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Opinión

La crisis del periodismo o el caso del pianista que se convirtió en gánster

Los reyes y Mariano Rajoy, con la plana mayor de La Razón, incluidos los cuatro investigados por Lezo: Francisco Marhuenda (segundo por la izquierda); Santiago Barreno (tercero por la izquierda), Edmundo Sobrino (cuarto por la izquierda) y Mauricio Casals (primero por la derecha), en noviembre de 2013.

En plena primavera de 2012, cuando más arreciaban las presiones de los mercados sobre España, Mauricio Casals recibió una llamada de José Manuel Lara, presidente de Planeta y del Grupo Atresmedia. Tenía que pedir cita urgente en Moncloa para transmitir al presidente del Gobierno la opinión unánime del Consejo Empresarial de la Competitividad (CEC) según la cual España debía pedir el rescate país sin demora, porque la situación era insostenible. Con la prima de riesgo por las nubes, los grandes temían ver cerrado su acceso a los mercados financieros. Y ninguno de los patronos del poderoso lobby que al alimón pastoreaban entonces César Alierta (Telefónica) y Emilio Botín (Santander), se atrevía a plantearle a Rajoy la cuestión a cara de perro. Fue Casals quien, a pedido de su jefe, asumió gustoso el encargo cual eficiente go-between, Mariano, tengo que verte, y delante del gallego planteó la cuestión sin cortarse un pelo.

-Y tú, ¿qué harías…? Rezongó el gallego con su habitual arrojo.

-Ah, no sé, presidente, ni idea. No tengo información y mucho menos opinión fundada para opinar sobre un tema tan complejo.

-Ya… Bueno, la situación es muy complicada. Veré lo que puedo hacer. Tengo que reflexionar.

-Seguro que lo que hagas estará bien hecho.

-¿Y no me preguntas qué decisión voy a tomar…?

-No, no, jamás, y no quiero que me lo digas, porque si me lo dices se lo tendría que contar a mis jefes, así que mejor no saber nada.

Y Mariano se reía socarrón. Una nueva demostración de poderío por parte de uno de los hombres más temido, por unos, y admirado, por otros, considerado por casi todos como el más influyente lobista español de los últimos tiempos, desde luego un gran conseguidor, un verdadero “príncipe de las tinieblas” acostumbrado a operar siempre en la sombra, tras las bambalinas, en ese discreto segundo plano donde se adoptan decisiones de cuyos resultados luego presumen otros. Casals ha conseguido un récord difícil de igualar en la España de la Transición: tener a dos vicepresidentas del Gobierno, de distintos partidos, comiendo de su mano: primero fue María Teresa Fernández de la Vega (PSOE), gracias a la cual consiguió que el Gobierno de Rodríguez Zapatero suprimiera la publicidad de la televisión pública, cuyo déficit cubren desde entonces los PGE con los impuestos de los españoles, para que las privadas se hicieran de oro, y después Soraya Sáenz de Santamaría, pieza esencial en la absorción de La Sexta por Antena 3, un matrimonio aparentemente contra natura, una operación de juzgado de guardia que exigió modificar las condiciones impuestas por la Comisión Nacional de la Competencia (CNC), para quien la suma “reforzaba de forma significativa el poder de mercado de Atresmedia en el mercado de la publicidad en televisión, y favorecía la creación de un duopolio de facto” entre Atresmedia y Mediaset (Telecinco).

Exquisito en el trato personal, Casals ha demostrado ser un experto en el arte discursivo típico del condotiero, el palo y la zanahoria. “Cifuentes tiene que saber que no es solo La Razón, sino que está La Razón, Antena 3, Onda Cero y La Sexta”. La división acorazada de Atresmedia al completo estaba dispuesta a meter en cintura a Cristina Cifuentes, para evitar que denunciara las irregularidades cometidas en el Canal de Isabel II por Ignacio González y su equipo. El presidente de La Razón y adjunto a la presidencia de Atresmedia es un malabarista capaz del “más difícil todavía” de mantener el control en la sombra de una cadena que opera a favor del PP (Antena3) y otra que aparentemente derrota contra el PP (La Sexta) las 24 horas del día, pero que, a los mandos del mago García Ferreras, el hombre de confianza de Florentino Pérez, sirve con precisión cartesiana la estrategia diseñada por Soraya desde los sótanos de Moncloa para mantener al PP en el poder en estos tiempos de exaltación populista: la creación artificial de un enemigo (Podemos) capaz de arrinconar al PSOE y de meter a las aterradas clases medias miedo en el cuerpo bastante como para que sigan votándonos a nosotros por los siglos de siglos amén.

