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Opinión

Mr. Trump y el liberalismo en pie de guerra

Donald Trump.

¿Es Donad Trump un liberal? Con esta pregunta arranca el prólogo del libro “No, no te equivoques, Trump no es liberal” (Ed. Deusto), editado en fecha reciente y coordinado por John Müller, quien precisamente firma dicho prólogo. Lo primero que llama la atención es la necesidad de formular en público la pregunta de si Donald Trump es liberal y, a continuación, dedicar un libro a responderla de manera exhaustiva. El liberalismo tiene fundamentos claros, donde la libre circulación de personas, bienes y capitales se constituyen en principios fundamentales. Así pues, Trump, para quien su leitmotiv es el proteccionismo, los muros fronterizos y las coacciones a las empresas para que no inviertan en el exterior, no puede ser considerado de ningún modo liberal.

Dedicar un libro para responder lo obvio parece no tener mucho sentido. Sin embargo, si lo tiene, y mucho, aclarar en estos tiempos locos lo que es y no es el liberalismo

Dedicar un libro para responder lo obvio parece no tener mucho sentido. Sin embargo, si lo tiene, y mucho, aclarar en estos tiempos locos lo que es y no es el liberalismo. Y el libro, además de poner pie en pared ante el autoritarismo populista, se centra en lo segundo. Porque precisamente ahí radica el drama de un liberalismo que desde el "Coloquio Lippmann", celebrado en París en 1938, sigue sin dotarse de una identidad lo suficientemente clara como para que las personas no se hagan líos o, en el mejor de los casos, no entiendan lo liberal como un cajón de sastre del que se pueden coger unos principios y dejar olvidados otros.

Quizá sea por esta razón que la parte del libro donde se aborda la tradición liberal norteamericana y sus principios me resulten más gratificantes. Pero este sesgo, claro está, obedece a mis gustos. Lo cierto es que, del primero al último, todos los capítulos cumplen sobradamente, desde los que hacen una aportación teórica, como el capítulo Mr. Trump o la democracia liberal, firmado por Lorenzo Bernaldo de Quirós, hasta los que se basan en los datos para demostrar no ya que Trump no es liberal sino que, además, se ha valido de argumentos falaces para llegar a la Casa Blanca, como es el caso del capítulo Las falacias culturales, políticas y económicas de Trump contra la inmigración, firmado por Ian Vásquez. Se podrá estar de acuerdo o no con lo expuesto por los autores en cada una de las partes, pero su honestidad intelectual me ha parecido fuera de toda duda.

Escribir un libro para criticar a Donald Trump, por más que resulte pertinente, termina inevitablemente en una prospección mucho más profunda donde los nombres propios se quedan pequeños

No obstante, el libro no se detiene ahí. Ofrece también una tercera perspectiva especialmente interesante, la dedicada a analizar a esa parte de la sociedad norteamericana tan desengañada que es capaz, incluso, de poner en riego los propios fundamentos de los Estados Unidos con tal de propinar una fuerte patada en el trasero del establishment. Es el caso del capítulo titulado La Ámerica que voto a Trump, que firma María Gómez Agustín. Aquí, en mi opinión, es donde todos los caminos confluyen y se encuentra el verdadero nudo argumental que necesita ser desenredado para comprender lo que está sucediendo, no ya en los Estados Unidos, sino también en otras democracias liberales.

Y es que escribir un libro para criticar a Donald Trump, por más que resulte pertinente, habida cuenta de que los Estados Unidos son el principal pilar de la democracia liberal, y si caen ellos, caemos todos, termina inevitablemente en una prospección mucho más profunda, donde los nombres propios se quedan pequeños. Por eso, el original propósito del libro, la recusación de Donald Trump desde una perspectiva liberal, y la neutralización de un conservadurismo autoritario que se ha travestido de libertario, no logra encorsetar unos contenidos que, afortunadamente, terminan por trascender el objetivo primigenio.

Y es que, si bien el título puede resultar provocador, no hace justicia al contenido. Dicho de otra forma, por más que el actual presidente de los Estados Unidos proporcione el hilo argumental, el libro ofrece más de lo que su portada anuncia. De hecho, la idea de que el objetivo es desacreditar a Trump de alguna manera lo empequeñece. Porque lo valioso está en el metanálisis que la suma de sus partes proporciona al lector que no tenga miedo a pensar por sí mismo.

