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El verano en que volvimos a enamorarnos

Mil días después de ver arder el mundo, acudimos al encuentro de los amores estivales, el mayor generador de recuerdos que existe

Katharine Hepburn en 'Summertime'

Carla y Sebastián cumplieron seis años juntos el 17 de febrero del 2020. Se conocieron en la inauguración del piso de Esther, una amiga en común que había decidido dejar Barcelona por Madrid tras un desengaño amoroso. Destinados el uno para el otro, su amor creció a ritmo de pasión y cariño hasta erigirse en una de esas relaciones que podrían haberle dado material a cualquier escritor para hacer un bestseller que, inevitablemente, hubiese destrozado Netflix al tratar de adaptarlo.

Una semana antes de firmar la hipoteca de su nueva casa en Santa Engracia, la pandemia los encerró en su minúsculo piso de alquiler en Lavapiés. Cincuenta metros cuadrados en los que la ansiedad, el miedo a lo desconocido y los ERTE cercenaron una relación hasta el momento idílica. Sebastián, con problemas de ansiedad crónicos y una grave falta de confianza en sí mismo, decidió hacer la desescalada lejos de Carla, la cual siguió viviendo en aquella caja de cerillas que tan malos recuerdos le traía. Los cientos de momentos recolectados en más de un lustro se vieron empañados por tres meses de crisis inesperada.

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Para Joaquín, el verano es una ilusión, un préstamo de irrealidad que vence a los 90 días. Viajar en coche con Avril Lavigne de fondo mientras sonríe al girar la cabeza. Una copa con inflación, una tarde de playa, una noche de pasión con las ventanas abiertas. La mujer de sus sueños se entusiasma leyendo a Tolstói mientras él se aferra a la nostalgia que desprende José Luis Alvite.

Piensa que el regalo es la libertad del estío, pero es consciente que el único don es poder encontrar la sonrisa que añora al otro lado de la mesa. La vida, repite delante del espejo, es una partida de cartas donde nunca podrás ganar, pero en la que a veces aplazar la derrota se vuelve la mejor opción.

Este viaje a Roma era especial para él, ya que su intento previo se vio frustrado cuando Marta, la anestesista con la que llevaba año y medio de relación, se rompió los ligamentos del tobillo haciendo escalada. Aunque se querían, los cimientos de su trato emocional consistían en hacerse compañía. Cuando se acabó la conversación y el fervor sexual pasó de barroco a rococó, el adiós se aceleró. Ahora, sentado en su terraza favorita del Trastévere, contempla los cautivadores ojos de Amalia.

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Tras cuarenta años de matrimonio, Macarena y Luis no saben qué seguir esperando de su proyecto en común. Sus dos hijas, Guadalupe y Cristina, tienen sus vidas ampliamente encarriladas. Ambas se mudaron hace años a la vida agitada y provincial de A Coruña. La casa familiar, sita en Estaca de Bares, se les cae encima. No es que no acepten el devenir lógico del tiempo, pero añoran los días de vino y rosas. Despertar a las niñas y llevarlas al colegio, una rutina tan infravalorada que cuando se acaba duele como el final de Cinema Paradiso.

Los fines de semana en familia, las Navidades en Cambre y los jueves de autocine. Sus cuerpos se vuelven más torpes a cada parpadeo; sus mentes, que antes recordaban cada detalle vacuo, empiezan a entremezclar reminiscencias; sus sentimientos, por el contrario, siguen intactos desde aquel fugaz encuentro en el parque de Santa Margarita durante las fiestas de María Pita. La compañía que se hacen es más que suficiente para saber que ha merecido la pena.

El amor tiene muchas fases, y ellos están en la más real. Cuando las palabras ceden terreno ante los silencios que sanan almas. Y así seguirán hasta que Caronte pase a buscarlos una mañana cualquiera con su embarcación amarrada en el puerto de Bares.

Actuación en el parque de Santa Margarita. / Alberto Martí Villardefrancos.

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El ocaso del domingo pilló a Sebastián debatiendo con su amigo Ángel sobre el abrupto fin de la novela de caballerías y el punto de ginebra correcto en el saketini. Terminó hablándole de Antígona, la monitora de surf que conoció en Tarifa hace unas semanas. Lo cuenta para que vea que ha encontrado vida más allá de Carla. El arrepentimiento por haber huido hacia adelante le persigue a cada segundo. La echa de menos, pero considera injusto ponerse en contacto con ella y reabrir viejas heridas.

En su cabeza retumba una frase del autor francés Houellebecq en la novela Plataforma: "Es muy raro que la vida nos dé una segunda oportunidad; va en contra de todas las leyes". Tras agotar la última botella, el dúo decidió irse a tomar la última a Del Diego, el Valhalla de la coctelería madrileña. Mañana, se jura a sí mismo, irá a ver a Carla a su casa.

Carla entona Cruz de Navajas de Mecano en el cumpleaños de su amiga Bárbara, por seguir con su particular vía crucis emocional. En estos dos años tras la ruptura ha tenido varios intentos de relación, pero todas acabaron cayendo por la misma razón: aquellos chicos no eran Sebastián. Pero Seb, como ella lo llamaba cariñosamente por la película La La Land, había salido corriendo. En el fondo, aunque ya apenas tenía fe para seguir creyéndolo, sabía que se encontrarían de nuevo. Lo que ni ella misma sospechaba es que no tardaría mucho en cumplirse su profecía.

