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Opinión

S.O.S: odio en las aulas

Foto de archivo.

Un amigo argentino, que vive desde hace años en Barcelona, me contó lo que le pasó a su familia al día siguiente de que España ganara el mundial de fútbol. Sus dos hijos quisieron ir al colegio (donde no se exigía uniforme) con la camiseta de la selección española. Al ir a recogerlos su madre se encontró con un comité de bienvenida que la esperaba en la puerta para decirle: “Sabemos que eres extranjera y que no entiendes lo que está pasando aquí, pero tus hijos hieren nuestros sentimientos viniendo al colegio vestidos de esa manera. Que sea la última vez”. Mi amigo y su familia optaron por no entrar en líos, aunque nunca entendieron esa reacción: ¿no había ganado España por primera vez un mundial?, ¿no habían jugado en ella varios jugadores catalanes?, ¿no lo habían celebrado en las calles de la misma Barcelona una multitud el día anterior? 

Se imaginaba si esto podría haber pasado en alguna de las provincias de su país, Argentina, una nación mucho menos antigua que España: ¡Imposible! También se preguntaba qué habría pasado si un grupo de padres (que los hay) hubiera hecho lo mismo cuando algún niño va al colegio con una camiseta con la estelada: ¡Imposible! En Cataluña al parecer existen sentimientos de primera y de segunda. Y eso que esa bandera no sólo es ilegal sino que no responde a la historia de Cataluña, sino a la ocurrencia de un tal Albert Ballester a principios del siglo XX de copiar la bandera cubana, olvidando el pequeño detalle de que la revuelta contra España se había debido en gran parte al hartazgo contra los privilegios comerciales de la burguesía catalana en la isla

Lo más terrible es la utilización de los niños como arma política

Lo peor del proceso separatista no son las empresas que han tenido que huir de Cataluña, el clima de conflicto político asfixiante, el uso sectario de los medios de comunicación, los miles de personas que están teniendo que dejar su tierra... Lo más  terrible es la utilización de los niños como arma política (incluso como piquetes improvisados el día de la huelga general), el falseamiento de los contenidos educativos para adaptarlos a una visión fantasiosa de la Historia. Y sobre todo introducir el odio en sus corazones a todo lo que suene español, presentando un mundo de buenos (los que creen y apoyan una Cataluña independiente) y los malos (todos los demás). Esta visión se planta diariamente en las aulas y en los patios de los colegios, y luego en las universidades. Desde pequeños aprenden que les toca elegir entre el acoso permanente, la adaptación, el silencio o finalmente el exilio.   

Un sistema educativo que discrimina a los niños por su lengua materna, por la profesión de sus padres (e.g. guardia civiles o policías nacionales), que se utiliza como instrumento para vender unos determinados objetivos políticos, o que sirve para enfrentar a unos niños contra otros, viola los principios de la Declaración universal de los derechos del niño de las Naciones Unidas. El primer principio dice que sus derechos “serán reconocidos a todos los niños sin excepción alguna ni distinción o discriminación por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento u otra condición, ya sea del propio niño o de su familia”. Y el segundo principio establece que: “El niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole. Debe ser educado en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos (…).”

Lo que sorprende es que esta política de ingeniería social y xenofobia haya pasado desapercibida tanto en foros internacionales como para las ONGs

No importa si esto ocurre en todas, muchas o alguna de las escuelas. Basta que suceda en una sola para denunciarlo. Lo que sorprende es que esta política de ingeniería social y xenofobia haya pasado desapercibida tanto en foros internacionales como para las ONGs que se dedican a proteger los derechos del niño. Más sorprende que se permita e incluso alabe que se discrimine a los niños por sentirse españoles en España o por ser castellano parlantes, siendo esta lengua no solo la común del Estado sino además la segunda más hablada del mundo, mientras se hace bandera de la igualdad entre hombres y mujeres y la lucha contra la discriminación por orientación sexual. Tampoco ningún fiscal ha abierto expediente por delitos de odio, a pesar de que se condena a los más desprotegidos a un futuro de frustración, rencor y rabia contenida, sobre la base de un conflicto artificial entre España y Cataluña, cuando disfrutan de un grado de autonomía impensable en otros lares. Basta mirar a la Cataluña del norte, y sin embargo esos niños no se pasarse el día rumiando contra Francia. Una sociedad que siembra en los niños la semilla del odio, ni es sociedad ni es nada.

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