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Cultura

Sacerdotes diabólicos: ocho curas de cine que hacen bueno al diablo

Robert Mitchum en La noche del cazador.

La única película que dirigió el actor Charles Laughton, La noche del cazador, pone en escena con afán expresionista y morboso la novela de Davis Grubb, en la que un psicópata obsesionado por apoderarse de un botín enamora a la viuda del ladrón y se casa con ella. La estampa de Robert Mitchum transmutado en predicador y asesino de mujeres, con las palabras “amor” y “odio” tatuadas en cada puño, se recorta en el horizonte y evoca un terror universal casi psicoanalítico. Una figura paterna y religiosa que encarna los peores temores del ser humano, aún más gigantescos si tenemos en cuenta la perspectiva infantil del relato. Quizá por eso, por su valor icónico (se trata de uno de los mejores villanos de la historia del cine) y las imágenes eternas de la película de Laughton, por cierto todo un fracaso de taquilla en la época, ha logrado reinventarse con éxito como motivo para las camisetas de cientos de hipsters.

El dramaturgo John Patrick Shanley dirigió en 2008 La duda, una adaptación teatral de su propia obra para los escenarios en la que el fallecido Philip Seymour Hoffman interpretaba a un cura sospechoso de mantener relaciones con un menor. Más que sobre la culpabilidad o no del dichoso sacerdote, todo era una excusa para que un elenco de actores privilegiado, que completan Meryl Streep y Amy Adams, mostrase las diferencias a la hora de abordar la fe, así como sus dudas sobre el gran misterio. Porque como el mismo título dice, a lo mejor lo único que tenemos y nos queda reconocer es la Duda, así, dicho con mayúsculas.

En La mala educación el director Pedro Almodóvar replantea su universo en clave de cine negro y además autobiográfico, en una película que sirvió a su autor para confesar públicamente los abusos a los que fue sometido durante su educación salesiana. El padre Manolo, interpretado por Daniel Giménez Cacho, ejerce tanto de villano de folletín como de encarnación indisimulada de todos los males y sospechas de pedofilia que han afectado a la Iglesia, ya sea en época franquista como también después, parece querer decirnos su autor. La película, por cierto, fue uno de los primeros varapalos críticos de Almodóvar.

En una esfera más rústica encontramos a Mola Ram, el gran villano de Indiana Jones y el Templo Maldito y protagonista de una de las secuencias más traumáticas para los niños que crecieron en los 80, la del sacrificio humano vía evisceración y churruscamiento del desafortunado. El mismo Spielberg agacharía la cabeza dando la razón a sus críticos, sorprendido por una odisea oscura y menos despreocupada que las aventuras de cartón piedra que pretendía reproducir, amparándose en un divorcio conflictivo. En todo caso, Mola Ram, el sumo sacerdote y líder de la secta Thugee, esclavizador de niños y asesino en la sombra de Maharajás, nos recuerda aquella maravillosa época en las que películas adultas se vendían a los niños sin remordimiento.

En la olvidable y olvidada El Rito (Mikael Hafström, 2011), Anthony Hopkins guiaba a un joven sacerdote sin fe aun a costa (¡spoiler!) de caer él mismo como víctima del averno. La película, que se apuntaba al carro de la exitosa El exorcismo de Emily Rose pero con más presupuesto y rodaje internacional, era una excusa para que Hopkins desplegase su mirada satánica en el tercio final del filme, recordándonos que hace no tanto tiempo se servía tripas humanas con vino italiano.

Una de las mejores películas salidas del subgénero ha sido, sin duda, El último exorcismo. A medio camino entre el falso documental, la comedia y el terror, la película producida por Eli Roth (Hostel) seguía los pasos de un equipo de televisión que, con un exorcista descreído, acude a realizar un trabajo rutinario en la América profunda. El reverendo Cotton Marcus que interpreta (estupendamente) Patrick Fabian es un remedo escéptico, cansado y burlón del padre Karras que aprende un par de lecciones o tres antes de un final abrupto, que liquida la ambigüedad de toda la película, pero que abre infinitas posibilidades para el comentario social. En efecto, ni los exorcistas son lo que eran.

Quizá la versión más grotesca, excesiva y enferma ha sido la plasmada por Robert Rodriguez en su adaptación del comic Sin City, de Frank Miller. Rutger Hauer, el replicante de Blade Runner, sustituía la paloma blanca por la casulla como el cardenal Roark, encarnación máxima del mal de la ciudad del pecado que tras amparar a un asesino de mujeres finalmente se tenía que ver con un maquillado Mickey Rourke justo antes de resucitar con The Fighter. Sin City fue, al final y pese a todo, la mejor muestra de pulp noir plasmada en cine a partir de las viñetas modernas con estética de videojuego gracias al vitriolo de su autor. La segunda entrega, por cierto, está por fin en camino.

En Ángeles y demonios, la secuela de El código Da Vinci que arrasó las taquillas (pero precuela del libro sobre el papel) el mismo equipo cinematográfico puso en escena una conspiración para acabar con una ristra de cardenales rebeldes y poner en órbita el Vaticano a base de Viagra nuclear. El sensato camarlengo interpretado por Ewan McGregor, renovador pero finalmente arrogante, ayudaba al doctor Robert Langdon (Tom Hanks) a desarticular una conspiración con la nueva y vieja Iglesia de trasfondo, y que al final tenía un par de giros o tres, servidos con algo más de despiporre por aquel fraude llamado Dan Brown.

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