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Cultura

'De Blancanieves a Kurosawa': pistas para ver cine con los hijos (sin aburrir)

El crítico de cine Javier Ocaña publica un excelente ensayo en el que ofrece claves para transmitir la pasión por el cine

Javier Ocaña, autor de 'De Blancanieves a Kurosawa'
Javier Ocaña, autor de 'De Blancanieves a Kurosawa' Nines Mínguez

Uno de los ensayos más interesantes que se ha publicado en los últimos meses sobre cine está escrito por uno de los críticos que más saben y mejor explican las películas, pero también por uno de esos padres que ha conseguido las claves para acertar en algo tan difícil como transmitir a los hijos el gusto por un arte -en este caso, el cine- sin aburrir y sin conseguir el efecto contrario, algo tan probable como las ganas que un progenitor ponga en el empeño.

El crítico cinematográfico Javier Ocaña, firma habitual en El País y colaborador del programa de La 2 Historia de nuestro cine, convierte la educación sentimental en algo sencillo, accesible y más intuitivo de lo que uno piensa en las páginas de De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos (Península). Sin embargo, matiza desde sus primeras páginas que esta no es una guía, sino una "crónica" de la "aventura maravillosa" de ver cine con los hijos, en la que ofrece su testimonio para ayudarles a andar sin "soltarles mucho la mano" y a huir de los dogmas. El autor ha hablado con Vozpópuli sobre este libro, el cine actual y los retos del futuro.

Pregunta: ¿Por qué es para ti una aventura transmitir la pasión de ver cine a los hijos? De todas las hazañas que existen en la educación, ¿es esta la más gratificante?

Respuesta: Tiene un doble sentido. Por un lado, no es fácil que en los tiempos que corren que los tiempos se sienten con los padres durante un cierto tiempo en continuidad para ver algo y disfrutarlo, y por otro lado en el sentido de descubrimiento conjunto entre padres e hijos de un mundo que los padres conocen desde una vertiente, pero no desde la infantil, que igual se les ha olvidado, y el descubrimiento de los niños de un mundo quizás de mayores. Tiene una doble vertiente de hazaña y de descubrimiento.

Cuando se componen películas pensando en que eso que se está contando es necesario para los demás es el principio del fin de la propia película", afirma el autor

P: En el prólogo afirmas que "al acto de ver cine hay que darle la importancia justa" y criticas el uso de la expresión "película necesaria", que últimamente se usa mucho. ¿Se está dando más valor del que tiene?

R: Para mí el cine es, ha sido y sigue siendo mi vida profesional y personal. En determinados momentos las películas me calman, entro en un estado de cierta comprensión con las películas cuando no estoy pasando buenos momentos. Pero a pesar de eso, yo no entro en esa exageración de algunas personas respecto a la importancia del cine o los libros, con los que dicen que no pueden vivir. Lo único importante en la vida es la salud y un trabajo que te proporcione un dinero más o menos coherente para poder hacer las cosas que te gustan en compañía o no. Más allá de eso, por supuesto que el cine puede calmar y alegrar la vida de la gente, en la mía lo ha hecho, pero hay que darle la importancia justa.

De ahí viene el calificativo de las "películas necesarias", que viene ideologizado y siempre de una vertiente del espectro ideológico que me parece bien para el que le sirva, pero cuando se componen películas pensando en que eso que se está contando es necesario para los demás es el principio del fin de la propia película. Solo creo en las películas cuyo objetivo es hablar de la gente, ponerla ante muros difíciles de saltar y luego narrar si lo consiguen. Las películas necesarias son aquellas que aportan cosas sin querer cambiar el mundo.

P: ¿Pueden las películas tener la capacidad para abrir debates? En el palmarés de los grandes festivales este año -Cannes, Venecia o San Sebastián- hay películas con elementos en común y hay quien dice que el cine está politizado.

