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Cultura

Más allá de El Molino: espacios de Barcelona que debemos salvar

El ayuntamiento compró El Molino por 6,2 millones de euros, pero hay otros santuarios nocturnos que merecen protegerse de la gentrificación

La megafonía del Ouigo, el nuevo AVE low cost francés, anuncia: “Próxima estación: Barcelona-Sants”. Han pasado casi cuatro años desde la última vez que visité la ciudad, parece una eternidad dada la frecuencia con la que acudí durante años por motivos laborales y por puro disfrute. La recorremos en peregrinación, la pateamos, nos sumergimos por calles, plazas y lugares raramente mencionados en guías. La incierta sensación de estar perdidos resulta estimulante y adictiva.

Todos tenemos rutinas, personalmente cuando viajo a otra ciudad son sencillas: visitar alguna iglesia, la estación de tren y la búsqueda de espacios que la identifican, que la definan en tiempos globales donde la singularidad es prácticamente invisible o nula; en casi todas vemos las mismas tiendas, cines, centros comerciales convertidos en parques temáticos como alternativa cultural y templos de ocio.

Vagar por Barcelona siempre me conduce al carrer de l’Arc del Teatre, Rambla a la derecha antes de llegar a Colón. Allí se encuentra el Moog Club, referente de la música electrónica que antes de la covid-19 presumía de haber echado el cierre solo una noche desde su apertura, la de los atentados del 17 de agosto de 2017; los estragos de la pandemia han hecho que haya estado cerrado algo más de un año.

Bastantes años antes conocí el espacio por sugerencia de Joan Navarro, editor de las revista Cairo o El Víbora, no lo recuerdo con precisión. Nos recomendó a los madrileños que acudimos a su taller de ilustración y fanzines, visitar aquel espacio entonces llamado Villa Rosa, lo que no dudé en hacer casi instantáneamente al relacionarlo con la sala de fiestas del mismo nombre de mi barrio de Hortaleza en Madrid, de la que tanto me habían hablado y que nunca conocí. Me agitó todo. Entrada al espectáculo más consumición: cuatrocientas pesetas.

Flamenco, travestismos y música electrónica

Por precaución estomacal pedí una cerveza, si el precio del acceso me sorprendió, qué decir cuando la marca de la cerveza que me sirvieron era PRYCA, cadena de supermercados que acabó comprando Carrefour. Lo vivido no se puede relatar, estamos en horario protegido, mencionar unos baños siempre ocupados y la conversación con un travesti (la persona más parecida a Divine que he conocido y que actuaba todas las tardes-noches), sobre su deambular por espacios similares, ayudándome a descubrir el lado canalla de la ciudad y que desde entonces intento revivir en mis desplazamientos.

Como “la curiosidad es mi motor”, que cantaba Aviador Dro, indagué sobre aquel Villa Rosa. Tras ser un café de camareras, Miguel Borrull, guitarrista parte de una dinastía gitana, decidió montar una bodega que con el tiempo se convertiría en lugar de referencia. Por las tardes acudía un público popular, por la noche se daban cita empresarios, turistas, periodistas, que además de disfrutar de las sesiones de flamenco lo hacían con las performances, como la protagonizada por una joven gitana que se dejaba cortejar por algún turista; la aparición imprevista del novio provocaba una reyerta que podía acabar en los calabozos de la comisaría cercana si la cantidad acordada satisfacía al comisario de turno, todo parte de la trama.

Espacio donde la UGT tuvo la sede del Sindicato Peninsular de Inválidos, acogiendo reuniones clandestinas en pleno franquismo, mientras que por su escenario pasaban Carmen Amaya, La Niña de los Peines, Antonio Chacón y una María Jiménez que arrancó allí su carrera dejando atrás sus labores como empleada de hogar.