La división acorazada de Atresmedia estaba dispuesta a meter en cintura a Cifuentes para evitar que denunciara las irregularidades cometidas en el Canal de Isabel II por González

Hombre de permanente sonrisa y mala salud de hierro, de inteligencia poco común, Casals, 68, es la pieza clave de un engranaje que solo podría funcionar en un país con un deterioro institucional tan acusado como el nuestro. Que sólo podría progresar entre la corrupción institucional. Toda la información que genera esa máquina de picar carne que es el Madrid político pasa por Casals. Desde el glamuroso bar del Hotel Palace de Madrid mantiene la conexión entre Moncloa y el Grupo Atresmedia, cuida los intereses de la familia Lara, da órdenes al “presidente” Crehueras, vigila el desempeño de Farreras, ordena, trafica, promete, sonríe, y si hace falta, amenaza. María González Pico, guardaespaldas de Soraya, es su contacto directo con la vicepresidenta, y Paco Marhuenda, su chico de los recados. Y aún le queda tiempo para abrir puertas a los capos del negocio de la sanidad privada a través de IDC Salud (antes Capio), y para facturar suculentas minutas desde sus sociedades –el gran Mauricio se define a veces como un “consultor” independiente que tiene entre sus clientes a Atresmedia- a notorios empresarios cuyos sillones protege de las asechanzas de gobiernos poco amigos, caso de Antonio Brufau (Repsol) o Javier Monzón (Indra), entre otros.

Casals ejemplifica como pocos el tótum revolútum en que ha devenido la vida política madrileña, melé perfecta en la que participan políticos, empresarios, jueces, conseguidores, policías corruptos y periodistas venales, gente que trafica con influencias, vende favores, guarda secretos e intenta hacerse rico en el lado oscuro de la ley. En su descargo, cabe decir que no ha descubierto nada. Ya estaba todo inventado. Lo hicieron en los ochenta Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián, los amos del grupo Prisa, maestros en el arte de hacer negocios blandiendo el as de bastos de su 'cañón Bertha' contra quien osara llevarles la contraria e imponiendo la agenda política a los gobiernos de Felipe González, y les siguió después el “bobo solemne” con el grupo Mediapro de Jaume Roures, Contreras y compañía.

La eterna feria de las vanidades

Nuestro hombre es hoy el mascarón de proa del grupo multimedia más poderoso del país, émulo de lo que en otro tiempo fueron los citados. Siempre con el periodismo como comodín. Con la condición servil del periodismo patrio. El periodismo entendido como negocio. El negocio de la libertad. Es una consecuencia de la ausencia de editores vocacionales, sustituidos en España por meros aventureros dispuestos a traficar con la información para meterse en la cama con los poderosos del lugar y hacer negocios (Polanco, con los Botín, los March, los Albertos y toda la beautiful people de su tiempo, incluido Mario Conde). En contra de Heráclito, nada cambia, todo permanece. Lo contaba ayer Rubén Arranz en Vozpopuli: acosado por parte de los accionistas de Prisa, Cebrián ha pedido auxilio al Emérito para que medie ante Alierta e Isidro Fainé: "pese a los fallos de gestión que haya podido cometer, mi permanencia al frente del grupo es fundamental para la estabilidad de España". La eterna feria de las vanidades, la inacabable fiesta de la corrupción.

Casals ejemplifica como pocos el tótum revolútum en que ha devenido la vida política madrileña

“Ya nos hemos inventado una cosa para darle una leche”, dice Marhuenda a su jefe de La Razón. Estamos dispuestos a todo con tal de evitar que Cifuentes denuncie el agujero del Canal. Tampoco él está descubriendo ningún Mediterráneo, tampoco está haciendo algo que no se haga todos los días en múltiples cabeceras desde hace tiempo. Es una corrupción que viene provocada por la quiebra del modelo de negocio. El grado de mimetismo de los grupos editoriales con la burbuja inmobiliaria y de crédito llegó a tal punto que Prisa fue capaz de endeudarse en más de 5.000 millones, y Unidad Editorial en más de 1.200, cifras imposibles de saldar con el modesto cash-flow que arroja el negocio. Solo es posible la supervivencia al lado del poder, a la sombra de los amos del dinero. Es Sáenz de Santamaría, se supone que con la aquiescencia de Mariano, quien salva al grupo Prisa de la quiebra, convenciendo a sus poderosos acreedores (Santander, La Caixa y Telefónica) para que conviertan en capital parte de la deuda contraída. En el contexto de un sector financieramente descremado solo se puede sobrevivir desde el sometimiento y/o la piratería, desde el asalto a mano armada tipo Ausbanc (hay muchos Pinedas en el mundo del periodismo español), desde el amarillismo, desde la coacción, desde la mentira.

Un ramillete de grandes anunciantes (las estrellas –Telefónica, Santander, BBVA, Iberdrola, ECI y por ahí- de nuestro rutilante Ibex 35) sostienen el tinglado de la información en España mediante la fórmula de los “acuerdos de patrocinio”, de modo que si un grupito de señores decidieran un día en torno a una mesa cerrar el grifo de repente, el 95% de los medios, desde el sonoro multimedia hasta el ínfimo chiringuito, se vería obligado a echar el cierre. El mundo de internet vive asediado por la dificultad de financiar adecuadamente una plantilla de periodistas seniors bien pagada y con capacidad de efectuar información propia de calidad. Facebook, que se nutre de contenidos ajenos, se come la parte del león del negocio publicitario online ante la resignada mansedumbre de un sector que no encuentra armas para rebelarse contra ese bandidaje organizado, y que por ende no es rentable, ergo no puede ser libre para cumplir los fundamentos de la profesión: buscar noticias en la calle, comprobarlas adecuadamente y publicarlas sin miedo a la reprimenda de los amos del Ibex.

