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Cultura

Contra el elitismo pijo y ‘progre’

El sociólogo César Rendueles (Gerona, 1975) publica uno de los ensayos destacados de 2020: Contra la igualdad de oportunidades: un panfleto igualitarista (Seix Barral). No se dejen engañar por la palabra ‘panfleto’: el tono no es 'agresivo' ni 'difamatorio', como rezan las dos definiciones de la Real Academia Española. Al contrario, estamos ante un texto amable y ponderado, que pone especial esfuerzo en dirigirse a personas alejadas de las posiciones políticas del autor.

En la página 24 ya se muestra de acuerdo con el presidente republicano Dwight Eisenhower, que proclamó en 1954 que "si algún partido político intentase abolir la seguridad social, la cobertura por desempleo o los programas agrícolas, nunca más volverías a oír hablar de ese partido. Por supuesto, hay un minúsculo grupo de disidentes que creen que esas cosas se pueden hacer (…) Su número es insignificante y son unos imbéciles". Desde entonces, el mundo ha cambiado bastante, no necesariamente a mejor para quienes piensan que la creciente desigualdad es un problema social.

El ensayo nos muestra, en sintonía con el antropólogo Karl Polanyi, que las sociedades humanas siempre han asignado un papel marginal al mercado. También defiende que gran parte de nuestro sufrimientos se derivan de que hemos convertido nuestras vidas en "una especie de estadio deportivo donde estamos echando carreras de cien metros los unos contra los otros todo el tiempo", lamenta Rendueles. No es que su cosmovisión rechace el mercado, sino que propone limitarlo a los espacios donde no boicotee la posibilidad de instituciones democráticas y relaciones sociales sólidas. Hoy vivimos en un sistema donde parecen aceptables, incluso admirables, figuras como Peter Thiel, el anarcocapitalista fundador de PayPal que defiende las bondades de los monopolios y ofrece becas de 100.000 dólares a estudiantes que abandonen la universidad para emprender un negocio. Thiel es un ejemplo extremo, pero no tan alejado de la mentalidad media de los directivos de Silicon Valley.

A contracorriente del radicalismo ide izquierda, Rendueles hace una defensa de la clase media como espacio que aspirar a universalizar

Atentos a estas palabras: "Los gobiernos tendrán que asumir un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas, y buscar formas para que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en la agenda; los privilegios de las personas mayores y de los más ricos serán cuestionados. Políticas consideradas excéntricas hasta ahora como la renta básica o los impuestos a las rentas más altas, tendrán que formar parte de las propuestas", leemos en el libro. ¿Es Rendueles un peligroso agente bolivariano? Da un poco igual: aquí solo está citando entre comillas un fragmento del editorial del Financial Times del 3 de abril de 2020, donde se analiza cómo debe cambiar la economía global si queremos ser menos vulnerables a las pandemias y crisis financieras que nos asolan regularmente, cada vez con mayor frecuencia.

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En defensa de los deberes

El autor considera que el capitalismo actual es una degeneración de su versión clásica, la que hizo posible los "treinta años gloriosos", que van desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la irrupción de Reagan y Thatcher en Occidente y el giro neoliberal de Den Xiaoping en China. A contracorriente del radicalismo izquierdista, Rendueles hace una defensa de la clase media, que “aspiraba a alcanzar un término medio entre los extremos de pobreza y riqueza, una posición de abundancia austera que una sociedad justa debía tratar de universalizar”, propone. Mientras muchos pensadores radicales usan el adjetivo "clasemediero" como un insulto, aquí se plantea que "con ellos (con la clase media), no contra ellos, hay que imaginar una sociedad nueva mejor".

El texto incluye profundos reproches a la izquierda radical, sobre todo por su antiinstitucionalismo, tan similar al de los anarcoliberales

El sociólogo asturiano pertenece a una tradición de ensayistas profundos y comprensibles por el público no académico, donde destacan nombres como Terry Eagleton, Thomas Frank y Selina Todd, entre otros. También hay que subrayar el mérito de revindicar de Christopher Lasch, un brillante marxista  cristiano que escribió discursos para Jimmy Carter y a quien la izquierda occidental tienen completamente olvidado (Steve Bannon aprovechó su cuestionamiento de la contracultura para fortalecer el argumentario que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca en 2016). Rendueles también defiende, como el historiador británico Richard Tawney, que el verdadero lenguaje de la transformación política no es el de los derechos, sino el de los deberes (algo raro de escuchar entre el progresismo español).

