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Cultura

¡Los libros de Voltaire no sirven de nada si no le quitáis el plástico!

La caza del tigre y del león, de Rubens.

En 2015 una tragedia convirtió el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire en un superventas. Tan sólo en la semana siguiente al asesinato de 12 periodistas del semanario Charlie Hebdo a manos de dos francotiradores yihadistas, los libreros vendieron en Francia el mismo número de ejemplares de ese título de Voltaire que despacharon en una década. A esos se sumaron los 10.000 de la tirada de emergencia que tuvo que sacar Gallimard para suplir la demanda. La muerte de 17 personas en menos de dos días–las 12 víctimas del semanario satírico y cinco más en un secuestro a un supermercado judío–  obligó a muchos a buscar certezas; algo a qué sujetarse para no resbalar por la cuesta –siempre abajo- de lo irracional. Acaso por la creencia de que entre tanta oscuridad, las luces harían lo suyo. Han transcurrido casi dos años desde entonces y parece que Voltaire no ha hecho del todo efecto en sus ansiosos lectores; eso, o que jamás le quitaron el plástico a los ejemplares, al menos a juzgar por la escalada de la violencia, además de las hordas de personas tolerantes que asaltan la vida cotidiana con sus antorchas de lo políticamente correcto encendidas.

Tan sólo en la semana siguiente al atentado de Charlie Hebdo, los libreros vendieron en Francia el mismo número de ejemplares de Voltaire que despacharon en una década. Parece que quienes los compraron nunca le quitaron el plástico a los ejemplares...

Tratado sobre la tolerancia fue escrito por Voltaire en 1763, casi setenta años antes de que Luis XIV revocara en 1685 el Edicto de Nantes, un documento que permitía la libertad de culto en Francia y cuya desaparición desató una ola de tensión religiosa que se propagó en todos los estamentos. Uno de sus principales símbolos fue Jean Calas, un comerciante protestante de Toulousse que fue acusado de asesinar a sus hijos por convertirse al catolicismo, sometido a juicio, condenado a muerte y finalmente ejecutado en 1762. Para lograr la revisión del proceso, Voltaire publicó el Tratado sobre la tolerancia con motivo de la muerte de Jean Calas (Traité sur la tolérance à l’occasion de la mort de Jean Calas), un alegato a favor de la lucidez y contra la coacción o persecución religiosa.  El 9 de marzo de 1765 se reconoció la inocencia de Jean Calas, cuya memoria y la de su familia fue rehabilitada. Desde entonces, Tratado sobre la tolerancia es una lectura tan importante como la vacuna contra la polio, aunque en este caso bastaría con decir que su lectura inmuniza contra cualquier fundamentalismo, incluida la estupidez.

El "derecho a la intolerancia" que Voltaire define como el derecho de los tigres y que llega a ser según él incluso peor, pues las bestias –dice– "no despedazan más que para comer, y nosotros somos exterminados por una frases".

En las páginas de Tratado sobre la tolerancia, Voltaire exhorta al resto de los filósofos a hacer la guerra contra la persecución religiosa, a colocar luces ahí donde algunos blanden el derecho a su libertad por encima de la libertad de otros, esa especie de "derecho a la intolerancia" que Voltaire define como el derecho de los tigres y que llega a ser según él incluso peor, pues las bestias –dice– "no despedazan más que para comer, y nosotros somos exterminados por una frases". Aunque casi un siglo antes Locke había trazado un concepto de libertad individual y el gobierno civil en su Carta sobre la tolerancia (1690), las guerras religiosas que han atravesado la historia europea favorecieron que el concepto tolerancia se esgrimiera casi exclusivamente en su acepción religiosa. Los siglos XIX y XX dejaron muy claro lo que primero Locke y luego Voltaire explicaron detalladamente: no sólo se trata de respetar lo que los hombres desean creer, sino lo que ellos representan, individuos distintos del resto pero con los mismos para poseer y expresar ideas, costumbres, opiniones y gustos. Esa libertad es la base del gobierno civil, que hoy parece duramente golpeado por varios fundamentalismos… el religioso es uno, pero hay bastantes más y no por ello menos peligrosos. Ya lo dice Arturo Pérez-Reverte en Falcó: no hay nada peor que un verdugo inocente, un verdugo con Fé. Lo dicho: al menos los tigres se despedazan para quitarse el hambre.

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