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Política

Un año de la 'sanjuanada' en la que implosionó el Ciudadanos de Albert Rivera

Albert Rivera, Inés Arrimadas y Toni Roldán cuando compartían sitio en la Ejecutiva de Cs.

Parece una eternidad, pero sólo ha pasado un año del inesperado portazo de Toni Roldán a Ciudadanos que provocó una profunda división interna de la que la formación naranja no se recuperó en los meses siguientes y que provocó, entre otras causas, la debacle electoral del 10-N. Doce meses después, el partido es otro bien distinto.

Aquel 24 de junio de la 'sanjuanada', como la definió Xavier Pericay en su reciente libro '¡Vamos?' sobre la última etapa de Ciudadanos, provocó una serie de dimisiones y purgas internas que fracturó a la formación liberal y cuyas consecuencias aún se notan. Las bajas del partido en mayo de Juan Carlos Girauta, Marcos de Quinto y Carina Mejías por el giro estratégico de la nueva presidenta, Inés Arrimadas, demuestran que las dos almas de Cs aún no se han reconciliado. 

Ciudadanos explotó aquel día de hace un año como una olla a presión después de meses de tensión interna que, sin embargo, no había salido a la luz. De ahí su impacto político y mediático. El partido naranja venía de cosechar sus históricos resultados del 28-A con 57 escaños, en el que se quedó a apenas 220.000 votos y nueve diputados del PP.

Rivera descartó tras esos comicios cualquier posibilidad de acuerdo con Sánchez, a pesar de que por primera vez en mucho tiempo daban los números —180 escaños— para formar una coalición limpia entre dos partidos nacionales y sin el concurso de los nacionalistas o independentistas. Tampoco ayudó en nada el líder socialista, Pedro Sánchez, quien siempre pidió la 'abstención patriótica' de los naranjas a cambio de nada.

En ese momento, la cúpula naranja se agarró a la esperanza de doblegar al PP en las europeas, autonómicas y municipales del mes de mayo, con la ilusión de ser algún día el partido hegemónico del centroderecha. Rivera insistió en privado a sus más allegados en que si se quedaban en el centro no se podrían ganar unos comicios. De ahí que se escorase y empezaran los problemas internos.

En los triples comicios de mayo hubo un serio correctivo para Cs, pero su líder no se movió un ápice en su rechazo a pactar con Sánchez, convencido de que PSOE y Podemos se pondrían de acuerdo para gobernar y que luego la legislatura tendría poco recorrido.

Aunque el partido no lo quiso ver —sus líderes se empeñaron en comparar los resultados autonómicos y municipales con los de 2015—, había una notable caída de votos en algunas comunidades autónomas. Con sólo un mes de diferencia, en la Comunidad de Madrid, donde Cs había quedado el primero el 28-A, se perdió el 20% de los votos el 26-M. En Baleares y Canarias, la sangría llegó al 50%.

La obsesión de Rivera

Con el inicio de junio, algunos miembros de la Ejecutiva naranja empezaron a pedir que Cs se abriese a pactos autonómicos con el PSOE e, incluso, de cara a la investidura de Sánchez. "Incluso admitiendo que el objetivo era no entrar en el Gobierno sino permanecer en una cómoda oposición, debíamos como mínimo aparentar que habíamos hecho lo posible para llegar a un acuerdo. En otras palabras, debíamos poner unas exigencias encima de la mesa que el candidato Sánchez no pudiera de ninguna de las maneras aceptar", resume Pericay en su libro.

Rivera se obsesionó entonces con mantener la palabra dada a los votantes de que no se acercaría al PSOE, cansado de la etiqueta de “veleta naranja” que Vox le colocó en sus primeros compases en política, y así se llegó al fatídico lunes 24 de junio. El viernes anterior se publicó en Crónica Global que Roldán meditaba dejar el escaño y la Ejecutiva naranja. A lo largo del fin de semana, el portavoz económico negó a los suyos que fuese a dar ese paso, de ahí que para sus compañeros de Cs fuese toda una sorpresa el anuncio de su adiós. 

Imagen de la anterior Ejecutiva de Cs.

