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Cultura

Adelanto Editorial

José Luis Garci: "El problema de los españoles es que no nos queremos"

El periodista Gonzalo Altozano entrevista grandes figuras de nuestro panorama cultural en el libro 'Tipos de vuelta'

El próximo 2 de diciembre Ediciones Monóculo publica Tipos de vuelta, una colección de entrevistas con una premisa estimulante: hacer hablar a personajes clave de nuestro país que hayan alcanzado una edad y estatus en el que pueden permitirse el lujo de no callar nada. El periodista Gonzalo Altozano, conductor de las conversaciones, demuestra que "hay atributos que hermanan a Antonio Escohotado y a Jorge Verstrynge, a Fernando Sánchez Dragó y a Rafael Vera, y que confieren al libro una lógica interna: esa sabiduría de la que sólo goza quien ha vivido lo suficiente, una vida digna de ser contada sin los circunloquios, los ambages y los eufemismos que hoy se le exigen al ciudadano socialmente responsable", explica la editorial. Vozpópuli adelanta unas páginas de las veinte que conforman la charla con el director de cine José Luis Garci, cuyas películas retratan la historia sentimental de España.

Pregunta: Usted y el fútbol, el fútbol y usted.
Respuesta: Mi padre me enseñó que no puedes tener una sola pasión, que la vida está llena de cosas estupendas y te quedas corto solo con una. No me lo dijo nunca así, pero me lo dio a entender llevándome al fútbol al Metropolitano, y a la lucha libre al Campo del Gas, y al boxeo al frontón Fiesta Alegre, pero también al Prado, como decía antes, y trayéndome tebeos para que los leyera, y Viaje a la Alcarria, de Cela…

P. ¿Y su madre?
R. Mi madre se quedaba en casa, leyendo una de esas novelas de la colección Pueyo, novelas románticas, de amores, de María Luisa Fillias de Becker o de Carlos de Santander, en las que un millonario se enamora de la chica a la que ha atropellado en el parque, y se hace pasar por el chófer porque no quiere decirle que es rico… Novelas que yo también leía. En casa todos encontrábamos un gran placer en la lectura.

P. ¿Y en la música?
R. En verano íbamos todos los jueves y domingos por la noche a ver tocar a la banda municipal. Y oíamos a Strauss, y también a Sibelius, y a otra gente extraordinaria. Ellos, mis padres, fueron de alguna manera precursores de eso que luego se llamó pop art.

P. Categoría en la que ya entonces entraba el fútbol.
R. Sin la promoción de ahora. El fútbol era a las cuatro y media de la tarde, y sabías que quedaban quince minutos para que empezase cuando salían cuatro señores formando la palabra Okal. Se disputaban tan pronto los partidos porque en invierno la luz se iba enseguida. Cuando el Zaragoza o el Bilbao le metían un gol al Atleti en el minuto 12 del segundo tiempo, se hacía de noche. Era tremendo cómo oscurecía en el Metropolitano. En Chamartín aguantaba más. Como estaba más al norte, por Plaza de Castilla…

P. Hábleme de boxeo.
R. A mí el boxeo me ha gustado siempre. ¿Deporte? No lo llamaría así. Es, de alguna manera, la lucha por la vida, algo heroico, y de una fraternidad como no he visto nunca. El mundo del ring es estupendo, como lo son los boxeadores y la gente que los rodea. Te puedes fiar de ellos; cuando te dan un abrazo, te lo dan de verdad.

P. Hay países en los que causa furor.
R. Estados Unidos, Alemania, Inglaterra… Los grandes. Joder, ¡si a Wembley van cien mil personas a ver una pelea!

P. Aquí en España, en cambio…
R. Una de las cosas malas que tiene este país es que todo se está haciendo demasiado light, como un prurito progre. Y es lo progre lo que pierde a España.

P. Defina progre.
R. Estar a lo que se lleva, no tener voz propia.

P. Decir que el boxeo es violencia, ¿es también ser progre?
R. A mí quien me llevaba al boxeo, insisto, era mi padre, que era de una antiviolencia total. En el fútbol nunca le oí gritar a un árbitro, ni a un jugador, ni a nadie. Fue él quien me enseñó a ver el fútbol de manera distinta a la del hincha.

P. Usted era socio del Madrid…
R. … pero tenía más simpatía por el Atleti. Y por el Sporting de Gijón. Por los colores. Es que la vida era muy gris en la posguerra. Es verdad que estaba el color de las películas ―con el technicolor, que me sigue gustando― y el verde de los estadios, pero también estaba el gris del humo de los puros, y el de las gradas, y, ya digo, el de la posguerra.

