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Política

La Europa de 2020 y el asalto de la internacional populista

Marie Le Pen y Matteo Salvini en Milán

El futuro Parlamento Europeo se llenará de fuerzas políticas en apariencia enfrentadas, pero que podrían compartir un diseño común: el de trabajar para una devolución de competencias a las capitales del Continente y que el proceso de integración fiscal y política se frene por los llamados déficits democráticos de las instituciones comunitarias. Detrás de ellos hay denominadores populistas comunes, pero también la influencia más o menos directa de grandes potencias, como Rusia. La novedad es que la dicotomía entre derecha e izquierda ya va a menos, y que la de europeísmo y antieuropeismo emerge como nueva fractura de la Europa contemporánea.

La ola negra de Salvini, Le Pen, Kaczynski, Wilders, Strache e Akesson tiene la ambición de convertirse en la segunda familia más numerosa del Parlamento Europeo. Son en total 11 partidos de derechas o extrema derecha que se reconocen en ese grupo y que hace una semana se citaron en Milán (Italia) para dar una muestra de fortaleza.

"Europa ha sido traicionada por las élites y por los poderosos que han ocupado Europa en nombre de la economía y del dios del dinero y la inmigración sin control", proclamó Salvini, para desgranar los puntos claros de este heterogéneo grupo: hacer retroceder la UE en temas de política monetaria, conscientes de que esto reduciría la fortaleza del mercado interior y de ahí la estabilidad de todo el edificio, y reimponer controles fronterizos que romperían con el espíritu europeísta que se impuso desde los noventa.

Por otro lado, están los partidos inspirados en los programas más maximalistas de izquierda. Formaciones como los abertzales, que comparten grupos con Podemos, Francia Insumisa, Syriza y los comunistas portugueses, entre otros, proponen abrir las fronteras a todo los que quieran llegar a Europa. Una propuesta radicalmente diferente a la de la extremaderecha, pero que se suma a otras en las que en cambio sí hay coincidencias. Por ejemplo en asuntos monetarios, donde la izquierda europea exige facilitar el gasto público y reformar la misión del BCE de tener la inflación bajo mínimos.

Rusia y China

En el limbo, se encuentran partidos abiertamente euroescépticos, como el de Nigel Farage, que lidera las encuestas británicas después del Brexit; los regionalistas europeos que piden modificar los confines de los Estados (el grupo Alianza Libre Europea), y el Movimiento 5 Estrellas, el partido más votado en las últimas elecciones en Italia y que investigaciones periodísticas lo han asociado a Rusia y China.

En el extremo opuesto, sin embargo, también han emergido nuevas formaciones abiertamente europeístas. Es el caso de Volt Europa, el primer partido paneuropeo que quiere luchar contra “todos los nacionalismos” y relanzar el proyecto comunitario.  

Las familias de los populares y socialistas, en cambio, van cayendo. Cada uno podría perder entre 30 y 60 diputados, según varios sondeos, aunque sí deberían sumar para formar una gran coalición. Podrían además contar con los liberales que, gracias al empujón de Macron (y en España de Ciudadanos), aumentará su representatividad.

El papel de Viktor Orbán

Pero todo está por escribir. Y algunos observadores internacionales consideran que los populares europeos podrían abrirse a una coalición de gobierno con los de Salvini y Le Pen. Fidesz, el partido de Viktor Orbán, es el segundo o tercero más poderoso del grupo de los populares europeos. También los austriacos de Sebastian Kurtz deberían sacar un buen resultado. Y el temor es que ambos ejerzan de caballo de Troya para una alianza con la ultraderecha. En determinados círculos europeos ya circula el nombre del político de la Unión Social Cristiana de Baviera, Manfred Weber, como posible futuro presidente de la Comisión Europea.

En definitiva, y contrariamente a lo que ha ocurrido en los últimos años, el futuro de estas elecciones europeas es desconocido. Así como desconocida es la estrategia que las grandes fuerzas políticas puedan adoptar en la Eurocámara. Solo se sabe que europeísmo y antieuropeismo es ahora la disyuntiva del debate político contemporáneo. Y con un peligro añadido: que el ensimismamiento de cada fuerza política en sus intereses nacionales acabe debilitando a la Unión y que eso ocurra directamente desde sus instituciones. Concretamente desde el Parlamento, la sede de la soberanía popular, 40 años exactos desde su fundación.

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