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La Galería Borghese de Roma da refugio a dos obras maestras de la escultura mundial: Apolo y Dafne y el rapto de Proserpina de Gian Lorenzo Bernini. Admirado por la sexualidad que desprenden los dictatoriales dedos de Plutón apretando los muslos de la hija de Ceres, Joaquín no puede dejar de pensar en la noche de pasión que había tenido hace unas horas.

Tras una velada maravillosa donde ambos se expusieron sentimentalmente sin complejos, los gemidos liberadores de Amalia resonaron por todo el Bed and Breakfast. De no haber tenido cogidas las entradas con meses de antelación, se habría quedado admirando la belleza de Amalia toda la mañana, especialmente cuando sabía que eran sus últimas horas en la ciudad.

Mientras desayunaban, ella le confesó que Roma era la última parada de un verano con sabor mediterráneo. Tras visitar Barcelona, Atenas y ahora la capital italiana, su siguiente paso sería buscar alojamiento en Madrid, donde viviría los dos siguientes años tras firmar un contrato de trabajo como arquitecta para remodelar el Urban Hotel. Impactado por la noticia, la cabeza de Joaquín funcionaba a una velocidad inusitada.

Tras años de sinsabores amorosos, el episodio de los últimos días había despertado en él una viveza que creía perdida. Decidido a evitar que Amalia no se convirtiese en un bello recuerdo del estío, salió corriendo desde la galería al hostal donde a estas horas estaría recogiendo sus cosas.

Roma bajo el mágico encanto de la lluvia.

Empapado por una inesperada, pero refrescante tormenta de verano, Joaquín aporreó la puerta de Amalia durante unos segundos. Cubierta por dos toallas, una de cuerpo y otra atorada en la cabeza, la joven se sorprendió de verle tan alterado (y mojado). Antes de poder decirle nada, Joaquín tomó la palabra.

- Sé que es muy precipitado lo que te voy a decir, pero te juro que estos días han sido una auténtica epifanía para mí. Y no quiero renunciar a conversaciones y noches como las de ayer. Vente a vivir conmigo a Madrid, Amalia. ¿Quieres?

- Sí - dijo decidida.

- ¿Sí? ¿Así de fácil? Venía con todo un discurso preparado para intentar convencerte.

- Esta mañana, cuando nos despertamos juntos, lo supe. Me di cuenta de que quería vivir en aquel momento. No quise agobiarte, pero que te hayas plantado aquí, con esos ojos tan sinceros, es la confirmación de mis sospechas. Pasa anda, que preparo café mientras te secas.

Joaquín enmudeció mientras cerraba la puerta, pero con una sonrisa que lo acompañaría los próximos meses. Volvía a querer, que ya era todo un triunfo.

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La inspiración volvió a la vida de Carla como se fue, de repente. Tras dos intentos frustrados por escribir su tercera novela, los últimos meses habían sido un torrente de ideas que estaban culminando un proceso creativo sin precedentes en su precoz carrera literaria. Andaba cerrando uno de los últimos capítulos cuando escuchó el timbre. Era Sebastián, pertrechado con su americana azul favorita, los vaqueros ajustados que tan bien le quedaban y una camiseta blanca que le concedía un carácter desenfadado.

Superada por los acontecimientos, cerró la puerta unos instantes antes de volver a abrirla y contemplar el gesto dubitativo de Seb. Tras un momento tenso, llegó el deshielo del saludo y la invitación a entrar por parte de Carla. Pasó al vestidor un momento en lo que Sebastián acabó de ponerse cómodo. Sentados el uno frente al otro, comenzaron a ponerle palabras al dolor anquilosado que había germinado entre ellos. Tras horas de llantos, abrazos y alguna que otra risotada, la conversación llegó a su punto culminante.

- Nunca pensé que tendríamos la oportunidad de aclarar las cosas - sentenció Carla con cierto orgullo.

- Siento mucho como terminó lo nuestro...

- Deberías haberme dado una maldita explicación, abrirte conmigo - dijo cortando a Sebastián - podríamos haberlo solucionado y ahora mi vida tendría un puto sentido. Pero tú me lo impediste.

- Créeme, si Dios me diera una segunda oportunidad, haría lo contrario - apuntó Sebastián con la cara por los suelos de vergüenza.

- El caso es que...no creo que pueda perdonarte nunca. Pero me gustaría intentarlo.

- Eso sería fantástico - balbuceó entre sollozos Sebastián.

- Sin embargo, mientras todo sana, debemos dejar espacio al futuro. Necesitaba esta conversación para seguir adelante. Considero que lo mejor es que no nos veamos durante un tiempo.

- ¿Por qué? - cuestionó Sebastián con incredulidad.

- Verás, algo está roto entre nosotros, y no tengo esperanzas en que jamás se vuelva a arreglar. La desolación es demasiado grande. Y si dejamos una vía abierta, yo empezaré a soñar, y es probable que tú también. Pero los sueños son solo eso, sueños. Seguro que lo entiendes. Cuídate mucho, ¿vale? Dame un besito.

Cruzaron sus labios por última vez en un beso más ligero que el viento y cargado de añoranza. Sus cuerpos volvieron a fundirse en un solo ser, la última estrofa de una canción preciosa. Ella lo acompañó a la puerta, donde no dijeron ni una palabra más antes de perderse de vista. Al final, Carla soltó un grito de liberación. No era alegría, solo el descanso que deja cerrar una historia así. Sebastián, por su parte, volvió a casa con las manos en los bolsillos admirando la valentía de Carla. Había hecho lo necesario, aunque los próximos días su mente le dirá lo contrario. Nunca un amor abarcó tantos registros.

Fotograma de 'Historia de un matrimonio'.

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