P. Periodo en la historia de España que Garci calificaría…
… como el equivalente a la gran depresión americana, la del crac del 29. Lo que para los americanos supuso el paro para nosotros fueron las cartillas de racionamiento, y lo que para ellos el New Deal de Roosevelt para nosotros la entrada en la ONU.

Se llamaba Partido Comunista Español. O sea, eran españoles. Y no solo: tenían sentido del humor. Y eran generosos. Y extraordinarios. Y muchos se jugaron la vida

P. Cartillas de racionamiento. ¿Llegó a ver alguna?
Supe lo que era la escasez, porque en casa no había un duro; a los dieciséis años yo ya estaba trabajando, levantándome a las siete para ir al banco. Pero nunca supe qué es acostarse con hambre.

P. Escaseces aparte, guarda buen recuerdo de todo aquello.
No es que fuéramos una familia de las de Frank Capra, pero nos queríamos bastante, y teníamos humor, éramos divertidos los tres: mi padre, mi madre y yo.

P. ¿Nada le quitaba la alegría de vivir? ¿Ni los exámenes?
El plan de estudios mío, con una reválida en cuarto, una reválida en sexto y un preuniversitario, era buenísimo. Y el plan anterior al mío, el del bachillerato de siete años y un examen de Estado, era muchísimo mejor. Por eso no entiendo que se quieran cargar la reválida.

P. Entonces es verdad que el saber no ocupa lugar.
Yo hice Letras, con Latín y Griego, y qué quiere que le diga: no podía esperar a que amaneciera, siempre con ganas de aprender todo tipo de cosas, lo que no te impedía leer a Baroja, o ir al fútbol, o al cine, o ver pelear a Galiana por la noche.

P. A cierta edad, coqueteaba con el PCE.
R. Pero nunca fui del PCE. Es verdad que me lo ofrecieron, y en dos ocasiones. La primera, Santiago Carrillo, al que le dije que ya no quería tener carné ni del Atleti. Y la otra, Antonio Gamero, el actor, antes de rodar Asignatura pendiente. Siempre he tenido una enorme cantidad de familia y también de amigos del PCE, como los hermanos José María y Miguel González Sinde, con los que trabajé en muchas películas, o como José Luis Gallego.

P. Al que dedicó un libro.
R. El de Ray Bradbury. "A José Luis Gallego, Prometeo del siglo XXI". Porque era un poeta excepcional, veinticinco años preso, más que Marcos Ana, creo, y sin ningún delito de sangre. Ya digo, mi cercanía con el PCE y su gente era total.

P. Hasta el punto de pedir el voto.
R. Tú coges los periódicos de la época, coges Diario 16, y lees: "Vota PCE". Y allí estaba la firma de Bardem, y también estaba la mía.

P. ¿Volvería a pedir el voto hoy?
R. Ya no queda nada de todo aquello. Aquel partido se llamaba Partido Comunista Español. O sea, eran españoles. Y no solo: tenían sentido del humor. Y eran generosos. Y extraordinarios. Y muchos se jugaron la vida. Entonces sí tenía sentido el PCE. Se trataba de luchar contra una dictadura o, al menos, agrietarla, y en el intento solo estaba el PCE.

P. ¿Qué lo cambió todo?
La Transición, que fue maravillosa, mágica, porque cada uno ya fue lo que quiso, sin cortapisas, y todos, cada uno en lo suyo, pensaron fundamentalmente en España, en que este país saliera para arriba. Y salió. Jugamos la Champions League. Lo recuerdo como un país en vacaciones, y no solo porque escribiera una línea y nadie me la tachara, o porque montase algo y no me dijeran cortar la escena, sino porque había un clima festivo como no recordaba, con la gente hablando mucho por la calle. Y todo eso duró mucho tiempo, hasta que… En fin.

P. ¿Hasta que se resucitaron los odios?
R. Pensaba que la Guerra Civil estaba olvidada. Mi padre, que estuvo en el bando perdedor, nunca me transmitió nada negativo. Nunca es nunca. Había que seguir viviendo, como todo el mundo. Ahora se quiere volver a aquello, y se dice que fue una guerra de buenos y malos, en la que unos mataron más que otros, cuando lo cierto es que fue una guerra entre hermanos, con familias enfrentadas, una cosa tremenda. Lo curioso es que los que los que quieren revivirlo no son los supervivientes, que ya casi no quedan, son los nietos.

P. Los que ven en la Constitución un candado.
R. Cuando se hizo la Constitución, todos cedieron horrores. Ahí estaba Adolfo Suárez, que venía de la Falange y de la camisa azul; y estaba Fraga, que había firmado sentencias de muerte con Franco; y Carrillo, con Paracuellos del Jarama. Había que abdicar de muchas cosas y todos abdicaron, y por primera vez dijeron: "Lo que importa aquí es España". Y fue, ya digo, un momento emocionante.

