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Cultura

Antonio Escohotado: del sarampión marxista al subidón libertario

El fallecimiento del filósofo este domingo es el final de un camino largo y accidentado que recorrió un hombre libertino que siempre huyó de cualquier sociedad reglada

Escohotado: del sarampión marxista al subidón libertario

El escritor británico David Nobbs fue el autor de la telecomedia Auge y caída de Reginald Perrin donde un gris burócrata intentaba reencauzar su vida a través de disfraces y miles de entuertos. Hay mucho de la valentía de este personaje en el filósofo Antonio Escohotado (Madrid, 1941), fallecido hoy en Ibiza a los 80 años, y que ha sabido siempre vestirse con nuevas prendas acordes a sus profundos cambios de pensamiento.

No, no era un cobarde ese joven que, siendo hijo de falangistas, pasó varios veranos en el calabozo por contraer el sarampión marxista de toda su generación. Tampoco el impecable trabajador del Banco Español de Crédito que lo deja todo, absolutamente todo, para irse a vivir a la Ibiza de la contracultura donde la casi única intervención del franquismo fue la detención de John Lennon en 1971 por secuestrar a su hijastra. Tampoco fue sistémico el intelectual hegeliano cuya tesis doctoral fue juzgada “herética” en esa España de diputados del SEU con cogote perfecto y su revés de cristianos marxistas envueltos en pana. Todos coincidían en trincheras opuestas en haber hecho de la negación de la sexualidad un modo de vida.

Precisamente el hedonismo feliz, la atracción a la vida en los márgenes (“Turn on, tune in, drop out”, “colócate, sintoniza y sal de la sociedad”, fue el lema de su ídolo Timothy Leary), le llevó a esa Ibiza rural convertida en apenas pocos años en un paraíso hippie. Con diferencia su etapa más feliz, Escohotado confesaba al periodista David Barba que la mayoría de esas comunas comenzaban con el sexo para acabar en la conversación y amistad:

Poco después de la boda, comencé a tomar conciencia de mi represión y convencí a mi mujer para que nos convirtiéramos en unos hippiosos virulentos con altas dosis de acracia y comunismo. Desde ese marco, nos lanzamos a practicar lo inverso de todo lo que nos habían enseñado: camas redondas, orgías, polvos todo el tiempo y con todo el mundo”.

Ahí se inicia, también, el Escohotado más polémico: el consumidor estudioso de droga que analizaría la sustancia como iniciática de los mitos de la Grecia clásica a los paraísos artificiales contemporáneos. De ese tiempo y lugar, de esas comunas, vendría la fundación de la discoteca Amnesia donde el filósofo crearía uno de los primeros templos de la cultura 'rave'; una escena que perdura hasta nuestros días. El nombre de esta discoteca no era casual y Escohotado afirmaba en sus libros que el objeto de esta discoteca es que nada del pasado quedara allí:

Bien pudo ser la época más vana de mis días, donde solo las melenas rompían el atuendo de 'Solo ante el peligro', cubierto en invierno por un fastuoso chaquetón de lobo siberiano —regalo de mi mujer, no en vano hija de peletero—, como un icono ejemplar de los residentes estrafalarios, conocedor y conocido de muchos, que iba de aquí para allá acompañado a menudo por damas bien parecidas y dealers de postín, entre ellos Howard Marks, el rey mundial de la maría.”

Este declarado libertinaje le costó la cárcel en 1983, ya que fue acusado de tráfico de cocaína en una operación policial encubierta. Este proceso le llevó al penal de Cuenca durante años, lo que provocó de manera inadvertida su etapa más fecunda como ensayista. Entre los barrotes se centró tanto en la praxis filosófica y antropológica (Realidad y substancia o Majestades, crímenes y víctimas del 86 al 87) como confeccionando su monumental Historia general de las drogas que vería la luz en el año 89.

Esta obra sobre estimulantes le convertiría en el santo gurú de la contracultura española en los inicios de los 90, reivindicado incluso por el líder de Podemos Pablo Iglesias. Estos libros lo vetaron de los medios oficialistas, en plena “cruzada contra la droga” de entre décadas, y sus apariciones mediáticas solo pudieron darse en los programas debate de su amigo Fernando Sánchez Dragó. Su falso estereotipo de “apologista de la droga” hizo menos conocidos otros ensayos suyos como el premio Anagrama de 1991 El espíritu de la comedia o su seminal colección de textos Retrato del libertino donde reivindica el goce como método de conocimiento:

Gracias al placer humilde, corpóreo, estamos llenos de sensata plenitud y preparados para conocer”.

Al inicio de los 2000 publica su obra más accesible y personal, surgida de una crisis sentimental, Sesenta semanas en el trópico. En ella ejerce de trasunto de Claude Lévi-Strauss en un viaje entre iniciático e ideológico donde sus descripciones de las zonas librecambistas del sudeste asiático confirman su abandono del socialismo:

Singapur sigue siendo «puerto libre, abierto sin discriminación al comercio con cualquier país». En los demás aspectos es una isla desprovista de recursos, e incluso de buenas playas. Sus tres millones y medio de habitantes no tienen la renta per cápita más alta de Asia, y una de las más altas del mundo, porque exploten petróleo, gas natural, yacimientos minerales, piedras preciosas, tierras fértiles o cualquier don análogo del suelo o el subsuelo. Riquezas de esa índole caracterizan a países vecinos que a pesar de ello resultan pobres o misérrimos, pues lo propio de Singapur es —como repiten sus folletos oficiales de turismo— «capital humano», esto es: diligencia, fiabilidad, renovación”.

A la izquierda, de hecho, dedicó su monumental Los enemigos del comercio, de 2008 a 2013, donde pergeñó una muy personal “historia de los heterodoxos” de todas las sectas comunales de la edad antigua a la actualidad. Mucho, demasiado quizá, había cambiado del marxista convencido que quería irse a combatir a Vietnam contra el “imperialismo yanqui” en los años 60, según confesaba en sus obras.

Solo en su vejez Escohotado dejó de ser ese Reginald Perrin que cambiaba cada diez o veinte años de vida, ideología y amigos. De ahí que volviera en sus últimos días a Ibiza, su etapa clave, dedicando a la isla uno de sus últimos ensayos. Esta obra, Mi Ibiza privada, finalizaba con un aserto honesto de cómo sus cambiantes ideas, su pensamiento, le habían llevado una y otra vez a quitarse la ropa de burócrata universitario, cual Perrin, y sumergirse en la playa que siempre traía nuevas olas y esperanzas:

Como destino permanente solo vislumbro la lealtad para con el pensamiento, una vocación a lo abierto que compromete con la verdad como realidad y pasa por un equilibrio entre aquiescencia y lucha”.

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