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Cultura

NARRATIVA

La literatura después de Mario Vargas Llosa

El Nobel peruano carece de sucesores, sobre todo porque han cambiado las condiciones socioculturales que hicieron posible su éxito

Gustave Flaubert, Mario Vargas Llosa y un teléfono inteligente

Mario Vargas Llosa anunció esta semana su retirada como escritor profesional: publicó el jueves su última novela, Le dedico mi silencio (Alfaguara), y confirmó que anda escribiendo su último ensayo, que versará sobre Jean-Paul Sartre. El escritor existencialista sacudió las conciencias del siglo XX y fue guía intelectual del joven Vargas Llosa, así que dedicándole su último libro cierra su círculo vital. La pregunta que queda en el aire es quién puede ocupar a partir de ahora el lugar del autor de Conversación en la catedral. La respuesta es corta y triste: nadie. El paradigma de gran literatura que encarnan Borges, Cortázar, Delibes, García Márquez y Vargas Llosa es cosa del pasado. Para cerrar esta gran estirpe literaria, nos podría haber quedado el epílogo de Roberto Bolaño, alguien capaz de enganchar igualmente a un crítico prestigioso como Ignacio Echevarría y a una presentadora popular como Oprah Winfrey, pero se nos fue demasiado pronto.

La última gran época de la narrativa en español fue la del boom latinoamericano. La rivalidad personal y política entre Vargas Llosa y García Márquez era seguida por cientos de miles de personas con la pasión con la que se sigue una temporada ajustada entre el Real Madrid y el Barcelona. Leer a ambos autores te confería cierto estatus cultural, en una época en que la que esto aún sonaba deseable. Ahora estas aspiraciones se han disuelto casi por completo, ni siquiera los ricos se preocupan por esta clase de distinción social. Cabe destacar que en el tiempo que duró el romance entre Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, el tratamiento mediático dejaba claro que la estrella de la pareja era ella, no él.

El autor de La ciudad y los perros, así como su archienemigo García Márquez, representan también la época en la que la literatura podía llevarte desde la pobreza y el anonimato hasta la fama mundial y a firmar tribunas en los principales periódicos del planeta, con la superagente Carmen Balcells ejerciendo de astuta negociante tras los focos (una especie de Mino Raiola antes de Mino Raiola). Hoy escribir novelas ha dejado de ser un ascensor social, ya que quienes los practican suelen ser gente de clase media y alta. Los beneficios ya no están en las novelas sino en los cheques por derechos audiovisuales que pueden ofrecer Netflix, Amazon y lo que queda el viejo Hollywood. Tanto en el caso de García Márquez como en el de Vargas Llosa, sería complicado que sus obras fueran eclipsadas por una versión audiovisual.

Vargas Llosa y el cambio de paradigma

El propio Vargas Llosa explicó de manera brillante la demolición de la novela como formato esencial para las sociedades occidentales. Lo hizo en su ensayo La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012), donde retrata sin rencor muchas de las disfunciones culturales de nuestra época, fruto del bienestar que siguió a los duros años de la posguerra, a partir de 1945. “El bienestar, la libertad de costumbres y el espacio creciente ocupado por el ocio en el mundo desarrollado constituyó un estímulo notable para que proliferaran como nunca antes las industrias del entretenimiento, promovidas por la publicidad, madre y maestra mágica de nuestro tiempo. De este modo, sistemático y a la vez insensible, divertirse, no aburrirse, evitar lo que perturba, preocupa y angustia, pasó a ser, para sectores sociales cada vez más amplios, de la cúspide a la base de la pirámide social, un mandato generacional, eso que Ortega y Gasset llamaba ‘el espíritu de nuestro tiempo’, el dios sabroso, regalón y frívolo al que todos, sabiéndolo o no, rendimos pleitesía desde hace por lo menos medio siglo, y cada día más”, destacaba en un potente texto sobre su ensayo para la revista de pensamiento Letras Libres.

En 'Le dedico mi silencio' no se invoca a la literatura para unir a un país, sino la música

En otro párrafo inspirado, comparte la intuición de que la gran literatura ha desaparecido por los mismo motivos por los que el viejo erotismo fue estrangulado a manos de la pornografía. “El erotismo ha desaparecido, al mismo tiempo que la crítica y la alta cultura. ¿Por qué? Porque el erotismo, que convierte el acto sexual en obra de arte, en un ritual al que la literatura, las artes plásticas, la música y una refinada sensibilidad impregnan de imágenes de elevado virtuosismo estético, es incompatible, la negación misma de ese sexo fácil, expeditivo y promiscuo en el que paradójicamente ha desembocado la libertad conquistada por las nuevas generaciones”, subraya.

Existen también, por supuesto, razones materiales para el fin de la era dorada de la novela. El declive de las clases medias occidentales, cada vez más endeudadas, no permite dedicar una habitación de la casa a la biblioteca ni diez horas semanales a la lectura. La red de librerías ha ido despareciendo y la obligación de leer a los clásicos se ha esfumado en las escuelas. Como advertía Juan Manuel de Prada, otro narradore de estilo clásico, hoy en España se puede completar el bachillerato sin la necesidad de haberse leído un libro completo. Enviando estas señales a nuestros hijos, no es raro que consideren las novelas como una pérdida de tiempo. Resulta revelador que en la trama de Le dedico mi silencio no es la literatura la forma artística que se invoca para unir a un país, sino la música popular.

En una de las escasas entrevistas que ha concedido a los medios españoles, preguntan a Vargas Llosa quién le gustaría que fuese su sucesor. “Si tuviera que elegir a un heredero sería un poeta. La poesía es un género en el que sólo cabe la excelencia. Hay cuentos y novelas que pueden no ser excelentes y sin embargo se dejan leer, pueden tener algún mérito. En cambio, la poesía es un género que exige la perfección. Admiro a los grandes poetas pero, a pesar de que alguna vez me he atrevido a escribir algún poema, no es mi género. Por eso me gustaría que un heredero mío fuera poeta”. Corta y perfecta, así tendrá que ser la literatura que viene si quiere sobrevivir en la era de las pantallas.

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