P. ¿Significa que no hay que tocar una coma de la Constitución?
R. Cómo no va a haber que cambiar cosas si el país es otro, si el mundo es otro. Lo que digo es que quien lo haga ha de hacerlo con el mismo tiento, con el mismo cariño, con el mismo amor con que se hizo entonces.

P. ¿Qué habría que dejar intacto?
El artículo 1 de la Constitución, que dice que España es una nación y que el poder emana del pueblo soberano. Si nos cargamos eso, vamos mal. Por supuesto el nuestro es un país plural y diverso. ¿Qué pasa? ¿Que por eso tenemos que trocearlo como una tarta?

P. O sea, referéndum, de entrada, no.
R. Si tú hicieras Cataluña independiente ahora, verías las peleas que iba a haber. Parafraseando a Andy Warhol, aquí todo el mundo quiere su ratito de fama o, peor todavía, ser importante.

Los españoles no nos queremos, somos una familia mal avenida y, ahora, encima, pobre

P. Quizás ser español ya no sea bastante importante.
Me considero español, y me encanta tener amigos por todas partes, e ir a visitarlos a Barcelona, o La Coruña, o San Sebastián, o Palma de Mallorca, o las Islas Canarias, o Huesca, o Santander, o Madrid, o Gijón, o Sevilla, o Toledo, o Segovia, o Cáceres, o Málaga, o… ¿Tú has visto las ciudades tan maravillosas que tenemos? Me siento en casa en todas ellas. Te digo más: me siento en casa cuando piso un avión de Iberia. Joder, ¡tenemos la suerte de haber nacido en un país extraordinario!

P. ¿Qué falla entonces?
R. La educación. El problema es la educación. ¿Cuántos planes de estudio ha habido en los últimos veinticinco años? Si ya no hay manera de saber dónde nace un río, si aquí cada uno se ha inventado su historia propia. Y que no sabemos ver el partido.

P. ¿Otra vez el fútbol?
Si esto lo llevas al fútbol, verás que los aficionados del Madrid y del Barça nunca se van a poner de acuerdo. Porque viene de abajo, insisto, de la educación. "Niño, dile al tío Luis 'Barsa mierda'". Y el niño con dos años: "Barsa mierda". Y al revés con el Madrid. Aquí nunca reconocemos que el otro haya podido jugar mejor, aquí el otro gana porque nuestro balón dio en el palo o porque el arbitro no pitó penalti.

P. Traslade esto a la política.
R. ¡Coño! Pues habrá cosas buenas de Ciudadanos, y de Podemos, y del PSOE, y del PP, y de VOX. Pero para cada uno todo lo del otro es malo, y así no hay solución posible. El problema no es solo este, ni el de la educación; el problema es también otro.

P. ¿Cuál?
R. Que no nos queremos. Que los españoles no nos queremos. Que somos una familia mal avenida y, ahora, encima, pobre. Y el primo tuyo no te quiere a ti, y tú no quieres a la tía Adelaida, y el abuelo está harto, y los niños… Que no nos queremos. Y no nos queremos desde hace mucho tiempo. Nunca nos hemos querido, creo. Nunca llegó a cuajar, ni con los Reyes Católicos, la masilla entre Castilla y Cataluña, entre Asturias y el País Vasco, entre Extremadura y… Si yo fuera un comunicólogo cursi, diría que esta, la de que no nos queremos, es mi hipótesis de trabajo para esta charla.

P. En otros países…
R. Cantan sus himnos en el fútbol y ondean sus banderas. Joder, ¡qué envidia! ¿Que el himno no tiene letra? Qué se le va a hacer, pero la música sí que es tuya, igual que la bandera. ¿Que la bandera es facha? Si es de Carlos III, y no de Franco. ¡Qué ridiculez! No digo que haya que transfigurarse con el himno y con la bandera, pero, hombre, es tu país, es tu infancia, son las canciones que oías, las películas que veías, las castañas, el palulú, tu gente, tu entorno…

P. La pregunta es la de siempre: ¿qué hacer?
Hace ya tiempo que no tengo ninguna responsabilidad ni quiero influir en nada. Es a la gente de treinta y cuarenta a la que le toca torear estar corrida de mihuras. Ellos son el futuro y a ellos les corresponde hacer el futuro, de igual manera que nosotros hicimos aquel futuro, cediendo todos algo.

P. ¿Se aproxima una segunda Transición y usted no la rodará como sí hizo con la primera?
La pregunta es cómo será esa Transición que ahora se quiere hacer hacia un mundo nuevo.

'Tipos de vuelta' se publica el 2 de diciembre en Ediciones Monóculo.

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