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Opinión

Emmanuel Macron y el desafío de una Francia en guerra

El candidato presidencial Emmanuel Macron, del movimiento socioliberal En Marcha, durante un acto de campaña en París.

A finales de octubre de 1934, León Trotski publicó '¿Adónde va Francia?', un libro con el que pretendía “explicar a los obreros avanzados qué destino espera a Francia durante los años próximos. Para nosotros, Francia no es la Bolsa, ni los bancos, ni los trusts, ni el gobierno, ni el Estado Mayor, ni la Iglesia (todos ellos opresores de Francia), sino la clase obrera y los campesinos explotados”. El líder comunista hablaba del “derrumbe de la democracia burguesa y del nacimiento de los fascismos”, lo que brindaba al proletariado la oportunidad histórica de asaltar un poder que para entonces solo había logrado en Rusia. Lo que no pudo sospechar el revolucionario de origen judío fue que, ochenta años después, esa clase obrera que debía asaltar el cielo en nombre de los desheredados de la tierra, esos trabajadores comunistas que durante décadas militaron en el PCF, iban a desertar en masa para pasar a engrosar las filas de un partido de extrema derecha como el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen, atraídos por otra lucha que nada tiene que ver con la de clases, sino con la crispada dialéctica transversal de una emigración que resta puestos de trabajo a los franceses y que, emparentada a menudo con el yihadismo radical, ha llenado de sangre las calles de Francia.

El atentado ocurrido en París la tarde del jueves ha venido a convulsionar una situación ya muy radicalizada, extendiendo sobre los resultados que conoceremos esta noche la incógnita de una influencia que nadie conoce a ciencia cierta. Le Figaró recordaba el viernes el atentado terrorista del 11-M de Madrid y la decisiva influencia que tuvo en la victoria electoral de Rodríguez Zapatero. Con la sangre aún caliente del policía asesinado en los Campos Elíseos, Le Pen se apresuró a lanzarse sobre sus adversarios electorales: “No podemos permitirnos perder esta guerra” (…) “En los últimos diez años, los gobiernos de izquierdas y de derechas han hecho todo lo posible para que la perdamos. Necesitamos una presidencia que actúe y nos proteja”, un cambio de rumbo que contempla la recuperación de la soberanía ante la UE, el cierre de fronteras a inmigrantes legales e ilegales, la clausura de mezquitas y la prohibición de grupos islamistas.

Esos trabajadores comunistas que durante décadas militaron en el PCF, han desertado en masa para pasar a engrosar las filas de un partido de extrema derecha como el Frente Nacional de Marine Le Pen

Miedo. Es la palabra que en las últimas semanas más se ha repetido a lo largo y ancho de Francia. Miedo al peor de los resultados posibles en primera vuelta de las presidenciales: aquel que colocaría a la extrema derecha Le Pen y a la izquierda populista (bajo la marca de Francia Insumisa) de Jean-Luc Mélenchon en disposición de disputarse la victoria final en la segunda vuelta del 9 de mayo, una hipótesis que, en cualquiera de los casos, podría suponer la quiebra definitiva de un proyecto de Unión Europea ya muy dañado tras la vía de agua abierta por el Brexit. Miedo, pues, al destino que pueda aguardar a una Francia en crisis, víctima hoy, como España y tantos otros países del viejo continente, de “una inexplicable voluntad de sometimiento al mal, de degradación intelectual y moral, fruto del odio, del despecho y del deseo de venganza, actitudes que triunfaron en el Octubre ruso y asolaron la Europa de entreguerras” (Luis Arranz, 'La Revolución de Octubre y la nacionalización de las conciencias').

La Francia lastrada por una sociedad muy estatizada, reacia a cualquier tipo de reforma en profundidad, reñida con la libre competencia, y afecta a un Estado del Bienestar que drena una enorme cantidad de recursos, consecuencia de unas políticas fiscales que impiden un crecimiento saludable capaz de ofrecer oportunidades a los nuevas generaciones. Una Francia con un paro juvenil equiparable al de España, que ha perdido la fe en sí misma, víctima de la mentira que los extremismos -Le Pen y Melenchon- han convertido en mercancía de venta al por mayor capaz de asegurar la felicidad de ese “otro mundo es posible” en cómodos plazos y sin esfuerzo, sin sacrificio, sin valores, con la colaboración entusiasta de los antisistema de todos los colores. Esa Francia tan generosamente dotada por la madre naturaleza de feraces llanuras, caudalosos ríos y frondosos bosques, pero también perpetuamente amenazada por un gentío acostumbrado a asesinarse con saña cada cierto tiempo –en esto somos también muy parecidos-. Una Francia que ha perdido pie en la era de la globalización y busca temerosa un nuevo destino. Una Francia con 6 millones de árabes en casa, que espera a su Godot pero podría tropezarse apenas con Marine o Jean-Luc.