A pesar de sus inclinaciones socialistas, o quizá a causa de ellas, el texto incluye profundos reproches a la extrema izquierda actual. Sobre todo, por su antiinstitucionalismo, tan similar al de los anarcoliberales. Hoy resulta complicado distinguir entre dos narcisismos en principio antagónicos, pongamos el manifiesto fundacional de una ecoaldea trotskista y un libro de autobombo del gurú de moda en Wall Street. Las posiciones del autor son contrarias a ambas: “La burocracia no consiste solo en la gran abundancia de regulaciones: como subrayaba Du Gay, tiene una fuerte dimensión moral, en la medida en que avala la igualdad de trato”, señala. “Nadie en su sano juicio cuestiona la necesidad de que el ejercicio legítimo de la violencia esté profundamente burocratizado. Poca gente está lo suficientemente loca como para defender que los policías o los militares sean creativos e innovadores en el uso de la violencia”, explica tirando de humor negro. Para salir adelante -propone- debemos encontrar un 'nosotros' como el que impulsó la reconstrucción del Reino Unido a partir de 1945.

contralaigualdad

El capítulo dedicado a las 'industrias creativas' en nuestro país es tan memorable como deprimente, por la descripción del sector como simple ornamento de la llamada 'cultura del pelotazo'. "En realidad, el llamado 'efecto Guggenheim' era la conclusión de un trayecto que España había iniciado en 1992, con la transformación de Barcelona durante los preparativos de los Juegos Olímpicos y la inauguración de la primera línea ferroviaria de alta velocidad con motivo de la Exposición Universal de Sevilla. Las inversiones públicas en infraestructuras asociadas a megaeventos y a procesos de renovación urbanística fueron los esteroides de las grandes empresas constructoras y, además, desempeñaron un papel esencial en la legitimación de la burbuja inmobiliaria", denuncia. 

En favor de las familias

Se cuestiona también el rechazo a la institución familiar por parte de la izquierda antisistema. "No reconocer el valor intrínseco que la mayor parte de la gente atribuye a la familia equivale a regalar a las fuerzas conservadoras un espacio de socialización que, podemos estar seguros, no va a desaparecer", advierte. Especialmente en España, "un país profundamente familista", donde más del 55% de la población cree en la ayuda intergeneracional, que fue el gran escudo de solidaridad frente a la crisis de 2008. La emergencia económica de aquel año "aumentó en más de diez puntos porcentuales los hogares en que diariamente o varias veces a la semana se relacionan con otros familiares con los que no conviven", subraya.

El texto tiene la valentía de definirse (mojarse) en uno momento en que la izquierda española es reacia a principios sólidos

Uno de los grandes valores del libro consiste en no engañarse sobre el hecho de que la izquierda puede ser tan elitista como la derecha. Unos tienen el famoso Colegio del Pilar de Madrid, semillero de la clase dirigente española, mientras la izquierda ha ido articulando sus propias versiones en miniatura. "La enseñanza concertada -sobre todo, por medio de las cooperativas de profesores o padres- se ha ido convirtiendo cada vez más en un refugio para familias laicas y progresistas con suficientes recursos económicos que buscan modelos educativos alternativos a los que ofrece la educación pública y una mayor capacidad de intervención en la comunidad educativa". El resultado, a pesar de sus aportaciones y sus buenas intenciones, ha sido fomentar "una profundísima segregación social".

El texto tiene la valentía de proponer un programa político, que espantará a unos y enganchará a otros, pero que no elude definirse (mojarse) en uno momento en que la izquierda española es reacia a principios sólidos, más pendiente de explotar cualquier circunstancia favorable para llegar o mantenerse en el poder. Además, nunca se endulzan las dificultades de la tarea pendiente. "Cualquier apuesta igualitarismo factible se enfrenta a un puzle complejo: la necesidad de impulsar y proteger vínculos sociales sólidos que, sin embargo, sean compatibles con los niveles de libertad y autonomía personal que hoy consideramos irrenunciables". Un potente ensayo contra el elitismo pijo, pero también contra el elitismo ‘progre’.

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