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Cultura

Cecilio G.: terapia trapera para la generación de los trankimazines

Cecilio G. en Madrid (But) la noche de Halloween

Noche de Difuntos. Horas antes del concierto, mientras repasaba el repertorio, encontré un tuit de Juan Cecilia Ruiz (Barcelona, 1994) que ayuda a situarse: “Sé que no hago buena música pero tú tampoco”. Son solo siete palabras, pero reveladoras sobre el estado de gran parte del planeta pop actual, más centrado en facturar muñecos de guiñol -al estilo de los ‘realities’ televisivos- que innovaciones sónicas. Describir lo que pasó en la sala But (Madrid) es relativamente sencillo. Cecilio G. y su encargado de lanzar bases pregrabadas se subieron a escena, acompañados de vez en cuando por algún otro colega, para hacer un 'show' austero y precongelado que repasó sus himnos para mileniales malotes, depresivos o ambas cosas. Sabíamos a lo que íbamos, así que no podemos acusar a nadie de engañarnos.

La puesta en escena no es muy original: la estrella sale con bata de enfermo, al estilo de alguna gira del rockero Alice Cooper, aunque luego se la quita y  la imagen de Cecilio es calcada a la del mito hardcore Henry Rollins, con su cuerpo cubierto solo por unos pantalones cortos, estilismo ideal para exhibir tatuajes. Las letras de Cecilio abarcan todas las disfunciones, depresiones y subidones de una sociedad donde se han disuelto los lazos sociales y cada uno tiene que hacer la guerra por su cuenta, compitiendo con el resto en un combate sin reglas. No se abandona la sala, o no exactamente, con la sensación de haber asistido a un concierto de música, sino como testigos de una especie de ritual de bajo coste para exorcizar las neurosis del neoliberalismo actual. 

"Siempre ha ido mal"

El público vibra con su himno “Million Dollar Baby”. Se trata de un recorrido biográfico donde que explica la muerte prematura de su padre, las amenazas de embargo y su relación compulsiva con los estupefacientes. La única alegría es laboral: hoy pagan por sus actuaciones los clubes y festivales donde tenía que colarse cuando era menor de edad. De propina, aprovecha un verso suelto para llamar pija a la exitosa trapera Bad Gyal. La letra es increíblemente perezosa, hasta el punto de que rima “drogar” con “drogar”. “Como ves siempre ha ido mal/ por eso quiero que sepas/ que yo vengo de la mierda y les quiero cantar/ a los que aún siguen en ella/ que no sientan soledad/ que no dejen que el sistema les hunda jamás”, recita a modo de consejo.

No es de extrañar que una de sus canciones más famosas se titule “Trankimazín”, ya que los psicofármacos se han convertido en una de los escasos asideros fiables que nos quedan

Por supuesto, la parábola no queda muy creíble porque sabemos que en el capitalismo unos triunfan y muchos fracasan. A pesar de esta certeza, el concierto funciona como una catarsis de teatro griego, sobre todo por la crudeza con la que describe los mecanismos despiadados de la sociedad contemporánea. Setecientos veinteañeros daban botes muy contentos en la planta baja de la sala al ritmo de las rimas más deprimentes del mercado actual. Te encontrabas con publicistas, periodistas de tendencias y jóvenes asesores de Iñigo Errejón, que horas después lanzaron un trap de campaña, con base del argentino Duki. Hablamos de profesiones donde la diferencia entre triunfar y hundirse no suele estar en tu mano, sino en una combinación de factores ajenos y bastante aleatorios.

Retratos y reflejos

No es de extrañar que una de las canciones más famosas de Cecilio G. se titule “Trankimazín”, ya que los psicofármacos se han convertido en una de los escasos asideros fiables a nuestra disposición. La montaña rusa del mercado laboral queda retratada en las primeras líneas: “Baby, no puedo dormir/ aún sigo pensando en ti/ pienso que me voy a forrar/ pienso que me voy a morir…sin ti”, explica. Captura la sensación de estar hundido en la miseria al mismo tiempo que te estás a un solo paso de triunfar a los grande. Capear ese estado emocional con ansiolíticos es una opción razonable. La conclusiones que sacarán los sociólogos del futuro al escuchar este tipo de trap seguramente sean parecidas a esto: la España de 2019 fue una distopía de las que solo lograban olvidarse fugazmente gracias al sexo oral, las sustancias psicoactivas y los ingresos inesperados en cuenta corriente.

El trap ha sido denostado como el reflejo cultural de una juventud apática, alienada y apolítica, pero también puede verse como el retrato de una realidad donde ni siquiera los triunfadores llegan a ser a ser felices. La mayoría de las rimas del género tiene más que ver con los bajones de Radiohead, Joy Divison y Eminem que con la alegría de Oasis y The Chemical Brothers, por poner un ejemplos inteligibles para los miembros de la Generación X. La receta musical de artistas como Cecilio G es tirando a pobre, plana y previsible, con unas bases rítmicas que parecen películas de serie B si las comparamos con raperos mayores como Gucci Mane, Lil’ Wayne y J. Dilla. La buena noticia es que las letras consiguen remontar el resultado tirando de suciedad y de historias destempladas. No va sobrado de ‘flow’, pero compensa con carisma.

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