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'La tragedia de Macbeth', una genialidad minimalista

Tras décadas de obras maestras, Joel Coen se independiza de su hermano con una magistral versión bergmaniana del sangriento drama de William Shakespeare

Solo hay una forma de enfrentarse al escritor más grande de todos los tiempos: ser fiel a su inmenso poder humano y poético. No hay Shakespeare sin palabra. Otro asunto muy diferente es el fondo de esta verborrea prodigiosa. Ahí se permite todo porque su obra es arte puro y el arte siempre es subjetivo y, además, casi 500 años dan para mucho. Macbeth, representada presumiblemente por primera vez en 1606 en el Globe Theatre de Londres, es, además, el escrito de Shakespeare que ha sido adaptado más veces a la gran pantalla, más de veinte, muy por encima de Hamlet, Romeo y Julieta o Julio César, por ejemplo. Y la mayoría de ellas con fortuna, incluida la reciente de Justin Kurzel con Michael Fassbender y Marion Cotillard.

No todos los clásicos del teatro universal pueden presumir de haber merecido la reverencia de Orson Welles, en 1948, Akira Kurosawa en Trono de sangre (1957, quizás su mejor adaptación) y Roman Polanski (1971), rodada solo dos años después del asesinato de su mujer, Sharon Tate. Hay incluso surrealistas versiones de instituto norteamericano, con Macbeth como líder del equipo de fútbol americano y su padre como entrenador (Cerco de sangre, 2017); y de cocina de restaurante de lujo, con un chef con el rostro de James McAvoy (en la serie británica de la BBC ShakespeaRE-Told, 2005). ¿Se inspiró en ellas el director Joel Coen, la mitad de los icónicos hermanos Coen, ya disueltos como pareja firmante, al parecer, para rodar esta película?. Rotundamente no, porque su tenebroso Macbeth es nuevo, o casi.

Eterna Lady Macbeth

Aunque siempre ha sido el realizador de la hermandad -Ethan se encargaba siempre de los argumentos y del trabajo con los actores­-, Joel Coen debuta con esta película como director y guionista en solitario. Al parecer, su hermano pequeño va a centrarse en su por un tiempo abandonada carrera teatral, precisamente la que reemprendió hace unos años la mujer de Joel, Frances McDormand, inspiradora del nacimiento de esta película: quería volver a ser Lady Macbeth, papel que interpretó en el teatro hace cinco años. Es muy poco probable que la actriz consiga su cuarto Oscar (tiene dos como actriz y uno como productora de Nomadland) pero se espera la inevitable nominación porque está brillante y nada exagerada como instigadora de los asesinatos de su esposo.

La película ofrece terror puro e imaginativo, muy respetuoso con el original, la tragedia más sangrienta, cruel y desesperada de Shakespeare

Lo mismo que en el caso de él, Denzel Washington, también imperial como un Macbeth de susurrado acento neoyorquino, aterrorizado por las tres brujas y sus profecías. Fue candidato a los Globos de Oro y también se espera su presencia en la gala de los premios de Hollywood. Sería su novena candidatura. Pero es la labor de Joel Coen en la realización lo que deja sin habla porque Macbeth es, sobre todo, puro cine de autor.

Inspirándose sobre todo en la filmografía de Ingmar Bergman, especialmente la medieval El séptimo sello (1957), claro, pero también la atormentada Los comulgantes (1963), el realizador ha rodado su cruda película casi totalmente en estudio, recreándose en los decorados de Stefan Dechant, con pasillos y escaleras dignos de la magia de M.C. Escher, y con personajes entrando y saliendo de unas sombras que remiten al ya mencionado Bergman pero también al Welles de El proceso (1962 y a Campanadas a medianoche (1965).

La también prodigiosa fotografía de su ya asiduo colaborador Bruno Delbonnel, cinco veces nominado al Oscar y con esta casi seguro seis, le han posibilitado unos primeros planos y unos paisajes desoladores en los que solo chirrían unos cuervos digitales que son, quizás, un recurso demasiado fácil pero muy efectivo. El resto es casi terror puro e imaginativo, muy respetuoso con el original, la tragedia más sangrienta y cruel de Shakespeare y, también, su obra más desesperada. No hay piedad para el hombre y su ambición desmedida y, para muestra, esta frase de su acto V. Esa engañosa palabra mañana, mañana, mañana, nos va llevando por días al sepulcro, y la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa. Como la vida misma.

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