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Cultura

Colaboracionistas: de fascistas convencidos a oportunistas y buscavidas

David Alegre Lorenz publica 'Colaboracionistas. Europa Occidental y el Nuevo Orden nazi' en el que analiza el fenómeno del colaboracionismo nazi

Adolf Hitler entrega la Cruz de Hierro al líder del partido Rexista belga, Léon Degrelle.

Partidos ultranacionalistas aceptando la ocupación y subordinación a una potencia extranjera. Jóvenes que se cruzaban media Europa para combatir junto al Ejército alemán en el Frente Oriental y, que en algunos casos, participaron en las acciones de exterminio contra el pueblo judío. O mujeres que mantenían relaciones con militares alemanes. Todos se convirtieron en colaboracionistas, la encarnación del traidor y foco de las venganzas de sus vecinos tras la Segunda Guerra Mundial.

Desde finales de los años treinta, muchos jóvenes europeos se quedaban fascinados con los uniformes y desfiles de la Wehrmacht, y miles de ellos acabarían enrolándose en el mismo Ejército que acababa de invadir su país, para combatir a varios grados bajo cero en el frente Oriental. En 1940, parecía que la victoria alemana en la guerra era cuestión de tiempo y políticos y empresarios vieron la ocasión como una oportunidad de oro para hacerse un hueco en el próximo nuevo orden mundial. El investigador y doctor en Historia David Alegre Lorenz ha publicado Colaboracionistas. Europa Occidental y el Nuevo Orden nazi (Galaxia Gutemberg) en el que analiza el fenómeno del colaboracionismo en la Europa Occidental.


¿Cómo definiría la idea del Nuevo Orden nazi y cuál fue su extensión en Europa?

Fue la denominación que Italia y Alemania dieron al tipo del ordenamiento que esperaban construir tanto durante la guerra como a posteriori. Lo que tiene de particular y más interesante este nuevo orden para los colaboracionistas de toda Europa es que ellos tenían algo que decir en este futuro nuevo orden. De alguna manera, fue un proyecto en el que los alemanes pudieron generar la ficción de que las puertas estaban abiertas al envío de propuestas. Pero la realidad es que no era algo que se dejara pospuesto para la posguerra, sino que fue definiéndose durante la propia guerra. Una de las cosas que Alemania deja muy claro es que ella será la potencia hegemónica, que se construirá en torno a ella. El Nuevo Orden es la aspiración alemana a la construcción de un gran imperio continental que le garantizara una autarquía y la posibilidad de disputar la hegemonía mundial a Estados Unidos.

El Nuevo Orden es la aspiración alemana a la construcción de un gran imperio continental que le garantizara una autarquía y la posibilidad de disputar la hegemonía mundial a Estados Unidos

¿Cómo se conjugaba esta subordinación a Alemania de los partidos fascistas nacionales de cada país, cuando una de sus principales características era el ultranacionalismo?

No hay nada más paradójico que un ultranacionalista defendiendo la ocupación de su país a manos de una potencia extranjera. Los fascistas locales en general eran conscientes de su propia debilidad dentro de sus países y ven que hay una oportunidad histórica, porque en el año 1940-1941 parece que la victoria de Alemania es algo inevitable. El colaboracionismo va mucho más allá de los propios grupos minoritarios del propio fascismo local, llegando al gran capital, a las clases dirigentes europeas y, a veces, a las propias monarquías europeas como el caso del rey Leopoldo en Bélgica, que se llega a plantear una reforma del Estado en clave autoritaria, fascinado por el éxito de la Alemania nacionalsocialista. Los alemanes prefieren optar por la clase dirigente conservadora y si alguna vez entregan el poder a partidos fascistas locales es porque no les queda otra. Alemania quería ocupaciones tranquilas, y eso explica porque en Dinamarca se mantenga el sistema representativo liberal democrático hasta el año 1943.

¿En qué países arraigo más el colaboracionismo?

No creo que el colaboracionismo arraigara en un país más que en otro. El colaboracionismo es un fenómeno común en cualquier ocupación militar, cuando entra un agente externo se rompen todos los equilibrios de la sociedad. La precariedad que genera y la posibilidad a una supuesta redefinición del mundo genera un escenario propicio para el colaboracionismo.

Más allá de este apoyo político, habla en su libro de los combatientes que se jugaron la vida luchando junto al Ejército alemán ¿se puede trazar un perfil de estos voluntarios? ¿Cuáles eran sus motivaciones?

