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Opinión

Los partidos en campaña, donde decían digo dicen después Diego

Imagen de archivo de la bandera catalana

Existe un concepto llamado modulación del discurso que las formaciones en campaña aplican según van las encuestas. Se trata de cambiar el mensaje según vean como cae este en el electorado. Es decir, mentir descaradamente a ver si así pillan más votos.

Independencia según, sin, como y tras

La palma se la llevan Esquerra y PSC. Los primeros, por culpa de la incapacidad manifiesta que tiene Marta Rovira, candidata que actúa en lugar de Oriol Junqueras, in loco parentis, como si dijéramos, y que les está empezando a restar simpatías incluso entre sus más fieles seguidores. A Rovira no le salen bien ni las entrevistas hechas a medida, como la de TV3, en la cual el entrevistador, Vicent Sanchís, director de la cadena, separatista y zalamero con los candidatos del proceso, no pudo reprimir un “¡Mare de Déu!” al comprobar como Rovira estaba haciendo el ridículo.

Inés Arrimada debería enviarle una cesta de navidad a su rival de Esquerra porque nunca nadie había hecho tanto por el voto constitucionalista.

Cada vez que habla esta señora, sube el pan. Inés Arrimadas, que ha mantenido el mismo mensaje desde el inicio de la campaña, al igual que el candidato popular Xavier García Albiol, debería enviarle una cesta de navidad a su rival de Esquerra. Nunca nadie había hecho tanto por el voto constitucionalista. Rovira igual habla hoy de que el estado amenazaba con muertos si se consumaba la república, como lo niega la después, aduciendo que, si sus palabras han servido para que el gobierno no ose tal cosa, mejor que mejor. Alucinante.

Lo mismo dice que Esquerra apostará por la unilateralidad, haciendo seguidismo patético a las CUP e intentando arañarles un puñado de votos, que se desdice más tarde asegurando que ellos están por la ley. Junqueras debe estar acordándose de toda su parentela, él, tan devoto, tan humanista, que ha jurado acatar el 155 y hasta cantar, si ha lugar, el himno de Infantería, ya saben, ardor guerrero vibran nuestras voces.

Andan los estrategas de la formación separatista un si es no es despistados. La modulación del discurso se ha convertido en un ruego a la Divina Providencia para que a la tal Rovira le pille una afonía galopante que la deje mudita. Hablando con uno de los spin doctors de los de Junqueras, me confesaba que estaban más que hartos de Rovira, que evitaban por todos los medios que acudiese a debates o actos públicos de un cierto peso y que lo mejor que les podría pasar es que se pasase a Ciudadanos. No les envidio la papeleta.

Peor lo tienen los del PDeCAT. Carles Puigdemont no les deja meter baza. Con una sólida experiencia en lides electorales, algunos de ellos han decidido tirar la toalla, dejando al ex President cesado en manos de la única persona a la que hace caso: Elsa Artadi, la todopoderosa directora de campaña del fugado de Bruselas. Artadi dicta lo que debe hacerse, decirse, filtra a las personas que pueden tener acceso a Puigdemont, en fin, tiene rango de capitán general con mando en plaza. Eso no les hace ni pizca de gracia a los que asesoraron a Artur Mas, incluso a Jordi Pujol en su día, lógicamente. Alejada del paradigma convergente, sus ideas fuerza para la campaña rozan casi la radicalidad cupaire y esto no sienta bien en la antigua Convergencia. Uno de los más veteranos expertos se llevaba las manos a la cabeza cuando, al hacerle estas mismas reflexiones a la señora Artadi, escuchó su respuesta: “Mira, el caso es ganarle a Esquerra y a Ciudadanos. Si luego tenemos que rectificar, se hace diciendo que la culpa la tiene el Estado y sus amenazas”. Es la misma excusa que ya tienen preparada los de Esquerra. Las CUP no, estos dicen que hackearán el Parlament si no se impone su revolución. En román paladino, piensan sabotear la legislatura. A los okupas no les preocupa cambiar el mensaje, porque el suyo es el de apoyar siempre la violencia.

¿En el PSC ya no existe el Gabinete de Análisis y Seguimiento político?

