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Mémesis

Dejad de sexualizar a la mujer en Halloween

Enfermera sexy, camarera sexy, bruja sexy, zombie sexy, monja sexy, esqueleto sexy, futbolista sexy, vampiresa sexy,... si buscas 'disfraz sexy' en Google Images aparece un solo hombre en la primera página, el resto son mujeres ligeras de ropa. Lo erótico, lo seductor, lo sensual,... es patrimonio exclusivo de lo femenino, una obligación de ellas para disfrute del macho. No es casualidad, es la respuesta que da un algoritmo automático a una realidad social.

Búsqueda disfraz sexy en Gooogle

La hipersexualización de estos estereotipos sexistas reflota siempre en Halloween. El cuerpo de la mujer es como el alcohol, un atractivo más para vender mejor la fiesta de disfraces de la noche de los muertos. Y Google te ayuda a buscar el preferido por los hombres.

Nunca subestimes el poder del buscador así como tampoco el de la tienda de chinos de la esquina para hacer un retrato objetivo de lo social, ambos se autorregulan con la demanda real del mercado, no con lo políticamente correcto. Si están allí es porque se buscan, se venden o se hablan más de ellos.

En Halloween el disfraz del hombre tiene que dar miedo o risa, en la mujer —además— le tiene que sentar bien.

En Halloween el disfraz del hombre tiene que dar miedo o risa, en la mujer —además— le tiene que sentar bien. Su cuerpo tiene un plus como instrumento para el disfrute ajeno, un peaje por el que el hombre no tiene que pagar. Esta estética sexy heredada de una sociedad machista y desigual esclaviza a la mujer a la hora de la fiesta, una obligación tan enquistada que pasa desapercibida incluso a ojos de las perjudicadas. "¡A mi me gusta ir siempre guapa!","¡Si no te gusta, no te lo pongas!".

Ejemplo de publicación sexista en estas fechas

Sacar 'tu lado más sexy' para pasar una noche de miedo es como sacar tu lado solidario para atracar un banco. Aunque sea legítimo algo no cuadra. La 'coquetería femenina' como excusa para todo es una fábula machista que te contaron desde pequeñita para que te fueras acostumbrando a las miradas sin sentirte culpable.

Pero esta dicotomía puede ser también una trampa para feministas. El rechazo a los disfraces sexistas no cuadra con la libertad de vestirte como te de la gana. La clave debe estar en que las mujeres lo hagan cuando se sientan seguras, sin presiones sociales estereotipadas ni juicios morales externos. Sin que sea una invitación al acoso para muchos, una inmoralidad para otros o una entrada libre como premio sexista del bar de turno. Y lo tienen bien difícil.

El problema no es que te puedas o no disfrazar de enfermera sexy cuando te de la gana, el problema es identificar lo sensual y erótico con un solo género que, además, tiene una escasa oferta de disfraces fuera de esta hipersexualización. Vender como normalidad una actitud descompensada al grito de una libertad a medida solo del que mira. El disfraz de pene para hombres tiene que ser gracioso, no hace falta que le siente bien. No así el de vampiresa, que tiene que estar a gusto del señor del pene. Las chicas tienen que ir siempre guapas, a los chicos les basta con ser un poco grotescos o graciosos.

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La industria machista del disfraz de Halloween no es más una herencia de la cultura de las princesas Disney. Superman es un héroe universal, que llega a la gente desde el valor, la fuerza y la destreza. Superman es macho, fornido y musculoso. La princesa Ariel, por el contrario, se gana su fama a través de la belleza, la bondad y la abnegación. Ariel es bella y frágil. En Halloween la película continúa con un traje hipermusculado para él y un escote largo con falda muy corta para ella, a pesar de las temperaturas. 

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Este adoctrinamiento sexista comienza desde bien pequeños. Desde los rosas y azules ordenados militarmente en la tienda de juguetes hasta las soflamas en las camisetas de saldo. Ellas son siempre guapas, ellos más aventureros, por eso se creen con licencia para atacar en la fiesta de Halloween.

Si Halloween, como Carnaval, es un momento propenso a la denuncia social mediante la ridiculización sarcástica de estereotipos sociales, tradicionalistas y políticos, las reivindicaciones de género deberían participar de esa excepción crítica en lugar de convertirse en regla.

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