempo, ha formado parte de la esencia del cine de los primeros años de los 2000, y, para esta redactora de Vozpópuli, esta película fue fundamental. 

Los protagonistas de esta historia romántica están, en esencia, perdidos. Cada uno de ellos parece haber marcado las casillas correspondientes a los hitos por los que tiene que pasar en la vida una persona de bien -estudiar, casarse- y, sin embargo, hay algo de esa supuesta felicidad que llega después que se les ha escapado entre los dedos y que se pone de manifiesto cuando hacen un paréntesis en sus vidas en un lugar tan alejado de su rutina. 

A pesar de ser incapaces de expresarse en el país extranjero en el que se encuentran, y también de descifrar sus propias existencias, descubren un lenguaje común que comparten durante un tiempo demasiado breve, pero muy intenso

Charlotte y Bob -a quienes dan vida Scarlett Johansson y Bill Murray- se conocen en un hotel de Tokio, ciudad en la que pasan unos días: ella para acompañar a su marido, un joven artista en su viaje de trabajo, y él, un famoso actor, que acude a la ciudad nipona rodar varios anuncios publicitarios para una conocida marca de whisky. Allí descubren que están solos y que, en su existencia, como ocurre en la ciudad japonesa en la que se encuentran, la cacofonía les impide ver con claridad qué están haciendo con sus vidas. 

Pronto se conocen, se gustan, se cuidan, se emborrachan, se cuentan sus temores, sus aspiraciones y sus secretos, combaten juntos el jet lag y dejan de lado la vergüenza para cantar en un karaoke. Así, a pesar de ser incapaces de expresarse en el país extranjero en el que se encuentran, y también de descifrar sus propias existencias, descubren un lenguaje común que comparten durante un tiempo demasiado breve, pero muy intenso, en el que la tensión sensual crece hasta el final del metraje. 

El misterio de Lost in Translation

Sofia Coppola compuso una historia romántica alejada de las convenciones del género romántico, con la que evita caer en los pasos obvios que espera cualquiera en un encuentro amoroso o sexual de estas características y que, a pesar de ello -o precisamente por este motivo- resulta cercana, real, actual y muy humana. Nada sucede según el espectador lo espera, pero todo es demasiado familiar. Lo que no se expresa, lo que nadie cuenta o lo que ninguno se atreve a confesar al otro hace que la agonía aumente, pero es una inquietud demasiado cercana. 

Es de sobra conocido que Lost in Translation está inspirada en el divorcio de Sofia Coppola del también cineasta Spike Jonze -otro de los popes del cine indie-, que al parecer se enfadó al ver en el personaje de Giovanni Ribisi, que interpreta al marido de Charlotte, un retrato de sí mismo. Su respuesta, cuentan, fue la película Her (2013), protagonizada por Spike Jonze y en la que también participa Johansson. Pocas veces una ruptura ha resultado tan fructífera para los espectadores.

En cualquier caso, y cotilleos aparte, la mirada icónica de Sofia Coppola destaca, precisamente, por capturar aquello que a los demás se les pasa por alto, y por convertir en naturales y creíbles pasajes de la vida que a menudo en la ficción resultan tan lejanos. Para Coppola, lo revolucionario era y sigue siendo no caer en esa tentación, sentir miedo, vergüenza o inseguridad, o simplemente no encontrar las palabras y el momento adecuado para abandonar la vida que uno tiene.  

Así, cuando llega el final, los protagonistas de Lost in Translation se dan un abrazo, se dicen unas palabras al oído que el espectador no puede escuchar y se besan en la boca entre las lágrimas de ella mientras suenan los primeros compases de Just like heaven que, como toda la música que elige Coppola, suena impecable. El misterio de aquel susurro ha dado pie a centenares de teorías y hace pocos años la directora reveló por qué decidió omitir el sonido de aquel mensaje. Lo cierto es que cuesta imaginar un desenlace mejor que mantener en secreto aquello que los personajes no se atrevieron a decirse antes de su despedida. 

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