Hace unos días, Ernesto Caballero, dramaturgo y director del Centro Dramático Nacional, dijo que él pedía a sus actores lo que a los diestros: jugarse la vida en cada función. Con una diferencia: en el ruedo no hay ensayo ni representación. Su autenticidad es irrevocable. Con la Goyesca y el festejo del pasado viernes 6 de mayo, comenzaron en la madrileña Plaza de las Ventas las fiestas con las que la Comunidad de Madrid rinde honor a su patrono: la Feria de San Isidro, que este 2016 alcanza su edición número 70. El cartel se despliega -luminoso-, entre la urgencia de los nuevos matadores y la lentitud de quienes envejecen en la cicatriz.
Un hombre contra un astado; una ecuación en la que alguno de los dos tendrá que morir
Un hombre contra un astado; una ecuación en la que alguno de los dos tendrá que morir. Los toros han cautivado por igual a creadores y artistas -Camarón ansiaba dedicarse a la lidia-, a peones y poetas, a hombres y mujeres. Aquello que ha inspirado las más hermosas páginas y faenas. Goya, Picasso, Lorca y Alberti, y también a Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Benavente o Miguel Delibes. Porque todos, sin excepción, se refirieron al tema. "Como el toro he nacido para el luto y el dolor", escribió el poeta oriolano Miguel Hernández.
La literatura taurina tiene no pocas biblias, pero una reina sobre el resto. Se trata de (1) El Cossío: la visión y versión más enciclopédica que sobre la tauromaquia pueda existir. Su título exacto es Los Toros. Tratado técnico e histórico. Fue una iniciativa de José Ortega y Gasset, que sugirió la idea a la editorial Espasa-Calpe en 1934. El filósofo propuso como capitán de tal empresa a José María Cossío, escritor, filósofo y miembro de la RAE. Una obra catedralicia, cuyos cuatro tomos se publicaron entre 1943 y 1961.
La lidia. Tan bella como perturbadora. Lo más lejano a un teatro; acaso una permanente tragedia. Una música callada –que diría Bergamín-. "Estás rodeado de espectadores, pero en verdad estás solo con un trapo, un trozo de tela, delante del toro”, dijo Alberto López Simón al terminar una temporada de oro, la de 2015. Sí, el joven matador de Barajas, el mismo que ha llegado a decir -con una cicatriz de 12 centímetros todavía fresca- que un toro que entrega su vida merece la suya a cambio.
Goya, Picasso, Lorca, Alberti, Machado, Delibes. Todos, sin excepción, escribieron sobre toros
Valle Inclán, quien era aficionado al toreo de Juan Belmonte, aseguró en una ocasión: "Si nuestro teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros, sería magnífico". Sin los toros, sostenía el autor de Luces de bohemia, no sería posible explicar la naturaleza trágica de lo español. Lo que fascinó a Valle Inclán fue justamente la idea del héroe y la tragedia. Y si hoy andamos justos de héroes, puede que sea porque hemos olvidado la forma demorada de contar esas historias; y también -claro- porque otras tragedias nos sobrepasan. Gregorio Marañón y José Ortega y Gasset escribieron al respecto, más cerca en el tiempo: Fernando Savater, con el volumen Tauroética.
Hemingway escribió en (2) Muerte en la tarde (1932) que en los toros no sólo se aprende a ver el peligro, sino también a estimarlo. En las crónicas que Hemingway envió al Toronto Star durante los años veinte –década en la que publicó su primera novela, Fiesta (1926)- describía ya con auténtica devoción la fiesta de los toros, a la que define como una tragedia inevitable y masculina, donde los hombres se muestran "muy hombres" y la muerte encandila a los espectadores con su brillo de oro y plata.
De Hemingway, ya sabemos. Era así: hombre de corpachón y corazón anegado. Sin embargo, sus palabras llegan hasta hoy cual oleaje revuelto. La valentía no es exclusiva del varón. Hubo toreras. Mujeres precursoras y temerarias. ¿Cómo olvidar los brindis de Juana Cruz? Señorita torera nacida en Madrid un 12 de febrero de 1917, hizo el paseíllo en Las Ventas en 1932 -tenía apenas 15 años-. No pudo hacer carrera en España. La prohibición del toreo femenino en 1938 la obligó a irse a México, Colombia y Venezuela. Así que eso de que el valor está reservado a los hombres, pues no. Pero ese es otro tema. No menos importante, pero otro tema.
Tres décadas después, en Pamplona, ya entonces amigo y seguidor de Antonio Ordóñez, Hemingway escribió Un verano peligroso: un reportaje que le encargó la revista Life
Al avanzar por la bibloteca imaginaria que podríamos plantar en medio del ruedo, hay una pieza periodística y literaria que refulge: (3) Juan Belmonte, matador de toros, una de las mejores biografías escritas en España durante el siglo XX. Su autor, Chaves Nogales, había conocido a Belmonte poco tiempo antes de la publicación del libro y aunque no era aficionado a los toros, congeniaron enseguida. En estas páginas, los recuerdos de Belmonte se suceden con la naturalidad que tendrían los hechos en una novela: su infancia sevillana, los años de durísimo aprendizaje, el pintoresquismo de los círculos taurinos y literarios, la fama, su rivalidad con Joselito. Belmonte, fundador del toreo moderno, y Chaves Nogales, uno de los periodistas españoles más importantes de la primera mitad del siglo XX. Sin duda un título inevitable, que Libros del Asteroide rescató en una magnífica edición.
Chaves Nogales, había conocido a Belmonte poco tiempo antes de la publicación del libro y aunque no era aficionado, congeniaron enseguida
José Bergamín colocó palabras urgentes para las grandes tragedias. El exilio, el desarraigo, el desencuentro. Como prueba: su versión de Antígona, aún vigente en el drama del enfrentamiento, pero hubo otro tema en el que el editor y escritor –uno de los más destacados de la España de comienzos de siglo- encontró una veta: la tauromaquia. Este año, la editorial Renacimiento ha reeditado (4) El arte de birlibirloque, una obra -publicada por primera vez en 1930- en la que el escritor explica el toreo como algo indescifrable. Por eso usa término birlibirloque, muy usado en el lenguaje popular, y que alude a aquello que ocurre sin que se sepa de qué forma ha sucedido. La edición que regresa a las estanterías está prologada por el matador Morante de La Puebla.
Editado por Pre-Textos y la Real Maestranza de Caballería de Ronda, este libro recupera la sensibilidad del mejor Bergamín, batiéndose -poeta y filósofo- en cada página. Así, Pérez-Oramas arranca de la lidia imágenes potentes: la verticalidad de la soledad del torero; la arcádica circularidad de la plaza como recuerdo del campo; la muleta como el escudo para matar a Desdémona. Hay en sus páginas la sustancia literaria que solo alguien puede destilar: prosa, aforismos, poemas y textos ensayísticos (tauromaquias)... Olvidar la muerte sigue y enriquece la tradición ilustrada del toreo, al colocar el foco en su naturaleza política, como parte de la construcción de América y Europa. Funciona como un díptico que permanecía poco explorado. Sus páginas recuperan esa lucha olvidada del Ulises que fuimos, hace ya mucho -quizá demasiado- tiempo.