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Cultura

'Avatar: el sentido del agua': la religión que vuelve a los cines

James Cameron busca repetir el éxito en la taquilla con más de tres horas de aventuras que llegan este viernes a los cines de todo el mundo

Fotograma de 'Avatar 2'
Fotograma de 'Avatar: The Way of Water' 20th Century Studios

En pocos días, el mundo se dividirá en dos: quienes aman la secuela de Avatar y quienes la detestan. Está claro que esto es una exageración, pero no va tan desencaminada si uno observa las opiniones tan viscerales que ha arrancado entre la crítica y los informadores que ya han podido ver la ansiada segunda parte de la película de James Cameron, Avatar: el sentido del agua. La cinta llega este viernes a los cines de todo el mundo, 14 años después del estreno de la primera parte, película que se convirtió en la más taquillera de la historia.

Una profesora de una lengua extranjera puso el acento una vez en esa costumbre que tienen los hispanohablantes de duplicar un sustantivo para enfatizar su significado. Así, cuando uno dice que su procedencia es "Santander, Santander", se refiere a que nació en la capital cántabra, y si alguien avisa de que en la calle hace "frío, frío", no hay duda de que la temperatura en el exterior será gélida. Hace unas semanas, el director mexicano Guillermo del Toro usó esta misma fórmula para refirirse al filme de James Cameron. "Lo vuelvo a decir: Avatar 2 - al verlo te das cuenta de cuánto tiempo hace que no ves una PELÍCULA-PELÍCULA (así, en mayúsculas)", señaló en Twitter el cineasta.

Si el cine estaba esperando una película redentora, destinada a devolver el público ausente a las salas, esta es sin duda la mejor oportunidad, más allá de superhéroes como Thor, Black Adam o Black Panther, que también han contribuido con su granito de arena. Tal y como advierte el director de El laberinto del fauno o La forma del agua, el espectáculo visual del que Disney y 20th Century Studios llevan presumiendo meses tiene mucho potencial para arrastrar al público en masa, otra cosa es que se cumplan las expectativas.

James Cameron ha tardado casi tres lustros en saciar a los fanáticos de Avatar con otra entrega y ya tiene pensada hasta una quinta parte, un desmadre que quizás responde a un gesto inocente por pretender que en estos años nada ha cambiado. Si en la primera parte el presupuesto fue de 237 millones de dólares, en esta ocasión también tira la casa por la ventana y, aunque no se conocen cifras exactas, ronda los 250 millones.

¿Qué tienen de atractivo estos seres azules, este planeta -Pandora- y este paraíso exótico que sirve como alternativa a la Tierra? Hay algo de religioso en esta fábula ecologista, porque quienes quedaron entusiasmados con la primera parte -con un beneficio en la taquilla de 2.900 millones de dólares en todo el mundo- volverán a los cines como un acto de fe. Es lo que necesita la industria, es lo que necesitan las salas, es probablemente el empujón definitivo tras años de sequía por la pandemia de covid, pero también es justo decir que quizá los espectadores se merecían algo mejor y más corto.

Más de tres horas de Avatar 2

Es probable que gracias al entusiasmo general la película consiga mantenerse al nivel de las expectativas. Lo cierto es que quienes acudan a los cines a ver Avatar 2 sabrán de sobra a lo que van y llevarán esperando meses, y ese no siempre es el caso de quienes tienen que contar lo que han visto, entre quienes no siempre reina el entusiasmo. Incluso aquellos encontrarán motivos para celebrar la destreza técnica y las horas de trabajo que hay detrás de una película tan artesanal, del mismo modo que también criticarán aquello de lo que adolece, que no es poco.

Para esta redactora de Vozpópuli, la secuela de Avatar se deshincha por culpa de un guion pobre que no se mantiene firme más allá de la primera hora y de unos lugares comunes que llevan a preguntarse en varias ocasiones si merece la pena sumergirse en este universo tan particular para ver una historia de sobra conocida.

¿Es Avatar 2 hortera? Rotundamente sí. ¿Es entretenida? También, aunque con matices. Cuando uno se sienta en una butaca, en la que permanecerá quieto más de tres horas y ataviado con unas molestas y anacrónicas gafas 3D -maldita sea, hacen daño; dioses, estamos en 2022- solo le queda una salida: sonreír y meterse de lleno en esta historia, hasta que los acontecimientos, poco a poco, te van expulsando.

Lo mejor de la película es, sin duda, la hora final, tan apoteósica, vibrante y vertiginosa como uno pueda imaginar, pero el espectador llega hastiado, agotado y confuso

La primera parte de la película no funciona del todo mal. Lleva al espectador al punto final de la primera parte y prosigue la aventura. Si Avatar 1 contaba la historia de un exmarine que, convertido en avatar, se infiltra en uno de los clanes del planeta Pandora, donde los humanos quieren encontrar fuentes energéticas para sobrevivir, en esta segunda parte la sed de venganza domina una trama en la que reinan las batallas y la lucha por la supervivencia. A un elenco capitaneado por Sam Worthington, Zoe Saldana o Sigourney Weaver se suma ahora Kate Winslet, entre otros.

Lo mejor de la película es, sin duda, la hora final, tan apoteósica, vibrante y vertiginosa como uno pueda imaginar. Hay un sinfín de adjetivos para definirla para convencer al espectador que duda. Lo malo es que llega tarde, se hace esperar, y en ese afán y tendencia actual por alargarlo todo -quizás para justificar la venta de la entrada, no está claro- el espectador llega hastiado, agotado, confuso y probablemente mareado, cansado de girar la cabeza para que el efecto 3D funcione y dejar de ver borrosas algunas imágenes.

De los 160 minutos de la primera parte, James Cameron extiende la penitencia hasta los 190 minutos, en línea con esa moda de alargar el metraje ad eternum sin ningún sentido. En el exceso se ha olvidado de perseguir lo más importante: una historia con contenido y gancho, más compleja, con más capas, más adulta, en definitiva, que cualquier éxito de Disney destinado a los más pequeños.

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  • U
    Urente

    "filme"
    Ostras, no era consciente de que la RAE había metido este innecesario palabro en su Diccionario, en la línea de ese pintoresco y ya obsoleto "cederrón".