El colaboracionismo militar tiene una dimensión de supervivencia. Es verdad que durante las primeras remesas de voluntarios, casi la mitad, son voluntarios ideológicos convencidos, lo cual no quiere decir que vayan porque les haga ilusión combatir, muchos de ellos son arrastrados por la presión de grupo o por lo que se espera de ellos como militantes. Y luego hay todo un maremagnum de motivaciones diversas: jóvenes fascinados por el Ejército alemán, muchos que quieren escapar de ambientes familiares, otros inscritos por la presión de grupo, los voluntarios económicos, oportunistas que ven una oportunidad de ascenso social, o gentes que huyen de la justicia. Lo que sí que es verdad es que muchos de ellos que iban sin ideas se acaban politizando y cuando vuelven a sus países de origen están muy señalados y la única forma de protegerse es cerrar filas e incorporarse en la maquinaria ocupacionista.

Con el final de la Segunda Guerra Mundial, en estos países se crea el relato del resistencialismo, distorsionando y magnificando, según afirma en su obra, la idea de saqueo y sacrificio, y también llegó la justicia retributiva. ¿Cómo fueron para estos colaboracionstas los meses posteriores a la guerra?

Son pocos los que intentan desaparecer y huir, pero en la mayor parte de los casos se enfrentan a situaciones muy complejas y duras porque lo que se propone es la aplicación de las penas de muerte, aunque luego el número de condenas serán relativamente reducidas. Sin embargo en países como Noruega, Dinamarca o Países Bajos, la pena de muerte, abolida hace años, se vuelve a reimplantar con fines ejemplarizantes, para eliminar a las figuras más representativas, y con el objetivo de justificar que los procesos de depuración no llegaran a alcanzar la amplitud que se había previsto. Los sistemas judiciales se vieron completamente saturados por el inmenso número de causas abiertas, y las potencias aliadas acabarán presionando a los gobiernos nacionales para que finalicen con los procesos de depuración. Además, se percibe que hay un problema social porque si condenas al ostracismo a decenas de miles de ciudadanos, les estás condenando a ser fascistas toda la vida. La manera en la que se gestionó sirvió para reforzar ese discurso resistencialista, porque como los procesos de depuración se acabaron frenando con las amnistías de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta y, sobre todo, como acabaron afectando a las figuras más representativas del colaboracionismo, contribuyó a la idea de que el colaboracionismo fue un fenómeno minoritario. Y fortaleciendo el mito de que los países europeos se alzaron en armas contra el invasor.

¿Se puede trazar algún paralelismo entre el actual auge de la ultraderecha en Europa con el contexto de los años 30 y 40?

Sí, porque las soluciones políticas radicales son el resultado de crisis sistémicas. Ahora nos encontramos en una crisis sistémica a nivel económico no resuelta, la crisis de 2008, que sigue abierta y agudizada por una pandemia con toda la desinformación que ha habido alrededor. Lo que hoy se llama 'fake news' son los rumores de toda la vida que han sido fundamentales en la conformación de las actitudes políticas de cualquier sociedad y ya lo eran en los años treinta y cuarenta. También la sensación de decadencia de las clases medias, que también era muy importante en los años treinta con las clases medias que acaban apoyando al fascismo. La ultraderecha actual también tiene un nicho muy importante en sectores desclasados, afectados por la desindustrialización, que han sido muy leales a la sindicación de izquierdas, o incluso opciones de izquierda revolucionaria. También la crisis de los refugiados que desde hace una década están llegando a Europa y que están condicionando todo el discurso parlamentario, algo que también se observa en los años treinta con la crisis de los refugiados judíos y los republicanos españoles. Y por último, el fascismo de los años treinta y la ultraderecha a día de hoy, cuando perciben que no es capaz de llegar al poder por vías democráticas, lo que hace es oposición condicionada. Es decir, ocupar el máximo espacio posible con su propio discurso para condicionar a la opinión pública, con el objetivo de que parte de ese discurso sea adoptado por la derecha conservadora clásica de cada país, que es lo que está pasando ahora mismo en países como España, Francia o Alemania.

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  • S
    S.Johnson

    A los amigos de los que pierden se les llama "colaboracionista", a los amigos de los que ganan se les llama COLABORADORES... y a unos cuantos, Ministros.
    Eso es todo.