Frente a la dictadura de la ráfaga, las novedades de ficción, el imperio de la novela como saturación y el oleaje de lo que ya llegó -como si nada pudiera volver de los semestres anteriores-, toca el picoteo caprichoso, la relectura, la mezcla entre lo reciente y lo novísimo. Elegir la No Ficción supone también el gesto arbitrario que opta por la categoría del storyteller, el registro que hace más poroso un hecho, porque lo ubica allí, en ese punto donde relatar y ver se dan un mano a mano, dependiendo del talento de quien vive y del que da cuenta. Muchos de los libros aquí rescatados llevan ya meses, cuando no un par de años publicados, otros acaban de salir del horno -llevarán como mucho semanas-. Algunos ya incluidos en una que otra anti-lista veraniega, toca retomarlos para la supervivencia estival. Que nunca sea tarde para el desorden lector. He aquí entonces cinco grageas para estos días consagrados al dulce paisaje del tedio.
La cultura en España, al paredón de Morán. No es una novedad, y no lo necesita. Requiere su tiempo. Se trata del libro El cura y los mandarines, un ensayo censurado por Planeta que fue publicado por Akal el pasado mes de diciembre y en el que el periodista y escritor Gregorio Morán analiza los vínculos entre la cultura y la política en España entre 1962 y 1996, no sin escatimar duras críticas contra algunos estamentos de la cultura en España, representados en la figura de Jesús Aguirre Ortiz de Zárate, un hombre que no parecía dotado para ninguno de los títulos que ostentó -duque de Alba, académico, editor- y que, sin embargo, según Morán, era poseedor del único atributo importante para abrirse paso: una infinita capacidad para trepar, como fuera, a cualquier trono. Pero no es ése el único personaje ni la única institución que sale mal parada en la mordaz prosa de Morán. También son objeto de mordaces alusiones, la Real Academia Española, especialmente contra su actual director Víctor García de la Concha. En el capítulo dedicado a esa institución, Morán también menciona –y no muy elogiosamente- a otros académicos como Luis María Ansón y Juan Luis Cebrián. Sin embargo, con García de la Concha hay para rato –de ahí que Planeta se diera tanta prisa en parar la edición del libro-. El libro, asegura, nació de una insatisfacción. “¿Qué fue sucediendo para que las figuras críticas de nuestra cultura de los años sesenta –el cura Jesús Aguirre, por ejemplo, entre más de un centenar que pudieran citarse– se fueran haciendo cada vez más conservadoras, hasta convertirse en institucionales?”, se pregunta Morán en el prólogo un ensayo en cuyas 800 páginas compone un amplio mosaico de opacas teselas en el que una se repite: Aguirre, acaso como el centro de un dibujo que incluye a todos. Morán se muestra inmisericorde, como siempre. Sin embargo, mención aparte se merece Camilo José Cela. El premio Nobel, quien se llevaba bastante mal con Aguirre, es señalado por Morán “como el abuelo golfo que cuenta chistes verdes en la mesa y pedorrea en los postres, y que mientras todos duermen, busca los papeles para manipular las firmas y quedarse con lo que haya. Y cuando lo descubres, te dice en tono grave, una octava de bajo: te estoy haciendo un favor, zangolotino”.
Larra nuestro, que estás… Acaso filtrado por la mirada pesimista de la Generación del 98, Mariano José de Larra permanece hoy como una figura tan lúcida como castigada. Sí, por una España a la que dedicó páginas y páginas de la más aguda reflexión y que sin embargo hizo con él lo que un desamor. Ya se sabe que todo afecto sin respuesta calienta la sangre hasta evaporarla. Largo desagüe... que todo lo licúa. Ya fuese como Fígaro o El Pobrecito Hablador, Larra convirtió la crítica literaria en fértil escaparate colectivo. Símbolo de la nación como frustración, el lustre de la pistola con la que se quitó la vida se alza como metáfora redonda de un siglo que prometía claridad y sin embargo terminó en penumbra. Romántico, liberal y dandi en el Madrid de últimos años del absolutismo, aquel ambiente de reuniones y tertulias, Larra no puede resultar más elocuente. A él dedica la colección Clásicos de Penguin una recopilación de sus mejores textos periodísticos compilados por Juan Cano Ballesta, catedrático emérito de literatura española de la Universidad de Virginia.