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Opinión

Crónica sabatina de un catalán tranquilo

La Plaza Sant Jaume de Barcelona un día antes de la celebración del 1-O

Si me lo permiten, hoy me propongo ser su Lazarillo de Tormes e invitarles a que me acompañen en un paseo este pasado sábado por las calles de mi barrio, el Barrio Gótico, antaño burgués y menestral, hoy reducido a parque temático para extranjeros. Barrio Gótico que alberga, entre otras muchas cosas, la Catedral, el Palau de la Generalitat y el ayuntamiento de Barcelona. Ese barrio.

"A mi la independencia me pillará bien comido"

Es la primera frase que he escuchado cuando, a primera hora de la mañana, me he dirigido al popularísimo e irremisiblemente perdido para la ciudadanía Mercado de la Boquería. Se la decía un señor entrado en año – y en carnes, ya que estamos – a otro mientras ingerían un desayuno que haría estremecer e horror a cualquier nutricionista. Me he quedado a su lado, he pedido un café y un croissant y, con la excusa de pedir fuego, he terciado en su conversación. “¿Así usted cree que habrá independencia?”. El señor me ha mirado desde la experiencia de sus años. “Mire, a mi me da igual porque tengo la vida hecha. Lo que me preocupa son mis hijos y mis nietos. Antes tenía tres paradas aquí, en el mercado. Ahora solo me queda una, y aún dando gracias. La crisis se lo ha llevado todo por delante, La Boquería, que antes era como el mercado de Les Halles en París o mejor, está quedándose reducida a una serie de puestos de frutas y porquerías para extranjeros. Nos fríen a impuestos y ya ve, al paso que va todo no sé si aguantaremos un año más. ¿A mi qué me importa la independencia? Lo que quiero es que nos dejen vivir en paz y ojo, que soy catalán y del Barça. Pero no idiota”.

La conversación me ha dejado un sabor amargo en la boca. Al acudir a la pescadería habitual a la que voy, a mi amiga la frutera, al señor del embutido, todos me han venido a decir, más o menos, lo mismo: se puede estar más o menos de acuerdo con la independencia, pero lo básico para ellos, que es el maltrato al pequeño comerciante, ocupaba el primer lugar en sus preocupaciones. “¡Collons - me decía una de las señoras payesas que venden sus propios productos en los aledaños del mercado – menos mal que el pujolet defendía a los botiguers (tenderos)!” Hablo de una señora de unos cuarenta y tantos, madre e dos críos y licenciada en derecho que tiene trabajo gracias a que sus padres son pequeños agricultores en la comarca del Baix Llobregat. Excuso decir que se considera catalanista, habla un catalán sabroso, con giros populares mezclados con expresiones bien cortadas de universitaria y está, según me ha confesado, hasta ese lugar que tienen todas las féminas y que yo, por pudor, no oso reproducir en letra de molde.

Al salir con mi cesta de la compra repleta de cosas buenas, encamino mis pasos hacia la Catedral con el deshonesto propósito de leer la prensa y tomarme el segundo café del día. En la terraza del Hotel Colón me encuentro a un viejo amigo, funcionario de la Generalitat, haciendo lo propio. “Hombre, Fulanito – le digo yo - ¿estás movilizado por Puigdemont? ¿Qué haces un sábado por aquí?” Mi amigo, que vive en una bonita casa adosada en el nacionalista municipio de Sant Cugat, feudo de 'pijos progres' y 'nacionaleros' de toda la vida, me confiesa que sí, que a algunos funcionarios de alto nivel el Govern los tiene, dijéramos, en posición de “prevengan” por lo que pudiera pasar. A él, y le cito textualmente, “todo le parece una collonada” y manifiesta su cabreo ante que los mandamases del proceso tengan las espaldas cubiertas por ser aforados, mientras que los mindundis como él lo tienen más crudo. Aún lo recuerdo, camiseta de la ANC oprimiendo sus michelines y enarbolando una estelada, en una delas manifestaciones del 11 de septiembre gritando lo de independencia como un loco.