Siempre ha sido un departamento peliagudo, una auténtica patata caliente que pocos o nadie querían, y bien puedo decirlo porque fui el responsable del mismo en la campaña del referéndum de la OTAN en 1986. Teníamos que recopilar la información de todos los actos de campaña efectuados tanto por el PSC como los de las otras formaciones políticas. Se trataba de valorar qué se decía, qué tipo de mensaje calaba mejor en los asistentes, qué oradores eran mejores y pasar toda esa información a diario – unas mil fichas, aproximadamente - a las ejecutivas del PSC y del PSOE.

Con una red de más de quinientas personas y muchas horas robadas al sueño, se consiguió elaborar un digest que recibían cada día Raimon Obiols y Alfonso Guerra. Nuestras recomendaciones eran leídas por los dirigentes socialistas y, en base a ellas, se tomaron decisiones en no pocas ocasiones. Que Miquel Iceta no disponga de un servicio similar se me antojaría ridículo, puesto que le daba mucha importancia en aquellos años y no veo el motivo por el cual debería haber cambiado de opinión. De hecho, y en honor a la verdad, fue el quien me nombró responsable, encareciéndome acerca de su relevancia.

No hay nadie que, desde la lealtad, sea capaz de ejercer la crítica.

Otra cosa, y eso explicaría los vaivenes que ha experimentado el candidato socialista en estos días, es que nadie tenga el coraje político de decirle la verdad. A lo largo de las últimas décadas, el aparato del PSC se ha convertido en un nido para aduladores. No hay nadie que, desde la lealtad, sea capaz de ejercer la crítica. Así es imposible ganar nada, y la falta de confianza atávica que mantiene Iceta con respecto a los que desarrollan una línea independiente es responsable del fracaso del PSC en los últimos tiempos. Nadie le debe haber aconsejado que a alguien que aspira a cambiar el paradigma en Cataluña no se le puede admitir que hable de indultar a los presos. El votante del PSC espera escuchar otras cosas que no sean las apelaciones a un referéndum pactado o a un nacionalismo totalmente trasnochado, tanto, que ni Esquerra ni los de Puigdemont lo emplean. Con poner a un ex conseller de Unió, Espadaler, Iceta ha clavado un clavo más en el ataúd de su partido. ¿Es inteligente esperar que los votantes socialistas vayan a acudir en tropel con la papeleta en la mano por el solo hecho de que en la lista cuenten con un demócrata cristiano?

Iceta no tiene a nadie que le haga un análisis frío, objetivo y basado en la realidad. Probablemente tampoco lo quiera. Con salvar los escasísimos muebles que le quedan debe darse por contento. Bueno, con eso y con la esperanza de que una carambola política a tres bandas con Esquerra y los Comuns lo aúpe a la Presidencia de la Generalitat.

No es preciso añadir que los de Xavier Doménech, los Comuns a los que hacíamos alusión, difícilmente van a cambiar de mensaje ni ahora ni jamás, por el sencillo hecho de que no tienen ninguno. Lo suyo es una ensalada Baudelaire de frases hechas, tópicos comunistas, antiguas consignas socialistas y un cierto toque canalla de cara al electorado más joven. Cuando se practica el attentisme en política, no hay que pedir discurso ni argumentos. El término, surgido en la I GM, se define perfectamente como à laisser passer le temps dans un état de pure passivité devant.

Las gentes de Ada Colau y Pablo Iglesias tienen esa capacidad, la de esperar frente al aparente obstáculo, y si hoy dicen blanco, negro o gris no hay que considerar tales afirmaciones como algo puramente coyuntural, estratégico, sin la menor importancia en el debate de las ideas. Lo suyo es llegar al poder, y entonces ya manifestarán de qué madera están hechos. Es lo que tiene la mentalidad de soviet supremo.

Así las cosas, hay poco de lo que fiarse en una contienda en la que las posverdades campan a sus anchas y la verdad, tristemente, es atacada por partidos y medios adictos al régimen de una manera bestial, constante e incluso cargada de un odio revanchista que no tiene precedentes en la historia de nuestra tierra. Podrán cambiar el mensaje unos sí y otros no, pero los que están por la mamandurria, el caos y saltarse las leyes jamás cambiarán en una cosa: son la ruina de Cataluña y de España. Vae Victis, si ganase

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