Aquella noche comprendí la singularidad y complejidad de la sociedad catalana, que nunca percibí escuchando a políticos, politólogos y tertulianos

Metros más adelante giramos a la izquierda a la calle Montserrat, en el número 9 encontramos una puerta herméticamente cerrada. Es por la tarde, El Cangrejo es un espacio nocturno, ahora taciturno por las limitaciones de la pandemia. La última vez que estuvimos allí coincidió con la Declaración Unilateral de Independencia de octubre de 2017. El contraste entre lo que se vivía en la calle y lo que acontecía en el local fue brutal y apasionante. La plaza de Sant Jaume, sede del ayuntamiento y de la Generalitat, era un hervidero político mientras en el centenario local del Raval otra ciudad bailaba los ritmos de Rafaella Carrá, Los Chichos, Lola Flores, Tony Ronald y Bisbal, antes de dar paso a drags y transformistas.

“Buenas noches, señoras y señores soy Gilda, la cachonda de Cádiz, que por delante parece una maceta de geranios y por detrás un armario”. Así se presentó durante años el famoso transformista que cambió su vocación de misionero por los escenarios. Aquella noche comprendí la singularidad y complejidad de la sociedad catalana, que nunca percibí escuchando a políticos, politólogos y tertulianos. Local con su propia liturgia arropada por cuadros, carteles, castañuelas y cangrejos adaptada a los tiempos, el ayuntamiento que ordenó la clausura durante una temporada por no tener licencia para espectáculos, debía desconocer que allí debutó Carmen Amaya, se presentó Lola Flores y era habitual ver es sus tablas a Carmen de Mairena, y plantando sus posaderas a Federico García Lorca, Joan Miró o Salvador Dalí. La leyenda más recientemente menciona a Madonna y a la plantilla al completo del Barça. Enfrente, en el número 10, se encontraba el Café Cádiz, otra institución que en 1973 echó el cierre, sobrevivió casi en su totalidad a la dictadura, pero no llegó a la democracia.

Edith Piaf, Billy Idol, Rafaella Carrá... y Sara Montiel

A escasos metros, en el número 4 del carrer de Santa Mónica, se encuentra el histórico Bar Pastís, espacio de apenas veinte metros cuadrados abierto en 1947. La conocida bebida marsellesa compuesta de anís y regaliz da nombre a la bodega tabernaria más famosa de la ciudad. A pesar de sus pequeñas dimensiones programaba conciertos. El martes era la noche del tango tan presente en su cartelería, fotografías e imágenes. Romina Bianco, reconocida intérprete del género, se estableció muy joven en la ciudad tras migrar desde su Argentina natal: “El Pastís fue la entrada en Barcelona del tango, a su historia en Barcelona. Un lugar muy pequeño pero grande en sus recuerdos colgados en sus paredes. Un pedazo de historia de la música en Barcelona”, comenta.

Hace tiempo que la música dejó de escucharse en vivo. El local sobrevivió pocos años tras modificarse los contratos de alquiler de renta antigua. En nuestra visita de octubre de 2017 su propietario durante casi cuatro décadas, Ángel, nos comentó que lo dejaba, no podía soportar ni el precio del alquiler ni la situación política que había reducido al mínimo el número de clientes, era hora de jubilarse. Los nuevos propietarios se comprometieron a mantenerlo igual, dejando patente que la coctelería iba a primar sobre las bebidas populares, delatando un recorrido diferente.

Marta, cincuenta por ciento de Marta y Micó, nos recuerda su primera actuación en su minúsculo escenario “supuso empujar una puerta de madera y cristales a través de la que se veía un local pequeño y sorprendente, lleno de afiches de otros tiempos, cuadros velados por el humo de un enorme candelabro, recortes de diarios, postales y un enorme espejo que nos devolvía nuestra imagen. Sobre el pequeño escenario, con luces de cabaré, colgaban de una viga un corazón rojo y un bandoneón con una serpiente enroscada sobre su fuelle, sobrevolaba el local una diosa bohemia y republicana, símbolo de ese local único que cada noche ofrecía la verdad de la música en directo”, añadiendo “Allí conocimos a grandes músicos, hicimos amigos, bebimos el célebre Pastís, celebramos la fiesta de estar vivos.