La comparecencia de Roldán en la Cámara baja sonó a un grito desesperado del hasta entonces jefe de la oficina económica de Cs para que su partido pactase con el PSOE de Sánchez un Gobierno de coalición. "¿Cómo vamos a superar la dinámica de confrontación de rojos y azules que vinimos a combatir si nos convertimos en azules?, ¿cómo vamos a ser creíbles en nuestro compromiso con la regeneración si vamos a apoyar gobiernos que llevan más de 20 años en el poder?, ¿cómo vamos a vencer al nacionalismo si no ponemos todo de nuestra parte, aunque otros no lo hagan, para evacuarlo del poder?, ¿cómo vamos a construir un proyecto liberal en España si no somos capaces de confrontarnos a la extrema derecha que está en las antípodas de todo lo que pensamos?", inquirió.

Cada pregunta parecía que se la estuviera haciendo a la cara a Rivera. Roldán pidió altura de miras a su partido a la hora de apoyar un gobierno de PSOE. "¿Cuántos países de Europa soñarían con tener una mayoría fuerte en el centro, abierta en valores, reformista, europeísta y sensata?". En su opinión, España tenía una oportunidad "histórica" para construir un gobierno estable y liderar el progreso en la UE en los próximos 20 años. "Sería un grave error desperdiciar esta oportunidad", remachó.

Garicano y Nart toman la palabra

A los pocos minutos del anuncio de Roldán empezó la Ejecutiva naranja en un ambiente de pocos amigos y caras largas. Luis Garicano y Javier Nart tomaron la palabra para presentar una propuesta que se acercaba a lo que había pedido Roldán. No abogaron por un Gobierno de coalición con los socialistas como ahora tienen el PSOE y Podemos, sino una abstención condicionada a tres puntos -aplicación de la Constitución en Cataluña, lograr un Gobierno constitucionalista en Navarra y cumplir con los criterios económicos y fiscales de la UE-.

Sin embargo, Rivera hizo oídos sordos y replicó a la propuesta de Garicano y Nart "con una dureza nunca vista hasta entonces por Albert y el resto del sanedrín", en palabras de Pericay. Al final de su exposición, promovió una votación porque se veía con fuerza. Hubo 24 votos en contra a la petición de los críticos, tres abstenciones —Ignacio Prendes, Orlena de Miguel y Marta Martín— y cuatro votos a favor —Javier Nart, Fernando Maura, Francisco Igea y el citado Garicano—.

Garicano e Igea guardaron silencio tras la desautorización y se refugiaron en sus feudos de Bruselas y Castilla y León. Nart dimitió ese mismo día y en septiembre abandonó el partido con bronca, pues se quedó con el acta de eurodiputado, mientras que Maura fue laminado a las pocas semanas junto a otros dos abstencionistas —Prendes y De Miguel— en una ampliación de este órgano interno para diluir la voz de los críticos.

"En el partido no había sitio para los descreídos, pero tampoco para los agnósticos; sólo cabían los fieles", constata Pericay, quien no pudo asistir a aquella reunión pero que a los pocos días presentaría su dimisión, al igual que hizo a finales de julio Francisco de la Torre. Otro golpe duro fue la decisión de Francesc de Carreras, el padre político de Rivera, de abandonar el partido que ayudó a fundar.

El gesto de Arrimadas

Aquel goteo de deserciones dejó muy mermado a Cs, aunque los que se fueron de una forma u otra recuerdan un hecho que entonces pasó desapercibido. Inés Arrimadas fue la única dirigente que llamó o mandó amables mensajes de cariño por teléfono a los caídos en desgracia.

Rivera encajó mal el conato de rebelión interna y a los pocos días de la cita de junio invitó a aquellos que criticaban el férreo 'no es no' a Sánchez a que montasen otro partido. Además, la dirección puso en marcha una campaña de afiliación de los independientes que habían obtenido cargo público el 28-A o el 26-M -Marcos de Quinto, Joan Mesquida, José Ramón Bauza, Edmundo Bal, entre otros- como paso previo a su incorporación a la nueva Ejecutiva.

El partido entró en depresión en verano y en modo pánico un poco después, al ver que el escenario de la repetición de elecciones era más que posible. Rivera ofreció entonces la mano tendida en varias ocasiones, pero Sánchez ni se inmutó. El 10-N llegaría la debacle. Si en abril cosecharon 4,1 millones de votos, en la funesta noche de noviembre apenas superaron los 1,6 millones papeletas. Es decir, 2,5 millones de votos perdidos por el camino. Y Ciudadanos se quedó en 10 diputados.

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