Me cuenta que muchos agentes son partidarios de defender la ley y el ordenamiento constitucional, que para eso les pagan, pero que, entre el conseller, el mayor de los Mossos y los afiliados a la sectorial de Mossos por la Independencia de la ANC los tienen fritos

Voy hacia la Plaza Sant Jaume y, antes de encarar la calle del Bisbe, veo a dos furgones de los Mossos d'Escuadra. Los policías autonómicos llevan terciados los subfusiles y están, como quien dice, silbando y mirando hacia el Ebro. Uno de ellos, antiguo alumno mío, me hace una señal y yo, con discreción, puesto que se supone que está de facción, me dirijo a él y le pregunto cómo están los ánimos en el cuerpo. El hombre, azorado, murmura que la cosa está mal, porque muchos agentes son partidarios de defender la ley y el ordenamiento constitucional, que para eso nos pagan, me cuenta, pero que, entre el conseller, el mayor de los Mossos y los afiliados a la sectorial de Mossos por la independencia de la ANC los tienen fritos. Me pregunto quien vigila a los vigilantes.

La Legión, frente al palacio de la Generalitat

Llego a Sant Jaume y, ya antes, resuenan en las calles los acordes y estrofas de un viejo himno que conozco muy bien, 'El novio de la muerte'. Así es. En la plaza más institucional de toda Cataluña hay una multitud de personas portando enseñas rojigualdas. Muchos de ellas van tocadas por el chapiri legionario, el gorro con borla que se lleva siempre con indolencia marcial, el barboquejo a la altura de la nariz, ladeado, la cabeza echada hacia atrás y el cuerpo firme e inamovible. Cantan nuestro himno y luego recitan algunos de los mandamientos del Credo Legionario. Me detengo junto a ellos, emocionado. Alguno me reconoce. Son miembros de la Hermandad Legionaria de Barcelona que han seguido la convocatoria de manifestarse pacíficamente en favor de la unidad de España y, claro, han sido los primeros como corresponde al Tercio. Son gentes de todas las condiciones sociales, de todos los puntos de nuestra geografía, unidos por un sentimiento de hermandad y camaradería que va más allá del uniforme. Un provocador intenta crear confusión y, acaso, un incidente. “Volem votar” (queremos votar) grita. Se queda de pasta el boniato cuando es interpelado por media docena de Caballeros Legionarios que se dirigen a el en un perfecto catalán, cosa lógica porque todos, incluyéndome, somos de Barcelona, de Sabadell, de Tarragona o de Lérida. Creo que hemos producido en cerebro adoctrinado un cortocircuito bastante notable. La policía autonómica se lo ha llevado para, decían, protegerlo. ¿Protegerlo? ¿De quién? No sería de nosotros. A lo mejor debían proteger a aquel angelito de unas señoras que le afeaban la conducta, o de un comerciante del barrio que le ha dicho que ya estaba bien de hacer el ridículo, que el era independentista y que le daba vergüenza el patético espectáculo que estaba dando la Generalitat. Quién sabe.

Vuelvo a casa y me pongo a redactar estas líneas, comprobando que hay pocas nueces y poco ruido. Solo un doce por ciento de 1.300 colegios vigilados, un total de 163, han sido ocupados por elementos independentistas, so pretexto de ser unos padres preocupados por el futuro de sus hijos, para garantizar que mañana puedan emplearse como centros de votación en el referéndum ilegal. El dirigente de la ANC Jordi Sánchez ya se cura en salud diciendo que si fuesen a votar un millón de personas lo consideraría todo un éxito. Y los otros seis millones de catalanes ¿qué? Se comenta que todo podría detenerse si el gobierno de la nación ofreciese un pacto in extremis. Las presiones, vía telefónica, a particulares para que vayan a votar se han incrementado de manera extraordinaria. Circula por las redes una conversación entre un particular y un miembro que dice ser de Ómnium muy significativa en ese sentido.

Total, un sábado normal, tan normal como cualquier sábado. Hay una tensa espera por parte de los independentistas, que ven como el tiempo de partido se agota, prórroga y penaltis incluidos, y ha llegado el momento de la verdad.

Es lo que pasa cuando has tomado el camino de la gesticulación, la mentira y el fanatismo. La gente del pueblo acaba por darte la espalda y decirte que con tu pan te lo comas.

Aunque sea pan con tomate.

 

Miquel Giménez

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