Pero nada es eterno y el Pastís tuvo que cerrar sus puertas en 2018 a pesar de todos los intentos que hubo para que eso no ocurriera, Barcelona quedó más pobre” mientras nos regala un vídeo recordando su paso por allí. Actualmente sigue abierto, tomamos unas cervezas, la música de Brassens, Piaf o Gardel ha dado paso a Billy Idol, que recuerda otros momentos y lugares.

Entre los pioneros en confluir flamenco y músicas caribeñas estaba Antonio González ‘El Pescaílla’

Desandamos nuestros pasos comprobando que la calle Montserrat se convierte en carrer de Guardia. En el número 14 está el mítico club La Concha del Raval, creo recordar que sigue igual que cuando lo visité por primera vez hace unos cuantos años con motivo del Mercat de Música Viva de Vic. Yolanda Pérez, documentalista y productora, comenta cómo conoció el local: “Estaba preparando ‘Todos los nombres de Sara’ y lo encontré. Me puse en contacto con el dueño que resultó ser marroquí. Rachid se había hecho cargo del bar que le traspasó un señor muy fan de Sara Montiel que lo había decorado, estaba enfermo y no podía hacerse cargo. Cuando tomó las riendas no sabía quién era la tal Sara, pero si estaba allí sería era una gran actriz, así lo dejó. Cuando tuvo que hacer reforma desmontó todo, poniendo posteriormente todo en su lugar. Fue conociendo a Sara por los parroquianos que frecuentaban y frecuentan el lugar, haciendo performances sobre la manchega más universal”. Música, variedades y cachimbas durante décadas.

Entrada de La Concha. Foto: Yolanda Pérez

Ni 'Moulin' ni 'rojo'

El domingo quedamos para comer con Silvia Marsó, pero antes decidimos ir al Mercat de Sant Antoni, pasamos por el Teatre Goya que tiene en cartel Las Criadas de Jean Genet, y nos recuerda cuando el escritor francés se transvestía y prostituía en La Criolla para sobrevivir. En el Mercat encontramos todo tipo de reliquias, libros, revistas, cómics, cromos, prensa... Ediciones más que raras como Sinfonía en rojo de un tal José Landowsk, llama la atención el texto de la contra “primer libro que se publica sobre la URSS y el Partido, después de la guerra, por un rojo español”. No es preciso ser muy sagaz para intuir de qué va, la curiosidad me hace adquirirlo tras desembolsar un euro.

En la comida uno de los temas de conversación es la noticia de que el ayuntamiento ha llegado a un acuerdo para adquirir El Molino, que durante años albergó los espectáculos más transgresores. Por su escenario pasaron las figuras más rutilantes, fue además sede de la Unión Patriótica de Miguel Primo de Rivera, gestionado por la CNT en la República. Su denominación histórica como Moulin Rouge se cambió tras la Guerra Civil al ser obligatorio españolizar los nombres, suprimiendo la palabra ‘rojo’. Silvia nunca actuó en su escenario recordando que en sus inicios “canté ‘El carrito de porcelana’ del maestro Prada, uno de los grandes compositores de El Molino”.

La medida adoptada por el ayuntamiento de Ada Colau es oportuna, quizás llega con retraso “es una pena que no se haya conservado como estaba, todo el sabor y singularidad que tenía se perdió con la reforma. En su escenario minúsculo llegaron a bailar hasta diez chicas de conjunto con sus plumas, siete vedettes, los boys y los cómicos, el número del cierre de espectáculo apoteósico, una filigrana para no perder el equilibrio y que no cayera nadie al foso.

