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Política

El ‘efecto Casado’ apunta directo a la Moncloa

Pablo Casado, en el XIX Congreso Nacional del PP

Pablo Casado no sólo sobrevive al terremoto andaluz sino que está decidido a liderarlo. Todo eran augurios de desastre para el nuevo presidente del PP, trompetas del Apocalipsis, el principio del naufragio. No ha sido así. Sonrisa de Ganador. Pierde media docena de escaños y más de 300.000 votos, pero se mantiene como segunda fuerza, frena a Ciudadanos y dinamita el espectro del ‘sorpasso’. Y lo fundamental: asiste como actor principal a la desintegración de la izquierda en Andalucía. 

“Una jornada histórica con un vuelco a las puertas”. Los socialistas tiemblan y el PP festeja. Esto puede ser el anticipo de un éxito en los comicios de mayo, comentaban en Génova. Y una advertencia más que severa para las intenciones de Sánchez, que sale muy tocado del estropicio andaluz, la región granero del voto socialista, el castillo infranqueable de la izquierda española.

Pablo Casado, consciente del riesgo, miró a los ojos al fantasma del fracaso y se lanzó a su intensa campaña con todos los pronósticos en su contra. Un territorio infranqueable, un candidato que no es suyo ni de los suyos, un partido aún fracturado tras las desgastantes primarias y un agobiante telón de fondo que anunciaba el ‘sorpasso’ de Ciudadanos. Algunos de los suyos le animaron a no ‘mojarse’ demasiado, a hacer un Sánchez, es decir, a comprometerse lo justo en una batalla que, de entrada, parecía rendida. “Nada que ganar, mucho que perder”, le decían. 

Lo hizo por la derecha, y acertó. Lanzó un mensaje de firmeza, de defensa de principios que su partido había arrinconado. Recentralización de la enseñanza, nuevo 155, nada de indultos a golpistas, sanidad nacional, inmigración con papeles. Era un marcaje a Vox, una ‘derechización’ decían los críticos. Un “retorno a nuestros valores”, explicaba Casado. No lo dudó, no zigzagueó, no brujuleó. Cuanto más avanzaba Vox en los sondeos y más profundizaba Casado en sus posiciones.

Una prueba clave

Andalucía ha sido el primer gran ‘test’ a su liderazgo, la primera prueba de fuego para el nuevo equipo del PP, con tan sólo cuatro meses de rodaje. Jugaba en el territorio más hostil y sin apenas esperanzas de victoria. Salvar los muebles era el principal objetivo. Salir ilesos de la intrincada prueba, superar sin grandes daños un angosto desfiladero repleto de trampas, evitar el gran desastre para enfilar sin demasiadas heridas la cita electoral de mayo.

No escuchó ni a los hiperprudentes ni a los melifluos de su formación. Tiró para adelante, como cuando se presentó a la sucesión de Rajoy. Once días de los quince que ha durado la campaña los pasó mitineando, recorriendo la región, convenciendo a su fatigada grey de que volviera al PP, que no se fugara a Ciudadanos o a Vox. Lo primero era peor. Era el riesgo del ‘sorpasso’, el peor de los escenarios del averno.

Ya se ven en la presidencia, ya se adivinan las puertas del Palacio de San Telmo. Ya corean el grito de ‘presidente’ a Juan Manuel Moreno, el candidato inexistente, estigmatizado como el perenne perdedor. Gracias a Vox, en efecto, pero también, al empuje de Casado, a su campaña a su esfuerzo. “La próxima cita, la Moncloa”. Es prematuro el brindis. Pero es el objetivo.

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