La identidad americana comenzó a erosionarse mucho antes de los años 60

Pese a todo, y volviendo al principio, los autores no logran resolver el principal problema del liberalismo: la falta de una identidad capaz de ser transmitida de manera inequívoca y positiva, tanto al académico como al frutero de la esquina. Esa identidad que trascienda al pragmatismo económico y que impida, por ejemplo, que muchos reduzcan lo liberal a luchar contra los impuestos, que es por donde suelen infiltrarse los falsos liberales. 

Lo cierto es que desde hace mucho, el liberalismo vaga como alma en pena, víctima de las dos guerras mundiales y de la guerras culturales que aún libran lo que queda de la izquierda y la derecha. De hecho, Samuel P. Huntington, uno de los ilustres citados en este libro (páginas 148 y 150), se equivoca. La identidad americana comenzó a erosionarse mucho antes de los años 60. En realidad aquella década fue la apoteosis de un proceso que se había iniciado tiempo antes. La crisis de la identidad americana empezó en el mismo momento en que el liberalismo cayó en desgracia. Y si atendemos a Karl Dietrich Bracher y su Age of Ideologies, esto sucedió en la Primera Guerra Mundial

“El mundo creado después de la Gran Guerra fue el de la depresión económica y la inestabilidad política. La gente buscaba soluciones radicales a estos problemas radicales, y muchos comenzaron a creer que la respuesta podía encontrarse en la ideología.”

Los neoliberales fueron incapaces de elaborar una narración profunda y amplia sobre su visión de la sociedad, dejando un enorme vació. Y de aquellos polvos, estos lodos

Por otro lado, aunque el libro no lo aborde, el mito del renacimiento liberal protagonizado por el neoliberalismo resulta bastante cuestionable. Es cierto que, a diferencia de los liberales de la primera y segunda guerra mundial, los neoliberales emergieron en un momento en el que la planificación económica ya no gozaba de hegemonía ideológica, y el libre mercado se encontró con un entorno mucho más favorable. Sin embargo, este cambio en la opinión pública fue resultado del debilitamiento de los defensores del gran gobierno y la planificación, no de la teoría o la filosofía liberales; de hecho, los neoliberales fueron incapaces de elaborar una narración profunda y amplia sobre su visión de la sociedad, dejando un enorme vació. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Hoy, alarmados por el auge del populismo y de personajes como Trump, los intentos por dotar al liberalismo de una identidad que resulte atractiva se han traducido en el socioliberalismo, encarnado por Emmanuel Macron en Francia o por Justin Trudeau en Canadá, donde el principal reclamo son las llamadas “políticas inclusivas”. Sin embargo, esta reformulación genera cierta desconfianza, porque en vez de surgir de auténticos liberales tiene su origen en la urgencia de unas élites cuya autoridad se desmorona.

El socio-liberalismo genera cierta desconfianza, porque en vez de surgir de auténticos liberales tiene su origen en la urgencia de unas élites cuya autoridad se desmorona

Sea como fuere, hay quien llama al nuevo invento “centrismo liberal”, quizá porque confunde lo que es el centro político con dos valores del liberalismo que son el consenso y el compromiso. Ocurre, sin embargo, que la idea de consenso liberal no está relacionada con la política ordinaria o el pasteleo reformista, sino con el establecimiento de unas reglas del juego aceptadas por la sociedad en su conjunto, donde es el individuo quien controla al Estado y no el Estado quien controla al individuo.

Así, la igualdad para el liberal nada tiene que ver con la igualdad de resultados que se embosca en el social-liberalismo. Como tampoco es aceptable la neutralidad cuando el Estado desborda con mucho la acción afirmativa. Quizá todo esto sea lo que al libro le falte. Pero es perdonable. Al fin y al cabo, usar a Donald Trump como hilo argumental tiene, pese a todo, sus limitaciones. En cualquier caso, el libro da mucho más de lo que el título promete. Y su lectura ha sido una muy grata sorpresa. En resumen, un gran texto al que el título no hace justicia.

Portada del libro "Trump no es liberal".

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