Los músicos tocaban en directo. El público bramaba, era un espectáculo asistir, no solo por el espectáculo, sino por ver cómo reaccionaba el público. No he visto nunca algo parecido, creo que no volverá a verse”, comenta. La propuesta municipal forma parte de la estrategia de consolidación del Paral-lel como eje cultural, se anuncia que tendrá una gestión privada de titularidad pública. Reapertura para el próximo año, no son necesarias muchas reformas, como comenta Silvia, ya se acometieron.

Placa conmemorativa al gran 'Pescaílla'

También en El Paralelo se encuentra uno de los grandes templos del cabaré barcelonés, el Teatre Arnau. Adquirido igualmente en su momento por la corporación municipal, en la actualidad está tapiado y vallado sin visos de recuperación, la rehabilitación se estima cercana a los doce millones de euros. Situado en la Plaza Raquel Meller confluencia con Nou de la Rambla cerca de carrer de la Cera, cuna de la rumba catalana. El lugar no es casual, la multiculturalidad del Raval dio luz a un género reconocible universalmente con nombres como Peret, Gato Pérez, Los Amaya, Ai Ai Ai o Los Manolos. Zona tan rumbera compite con el Barrio de Gracia donde a mediados del siglo XIX se instalaron las primeras casas para obreros que trabajaban en las fábricas de una ciudad en expansión.

Entre los pioneros en confluir flamenco y músicas caribeñas estaba Antonio González ‘El Pescaílla’, una placa en el número 8 del carrer de La Fraternitat recuerda que allí “nació el creador de la rumba catalana”. El antiguo Bar Resolís era el punto de encuentro de los músicos, aunque la fiesta la podías –y puedes– encontrar en cualquier calle o plaza del barrio. Sabor de Gracia y Estrellas de Gracia, dos combos que durante años han mostrado propuestas surgidas en la Triana barcelonesa.

Siempre quedará Bambino

Si pasas más de dos o tres días en la ciudad es obligatoria la visita a la Barceloneta, que es mucho más que sus playas. Calles estrechas llenas de vida reflejan el barrio más marinero de la ciudad. Hacia allí siempre se dirigía Bambino, a La Barca el bar al que siempre acudía. El utrerano prefería compartir sus ingresos con sus amigos en vez de alojarse en hoteles de postín.

Cuando el establecimiento cerró todos sus recuerdos pasaron al cercano Bar Leo en carrer de San Carles. Paredes cubiertas de carteles, fotografías y recuerdos, memoria también del barrio y de sus gentes que han convertido el local, como ya señaló algún medio, en templo de peregrinación. Sentarse a tomar algo, disfrutar de la música y de la conversación con su propietaria, siempre atenta y amable, es otra forma de ver y conocer la ciudad.

Rincón con recuerdos del cantante Bambino

Gracias a espacios como los reseñados y a algunos más que se podrían añadir, conocemos la cultura viva, la de las calles, sus gentes, crónicas e historias, alejada del consumo cultural, la cara B que nos permite ver la ciudad con otra mirada. Sumergirse en la leyenda del tabernero ahorcado en La Boquería cuyo hijo algunos relacionan como Cristoforo Colombo. Pasear por parajes que forjaron movimientos que pusieron en jaque a los gobernantes como el Bar Eléctrico en Sants o directamente rompían con el orden y las normas establecidas.

Sin nostalgia: cualquier tiempo pasado no fue mejor. Recuperar la memoria individual, la colectiva, la identidad, el reconocimiento, la solidaridad y el apoyo tan necesario en tiempos como los actuales, en Barcelona y en el resto de ciudades. Para lograr su supervivencia habría que tomar medidas institucionales, catalogarlos como Bien de Interés Cultural, proteger ese patrimonio material e inmaterial que permita que espacios, historias, ciertas o leyendas, no se diluyan y desaparezcan, y con ellos la cultura de proximidad, la de las personas.

Rubén Caravaca Fernández (@rubencaravaca) es dinamizador, investigador y comunicador cultural

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