Como últimamente había adquirido unos cuantos kilos de grasa alrededor de mi cintura y no me gustó, decidí correr por la playa a las nueve de la mañana aprovechando que mi adolescente favorito hacía un curso de windsurf. El primer día, sólo el primer día, salí con pocas energías y la certeza de que ese iba a ser el único, de que no iba a ser constante y de que las cervezas que a buen seguro iban a regar esos quince días mi intestino grueso ganarían la guerra de las calorías por goleada. Lo habitual, vaya. Imposible sospechar que esta vez todo sería distinto.

Le sorprendió un escalofrío, que nació detrás, en la nuca. Se dibujó en su espalda como un delta luminoso y se fue más rápido de lo que hubiera deseado. “¿Ya está?”, se preguntó en silencio. El acto se repitió, quería que el fractal se perpetuara en sus terminaciones nerviosas otra vez. Y otra...