R: Eso siempre ha sido así, porque el mundo está cambiando continuamente y al final el cine se hace eco de esos cambios. Vivimos en una sociedad que está entrando en una nueva dimensión muy necesaria respecto al feminismo, a determinado acceso de nuevas culturas a la sociedad, a nuestra vida y también al cine, y eso no tiene por qué ser en sí malo. Otra cosa distinta es que desde las decisiones de los jurados esto se tenga en cuenta por encima del arte o del talento o no se tenga. En esto no entro porque no lo sé. Si me dicen que en un determinado palmarés se ha valorado con mayor eficacia el hecho de que el artista sea de una determinada ideología o sexo, pues me parecería injusto. Pero eso no lo sé y no creo que ocurra.

P: Dejas claro que esta no es una guía sino una crónica personal.

R: Hablo desde la experiencia, desde la crónica personal con mis hijos. El cine me ha servido para entender muchas cosas de la vida, y la vida me ha enseñado a entender muchas cosas del cine. Ese retroalimento continuo lo he observado en mi persona y creo que ver películas con mis hijos a ellos les ha ayudado. Espero que el libro trascienda el hecho personal que cuento y en ciertas películas le sirva a otros padres. Pero sobre todo, que sirva para emocionarse con los hijos y que vivan las películas conjuntamente. De los dos o tres años hasta los 14, cuando se independizan un poco de los padres y empiezan a preferir ver las películas con amigos o en soledad.

P: ¿Crees que en los planes de estudio deberían entrar contenidos de lenguaje cinematográfico, teniendo en cuenta la gran oferta audiovisual que hay en la actualidad?

R: Llevo 16 años dando clase de cine en Madrid con universitarios y gente de todas las edades, y entre ellos se suele apuntar muchísima gente que son profesores que quieren utilizar el cine como herramienta didáctica en sus propias clases, sobre todo profesores de literatura, historia y filosofía. El cine puede servir como apoyo, pero si eso se tiene que trasladar a un programa educativo fijo en los colegios no lo sé. En un momento en el que se están eliminando clases que siempre han sido fijas, como Filosofía, no me atrevería a decir si debería incluirse el cine. No sería malo, sería fantástico, pero no soy de los que pide cosas para su terreno todo el tiempo.

Nunca he visto en mis hijos comportamientos o miradas en contra de determinadas razas o culturas porque hayan visto las películas de Disney en las que se dice que se denigra una raza. Los niños si se hacen racistas es porque ven a sus padres con esos comportamientos", opina Ocaña

P: En el libro hablas de no mirar las películas del pasado con los "ojos escrutadores" del presente. ¿Se están cometiendo errores?

R: Se están cometiendo muchos errores en ese sentido. En el tema de la animación de Disney, con la desaparición de ciertas secuencias o los avisos en su plataforma de que se trata de películas que se hicieron en el pasado y que eso no implica que sean comportamientos con valores para el presente. Eso ya lo sabemos. Nunca he visto en mis hijos comportamientos o miradas en contra de determinadas razas o culturas, porque hayan visto las películas de Disney en las que se dice que denigran una raza.

Los niños si se hacen racistas es porque ven a sus padres con esos comportamientos. A veces miramos las películas con esos escrutadores ojos del presente. Si miramos todo así, se nos va la posibilidad de ver una larga lista de obras maestras del cine y estaremos aprendiendo muy poco de lo que fue nuestro pasado.

P: En cuanto a la polémica de El juego del calamar. ¿Qué piensas?

R: No suelo ver ese tipo de series pero me pareció obligado echar un vistazo y hablar de ello. Llegué a la conclusión de que era una serie que no me interesaba nada, que no tenía nada de nuevo en lo artístico y cinematográfico. Simplemente es uno de esos fenómenos que me alucinan: de pronto todo el mundo ve eso cuando nadie ve en continuidad una película de dos horas, pero ven capítulos de una hora o más en los que no pasa casi nada y con esa práctica de pasar las partes de tiempo muerto a doble velocidad para ir a las secuencias de violencia. Es una de esas modas absurdas, dentro de poco nadie se acordará de 'El juego del calamar'.

Pero independientemente de eso, tampoco soy el típico que se pregunta qué está haciendo la gente viendo esta serie. La vida ya es compleja y amarga para que uno diga lo que tiene que hacer con su tiempo. Pero no creo que los niños saquen nada bueno de ella, no creo que tenga virtudes.

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