Le Pen y Melenchon se han convertido en mercancía de venta al por mayor capaz de asegurar la felicidad de ese “otro mundo es posible” en cómodos plazos y sin esfuerzo, sin sacrificio, sin valores

La alternativa se llama Macron

Por encima de la amenaza terrorista, el gran acontecimiento, en mi opinión, ocurrido en Francia en los últimos meses ha sido la voladura controlada del que antes de Navidad aparecía como el indiscutible candidato a ocupar el Eliseo tras François Hollande. François Fillon era, en efecto, percibido como la última gran esperanza de la derecha liberal francesa e incluso europea, el revulsivo capaz de rescatar a una Unión ayuna de liderazgos del marasmo de la mediocridad actual, del ínfimo crecimiento y la callada resignación. Pero el elefante blanco resultó ser un golfo que no encontró reparo en colocar a mujer e hijos con cargo al presupuesto. Lo descubrió el “fuego amigo”, el peor, el más mortal, el del disparo a quemarropa, y, sin la oportunidad siquiera de la presunción de inocencia, fue llevado a la hoguera. Ha sido el hecho más llamativo, más espectacular, más controvertido de la campaña. El muerto, sin embargo, no estaba enterrado y, como ha ocurrido en España con Pedro Sánchez, ha sido capaz de renacer de sus cenizas, seguramente porque la fuerza de su programa electoral sigue deslumbrando a muchos franceses de derechas que, como también ocurre en España, miran en derredor, la nariz bien tapada, aterrados por la falta de una alternativa capaz de actuar de rompeolas frente a la amenaza de los populismos.

La alternativa para la gente de orden se llama Emmanuel Macron, la nueva estrella que hoy brilla con fuerza en el firmamento político galo, un atractivo político de centro, ex ministro de Economía con Hollande, que ha abandonado el Partido Socialista (PS) para encabezar su propio movimiento (En Marcha!) y que llega a la línea de meta encabezando todas las encuestas. Dice Anne Fulda, autora del libro 'Emmanuel Macron, un jeune homme si parfait', que Macron es “un tipo que permanentemente oscila entre la transgresión y el deseo de agradar”, un tipo “perfecto” convertido en espejo en el que se mira Albert Rivera y su Ciudadanos, y al que apoyan pesos pesados socialistas como Manuel Valls. A la cabeza de las encuestas, el riesgo de Macron reside en ser percibido en el último minuto como un político demasiado joven, 39 años, y con escasa experiencia ejecutiva para cargo de tanta responsabilidad, poco maduro en los temas de seguridad y defensa que hoy tanto preocupan a los franceses.

La bicha para esa Francia instalada en el callejón al que conservadores y socialistas, los partidos del turno, le han conducido en su hedonista usufructo del Poder se llama Marine. Ella es la enemiga a batir. Ella, el paraguas protector de la clase trabajadora frente a “las élites”, “la oligarquía”, los “inmigracionistas” y los que “están sometidos a la Unión Europea”. “Protección” es su palabra talismán. Ella cuidará de los desheredados de la globalización y los perjudicados por la inmigración; ella restaurará la ley y el orden en una Francia para los franceses. Ella mimará la cultura francesa amenazada por la islamización. Ella preservará el Estado del Bienestar amenazado por los recortes que impone el neoliberalismo salvaje. Sus mensajes, diáfanos, sintonizan a la perfección con esa clase trabajadora castigada por la crisis gracias a un programa económico que se ha desvinculado de los viejos postulados thatcherianos que el FN defendía en los ochenta, para confundirse con el populismo rampante que distingue a un Melenchon: todos los derechos sociales, pero solo para los franceses.

La bicha para esa Francia instalada en el callejón al que conservadores y socialistas, los partidos del turno, le han conducido en su hedonista usufructo del Poder se llama Marine

Las concomitancias entre extrema derecha y extrema izquierda no pueden ser más llamativas. Cinco años después de fracasar en su primer asalto al Elíseo por el Frente de Izquierda, Jean-Luc, 65 años, ex ministro en el gabinete de Lionel Jospin y actual eurodiputado, lo intenta de nuevo. Él, como Marine, es partidario de la salida de la OTAN, del abandono de la UE, la exaltación del proteccionismo y la vuelta a los aranceles sobre las importaciones. Enemigo de la banca privada, se muestra partidario de rebajar la edad de jubilación a los 60 años. También quiere reforzar el papel de un Estado omnipresente en la vida francesa, aumentando incluso la ya gigantesca plantilla de funcionarios públicos con la jornada laboral de 35 horas. Una Francia ensimismada y autosuficiente. ¿Quién pagaría esta orgía de gasto? ¿Cómo se financiaría la utopía del populismo poscomunista de Melenchon? Se supone que ahogando a impuestos a ciudadanos y empresas, y llevando déficit y deuda pública a la estratosfera. En última instancia, colocando a la rica Francia de las llanuras feraces y los ríos caudalosos al borde de la suspensión de pagos. Probablemente aniquilando a Francia y, de paso, a la UE.

¿Voto oculto Fillon?

Si hay hoy algo seguro a la apertura de los colegios electorales galos es la derrota, más bien el cataclismo o la debacle, del Partido Socialista francés, cuyas listas encabeza el ex ministro de Educación Benoît Hamon, un tipo que no supera el 8% en la estimación de voto. La triste historia de una socialdemocracia que definitivamente ha perdido el paso y parece condenada a desaparecer aquí y allá. “El asesinato de un policía cometido el jueves en París en nombre del Estado Islámico ha venido a recordar trágicamente a nuestros compatriotas una realidad definida en pocas palabras: Francia está en guerra. Contra los enemigos del exterior y contra los enemigos del interior, animados por la obsesión de imponernos su odiosa ley”, escribía ayer Paul-Henri du Limbert en Le Figaro. Una guerra que, de confirmarse la existencia de un “voto oculto Fillon” como sostiene algún analista, podría otorgar a última hora al candidato de Los Republicanos el pase a la final del 9 de mayo en detrimento del “inexperto” Macron. Ni que decir tiene que lo que ocurra en Francia tendrá hondas consecuencias en una España petrificada por el espectáculo de impúdica corrupción que hoy tiene al PP contra las cuerdas, por supuesto, y en una Europa obligada a buscar entre la niebla su identidad perdida.

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