Un ramillete de grandes anunciantes sostienen el tinglado de la información en España mediante la fórmula de los “acuerdos de patrocinio”, de modo que si decidiera un día cerrar el grifo el 95% de los medios se vería obligados a echar el cierre

Periodismo en tiempos de miseria. Sostengo que este no es oficio para hacer amigos, ni para hacerse rico, ni para derribar presidentes del Gobierno. Muchos periodistas, sin embargo, se han acostumbrado a un nivel de vida que soporta mal su talento y la cuenta de resultados del grupo para el que trabajan. Cebrián lleva cobrados cerca de 25 millones desde 2011 a esta parte, tiempo en el que ha hecho perder en torno a 3.600 al grupo Prisa. Otros se han llevado cifras aún mayores tras dejar los medios que dirigían en almoneda, ello no sin sonoras protestas de haber sido decapitados por el gobierno de turno. Ilustres periodistas que hoy firmarán brillantes columnas de opinión hay que, al tiempo que se rasgan las vestiduras con la corrupción del PP, están con un pie en la frontera de la información y otro en la de las relaciones públicas, en el asesoramiento a empresas y bancos. A tanto la pieza. Todo se sabe, nada se dice, perro no come perro, y entre bomberos no vamos a pisarnos la manguera. Como dijo Bertrand Rusell, “morirse de hambre es una alternativa demasiado dura”. Agencias de comunicación de rimbombante nombre compuesto ofrecen a sus mejores clientes la lista de periodistas en nómina dispuestos, o eso afirman, a opinar a favor de la empresa en caso de necesidad. Se asombrarían al conocer los nombres, alguno tan de izquierdas que produce rubor.

La proletarización de la profesión

Periodismo en el momento más crítico de su historia. Cierto, no es un fenómeno nuevo. No es un meteorito caído del cielo. Al final, la del periodismo, como la de la Justicia, es la enfermedad de la democracia española, el cáncer de un régimen que ha llegado arrastrándose hasta aquí, víctima de la corrupción que encabezó la primera magistratura de la nación y alcanzó hasta el último de sus rincones. La corrupción y la degradación de los estándares éticos. Noticias que abren medios en internet todos los días sin el menor “control de calidad” previo. Editoriales de grandes medios escritos que antes de publicarse pasan por la mesa de despacho de sus accionistas. Es el caso del llamado “periodismo de investigación”, que lleva años saliendo de las cloacas de la seguridad del Estado, de los Villarejos de turno. Ahora procede también de los juzgados de instrucción, de los “jueces del pueblo”. Fiscales que calculan a qué medio conviene filtrar esta o aquella grabación para que haga más daño a este o aquel sujeto. El secreto del sumario es puerta abierta al campo donde los investigados lucen sus vergüenzas en plaza pública y en escandalosa indefensión. A tomar por el saco la seguridad jurídica. La proletarización de la profesión ha hecho el resto: encontrar hoy un joven periodista con una visión liberal de la vida es tan difícil como hallar una aguja en un pajar. “Si vas al pueblo y te encuentras con mi madre, no le digas que soy periodista; ella cree que toco el piano en un club de alterne”, sostiene una de las humoradas más célebres de la profesión. Con el paso del tiempo, el pianista que entretenía la ociosa espera de las putas acodadas en la barra ha terminado por convertirse en un gánster.

El episodio que días atrás llevó a Casals y Marhuenda ante el juez Velasco no hecho más que poner en evidencia la penosa situación por la que atraviesa un llamado cuarto poder que cometió el pecado de pretender ser el primero. Si unos medios de comunicación libres y una Justica independiente son los pilares sobre los que se asienta una democracia digna de tal nombre, entonces hemos de convenir que la nuestra está seriamente enferma, víctima de unas instituciones muy mancilladas por una corrupción de décadas a la que nadie ha querido en serio poner coto. Y para que los medios sean libres es condición necesaria, aunque no suficiente, que sean rentables. Es evidente que el periodismo no saldrá solo del bache, no se salvará solo. Sí lo hará en la medida en que una mayoría de ciudadanos sea capaz de forzar esa regeneración democrática hoy más necesaria que nunca. Los pilares están sentados y descansan sobre esa masa de periodistas más o menos anónimos que, en las redacciones, hacen su trabajo sin corromperse y sueñan con rescatar su profesión del fango. Ellos son la esperanza. Ellos son parte de ese “buen vasallo” español que sigue buscando en la niebla un buen señor.

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